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17.08.17

Daniel Martínez en el mercado de las ilusiones

(El Observador) Está claro que, más temprano que tarde, dentro y fuera del FA, aparecerán quienes salgan a competir con el Intendente de Montevideo en el mercado de las ilusiones. La evolución de su imagen pública dependerá, a partir de ese momento, de cuánto haya logrado avanzar en la materialización de sus promesas. El 2018, en ese sentido, será un año clave.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Poco a poco, Daniel Martínez se ha transformado en una figura clave para el Frente Amplio y en uno de los principales aspirantes a la candidatura presidencial del partido de gobierno en 2019. No hay dos opiniones entre los expertos en opinión pública. El intendente de Montevideo se ha convertido en una de las principales novedades del tablero político uruguayo. Vale la pena detenerse a analizar las causas de su vertiginoso ascenso.

Examinemos primero algunas posibles explicaciones. Algunos políticos, pienso en Tabaré Vázquez entre 1989 y 1994, en Danilo Astori entre 1995 y 1999, en Jorge Larrañaga entre 2000 y 2004, en Pedro Bordaberry entre 2005 y 2009 o en Luis Lacalle Pou durante la campaña electoral pasada, logran crecer rápidamente porque encarnan “lo nuevo”. En una política como la uruguaya, con partidos rígidos y liderazgos estables, la opinión pública tiende a extender una carta a crédito generosa a las figuras emergentes. No es el caso. Daniel Martínez tiene una larga actuación política. Hace más de 10 años que ocupa cargos muy visibles en gobiernos frenteamplistas. Presidente de ANCAP y ministro durante la primera presidencia de Tabaré Vázquez, precandidato a la presidencia en 2009 y senador durante los cinco años siguientes. No es lo “nuevo”.

Otros políticos logran despegar gracias a una capacidad de comunicación con la opinión pública extraordinaria. Con estilos discursivos muy distintos, Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle Herrera y José Mujica son buenos ejemplos de este tipo. Sanguinetti transmitía firmeza y cultura. Representaba muy bien la imagen tradicional del gobernante colorado. Lacalle Herrera, su principal adversario, se destacaba por sus frases agudas, punzantes, y por su capacidad para ofrecer buenos titulares de prensa. Pepe Mujica, en la vereda de enfrente, por su extraordinaria capacidad de empatía con los sectores populares y por su facilidad para romper moldes y emocionar. Aunque siempre se las ingenia para salir del paso, aunque se nota cada vez que habla que sabe lo que dice y se toma en serio su tarea, Martínez no se destaca especialmente por su habilidad retórica.

Tampoco es posible explicar su despegue vertical a lo largo de estos años por las obras realizadas. No puede decirse que el gobierno departamental no haya trabajado. Soy de los que piensan que el intendente y su equipo trabajan mucho y, en general, muy bien. Tampoco puede decirse que no tiene nada para mostrar. El control de la velocidad del tránsito mediante radares es un avance tangible. Pero el intendente ha tenido que ir despacio. Heredó más problemas reales que soluciones potenciales. En particular, tuvo que lidiar con una muy severa restricción presupuestal. Desde este punto de vista, la dinámica política de su ascenso es muy distinta a la de Raúl Sendic que tuvo a su disposición entre 2010 y 2014, como plataforma de lanzamiento, un ente autónomo poderoso. Además, siempre durante los primeros dos años es más lo que se puede planificar que lo que se logra ejecutar. Los resultados concretos de lo planificado se ven, en todo caso, durante los últimos dos años del mandato.

Martínez no es “lo nuevo”. No deslumbra en el plano retórico. No ha concretado todavía obras de relieve para la ciudad. Sin embargo, no para de avanzar como una flecha hacia el corazón de los frenteamplistas. Si mi interpretación es correcta crece porque comunica un entusiasmo genuino por lo que hace. Crece porque sueña. Crece porque promete. El tiempo dirá cuánto de lo que prometió en estos dos años finalmente se concretó. El tiempo dirá si las obras realizadas solucionaron o no los problemas de la capital. Pero la opinión pública le está reconociendo su compromiso y su entusiasmo. La energía que transmite el potente equipo de gobierno departamental que él lidera contrasta fuertemente, además, con el tranco lento, cansino, aletargado, del gobierno nacional que encabeza el presidente Vázquez.

Esta dimensión también es importante. La figura del intendente crece en el espacio que dejan los demás, dentro y fuera de su partido. Por un lado, el gobierno nacional no emociona, no ofrece sueños, no entusiasma. Durante la recta final de la campaña electoral de 2014 Vázquez logró revivir la ilusión. Pero la alegría duró poco. El eslogan “Uruguay no se detiene” fue reemplazado rápidamente por la advertencia de “cautela y prudencia”. Algunas decisiones presidenciales, como la rápida renuncia a llevar adelante una reforma profunda de la educación, contribuyeron a la instalación de un clima de opinión negativo. Por otro lado, la oposición tampoco emociona. Al menos por ahora, no genera sueños ni despierta entusiasmos. ¿Cuál es el proyecto opositor? ¿Cuáles serían sus propuestas centrales? ¿Cómo construirían mayorías parlamentarias? Estas preguntas siguen sin tener buenas respuestas.

No conozco los planes políticos de Martínez. No sé si intentará ser el candidato a la Presidencia por el FA o si preferirá intentar ser reelecto intendente de Montevideo. Ambos objetivos están a su alcance. En todo caso, si el análisis anterior es correcto, está claro que, cualesquiera sean sus metas se acercan instancias decisivas. Está claro que, más temprano que tarde, dentro y fuera del FA, aparecerán quienes salgan a competir con él en el mercado de las ilusiones. La evolución de su imagen pública dependerá, a partir de ese momento, de cuánto haya logrado avanzar en la materialización de sus promesas. El 2018, en ese sentido, será un año clave.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)