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15.07.14

El peor final para Brasil

La cara negativa del Mundial fue muy visible y no me refiero al catastrófico final deportivo. La sensación de que se gastó demasiado invadió a la población. Las exigencias por parte de la FIFA fueron enormes. Es que el ambiente primermundista (organización y seguridad) que se vivió en territorio brasilero tenía una fecha de vencimiento: el último partido de la Copa en Maracaná.
Por Diego Telias

El árbitro mexicano pitó el final del partido en Belo Horizonte y terminó con el sueño de millones de brasileros. La selección alemana humilló a Brasil venciéndolo 7 a 1 en las semifinales de la Copa del Mundo. Los europeos golpearon bien fuerte a un pueblo que no estaba convencido de ser anfitrión pero que se había ilusionado con conquistar el trofeo. Un golpe demasiado duro para una población que recibió el Mundial con hospitalidad y alegría.   

“Quizás es mejor que perdamos la Copa, porque si ganamos va a continuar todo igual y el país necesita cambios profundos”, dijo un ciudadano no muy preocupado por el Mundial. El domingo 13 de julio terminó un mes de circo donde el centro de atención fue el fútbol, un deporte que Sudamérica vive como ninguna otra región. Ahora vuelven los problemas del día a día y los enojos con los gastos que acarreó la organización del Mundial. El foco vuelve a ser la desigualdad y la pobreza existente en Brasil.

En ello deberán centrarse los políticos, ya que el brasilero de hoy es más exigente que el de ayer. La población reclama algo más que fútbol, samba y carnaval. El desafío que tendrán por delante, ciudadanos y gobernantes, es crear una sociedad más justa sin perder la identidad de un país proclive a la felicidad. Como dijo Neymar, la estrella de esta selección brasilera, se necesita “un Brasil más justo, seguro y honesto”.

Pocas protestas durante la Copa

El jueves 12 de junio no solo comenzó el Mundial sino un gran desafío para todo el Brasil. Aquel día en San Pablo no solo fue la inauguración del mayor evento futbolístico, también fue el momento en que los brasileros debían demostrar al mundo los avances de una potencia regional que aún debe superar problemas endémicos (pobreza y desigualdad) para pegar el salto al desarrollo.

Aquel 12 de junio además de jugar Brasil-Croacia en el Arena Corinthians frenaron las protestas que pretendían entorpecer el evento deportivo. Cuando el balón comenzó a rodar los bares se llenaron y los comerciantes pararon para ver a sus ídolos en la televisión. Los manifestantes prefirieron quedarse en casa para ver a la canarinha antes que salir a protestar con una minoría radical, que impuso una violencia no deseada por la clase media.

De hecho, las protestas disminuyeron un 39% durante los primeros 12 días del Mundial, en relación a la misma cantidad de días previo al evento, según Folha. Aunque los grafitis en las ciudades invitaban a la FIFA a marcharse a casa, las manifestaciones frenaron. Sociólogos y politólogos locales afirmaron que en Brasil el fútbol golea a cualquier protesta social.

Sin embargo, la cara negativa del Mundial fue muy visible y no me refiero al catastrófico final deportivo. La sensación de que se gastó demasiado invadió a la población. Las exigencias por parte de la FIFA fueron enormes. “Los helicópteros y la guardia policial que ves ahora es solo por el Mundial, luego desaparecen”, comentó un taxista. Es que el ambiente primermundista (organización y seguridad) que se vivió en territorio brasilero tenía una fecha de vencimiento: el último partido de la Copa en Maracaná.

Las elecciones y el futuro de Brasil

Aunque en los bares la pelota era el centro de discusión ningún brasilero olvida que en los próximos meses tienen otra cita importante. El 5 de octubre se realizarán las elecciones nacionales y la presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores, irá por la reelección. Fue durante la Copa que la mandataria confirmó su postulación, defendió los programas sociales del gobierno y prometió cambios en salud y educación.

Aprovechando la euforia de los primeros días de la Copa, Dilma afirmó que se estaba dando “una paliza monumental a los pesimistas”. No mintió pero el final no fue el soñado. No porque Brasil no haya ganado el certamen, ya que era una posibilidad, sino por la inesperada despedida que tuvo el seleccionado de Felipao. Las conversaciones en las esquinas ya no son sobre la mordida de Suárez sino de la desilusión propia. El orgullo y el nacionalismo brasilero perdieron por goleada.

Sin dudas, los comicios de octubre serán los más difíciles del PT, fruto del desgaste y del final de una luna de miel que duró más de lo esperado, seguramente por los logros económicos alcanzados en la presidencia de Lula. Ahora el ciudadano no se conforma con lo que ya se obtuvo y aspira a cambios profundos que incluyan mejoras notorias en los servicios públicos.

La ciudadanía brasilera quiere seguir adelante con la transformación del país que se inició durante el gobierno de Lula pero exige el fin de la corrupción. Por ello es fundamental la generación de un ambiente político democrático, armónico y de transparencia. La crítica al PT y las protestas sociales son válidas y entendibles pero creer que los debes actuales de Brasil son consecuencia de Lula y Rousseff es exagerado.

La carrera electoral estará centrada en la desaceleración económica, el aumento en el costo de vida y la seguridad ciudadana. Rousseff es la principal candidata, aunque será difícil que gane en primera vuelta. La intención de voto de la presidenta creció durante la Copa, llegando al 38%. Pero también crecieron sus contendientes, el senador Aecio Neves del Partido de la Social Democracia Brasileña (20%) y Eduardo Campos, del Partido Socialista Brasileño (9%).

Trazar una conexión entre el resultado deportivo y las futuras elecciones es apresurado y erróneo. Obviamente que el humor de los brasileros no será el mejor en las próximas semanas y eso se puede trasladar a otros ámbitos, como por ejemplo la vuelta de las protestas sociales. Sin embargo las elecciones van por otro carril y si bien el PT esperaba el trofeo para insistir con que las cosas van bien, el fracaso deportivo no será clave en el futuro de Brasil.