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09.04.12

El monólogo de Boudou terminó convalidando más cosas que las que quiso desmentir

(DyN) El parlamento que desgranó el vicepresidente el jueves 5 de abril es todo un desafío a lo que significa seguir una línea argumental, ya que fue y vino por los temas de modo permanente con una inseguridad manifiesta. Saltó de las mafias de la prensa y el juego a dar profesión de fe kirchnerista y de criticar a los esbirros del periodismo.
Por Hugo E. Grimaldi

(DyN) El tornado en que se ha convertido el caso Ciccone acaba de ponerle la rodilla en la tierra al vicepresidente argentino Amado Boudou, pese a sus intentos de transferir la responsabilidad a terceros colgado de las polleras de la presidenta de la Nación. Lo más grave del caso para Cristina Fernández es que no sólo debe cargar con el “yo te puse” que le dijo por televisión a Boudou, sino que su segundo se lo acaba de recordar desvergonzada y públicamente. Y lo hizo a través de un soliloquio lleno de risitas nerviosas e imprudencias varias en las que golpeó, como con el palo de un ciego y en nombre del “voto popular” y de un supuesto “ataque institucional”, justamente a cuanta institución tenía por delante, empezando por la investidura presidencial.

Tampoco se privó el vicepresidente de pegarle duro a la Justicia, en las críticas que le hizo al juez federal Daniel Rafecas, seguramente preparando la recusación por parte de sus abogados, ni se salvaron de sus broncas, ni siquiera por autónomas, las decisiones de dos provincias (Buenos Aires y Santa Fe), ni la Procuración General de la Nación, ni la prensa no alineada, por supuesto. O fue una incoherencia política múltiple o bien un plan premeditado para llevarse a la rastra a otros, si los vientos le siguen soplando en contra, ya se verá si como torpeza o como advertencia.

Sin embargo, en todas estas cuestiones la propia Presidenta debería hacer un mea culpa, no tanto por aquel inoportuno chiste sobre “los conchetos de Puerto Madero” del que se agarra Boudou, sino por cuestiones más de fondo que son las que entorpecen a diario la marcha de su Gobierno y que la dejan fatalmente pegada en todo lo que sucede.

Quizás no le interese, pero ella debería saber que todos los kirchneristas que se precian de tal, los más apegados o bien los que, por no estarlo, no quieren sacar los pies fuera del plato para evitar caer en desgracia, desde hace unos meses suelen decirle a la prensa, casi siempre en voz baja, que “no hay nada que se haga que no cuente con el aval de la Presidenta”. La han convertido en un embudo humano, para bien o para mal.

En este punto, hay que ponderar los dos problemas de base que aquejan al Gobierno: ese proceso casi solitario de toma de decisiones y además, el modo de comunicar, con cadena televisiva incluida, que sólo muestra los planos que hay que mostrar y que suma una pléyade de difusores pagos cada día menos creíbles porque, tal como dijo Boudou de la prensa que no le gusta, “lamentablemente, trabajan con un libreto”. La centralización del poder y la uniformidad en la difusión es algo que ejerce con notable rigor Cristina Fernández y después de ella, el abismo.

Al respecto, el episodio Boudou cortándose solo en un monólogo sin red, ha dejado a todos los miembros del gobierno nacional, ministros, gobernadores y legisladores, más absortos que divididos y calculando aceleradamente los daños colaterales que su proceder le ha generado a la propia Presidenta.

El parlamento que desgranó el vicepresidente el jueves 5 de abril es todo un desafío a lo que significa seguir una línea argumental, ya que fue y vino por los temas de modo permanente con una inseguridad manifiesta. Saltó de las mafias de la prensa y el juego a dar profesión de fe kirchnerista y de criticar a los esbirros del periodismo a comentar lo bien que le fue en Bariloche junto a la Presidenta, mientras que denunciaba al estudio de abogados de familiares del procurador Esteban Righi, el jefe de los fiscales. Errático hasta la exasperación, fue tan pobre lo que produjo ese discurso para la imagen de Boudou que, por omisión, terminó convalidando más cosas que las que quiso desmentir.

En primer lugar, el relato que plantó el vicepresidente confirmó que él tenía interés manifiesto en correr de la escena a Boldt, la empresa competidora que le alquilaba a Ciccone las máquinas de su imprenta. De no haber sido así, su dueño, Antonio Tabanelli, no hubiera necesitado enviar al presidente de la Bolsa, Adelmo Gabbi a tantearlo para una coima.

“Gabbi me pidió una entrevista...y me expresó que estaba muy asustado, muy preocupado por mí. El señor Tabanelli me iba a destruir, pero que yo podía arreglar. Que lo único que tenía que hacer era ponerle un número. Que él viajaba a Punta del Este y se iba a encontrar seguramente con el señor Tabanelli e iba a poder… porque era una persona de códigos, encontrar un número, poner un número y solucionar todo este problema”, así relató Boudou el episodio y se puso la soga al cuello.

El 3 de marzo de 2010 él era el ministro de Economía de la Nación y como funcionario público tendría que haber denunciado el intento de soborno. ¿Soborno, para que haga qué? Quizás para que impidiera que los nuevos dueños de Ciccone rescindieran el contrato de alquiler con Boldt. ¿Y por qué se dirigieron a él? Porque fue su amigo y socio de toda la vida, José María Núñez Carmona quien se presentó ante los gerentes y empleados de Ciccone para decir, “de parte de Boudou”, que la nueva empresa The Old Fund, que manejaba Alejandro Vanderbroele, había salvado a la imprenta de la quiebra y se iba a hacer cargo de la operación con tales o cuáles negocios asegurados, como la impresión de billetes por cuenta de Casa de Moneda, por ejemplo.

Justamente, de Vanderbroele, quien frente a su ex mujer se ufanó de ser el “testaferro de Boudou”, el vicepresidente no dijo una sola palabra, salvo burlonamente que hay gente “desesperada” buscando una foto de ambos “que no existe”, por la que se llegó a ofrecer “tres millones de dólares”. Mucho más sencillo será para el juzgado cruzar teléfonos o casillas de mail entre los involucrados para saber si había o no relación, pero esa instancia está por ahora silenciada por la Justicia. Pronto el periodismo empezará a preguntarse por qué no hay novedades al respecto o buscará la forma de obtener datos al respecto.

En realidad, el vicepresidente tendría que haber explicado esa tarde por qué Vanderbroele era quién pagaba las expensas de su departamento de Puerto Madero, alquilado por un tercero que vive en Madrid y relativizar la afirmación de que esa circunstancia era una prueba. Sin embargo, él prefirió redoblar la apuesta, patear la pelota afuera e ir por el camino de las acusaciones a las mafias, muy molesto por las tapas de Clarín y La Nación que relacionaban el allanamiento con una punta de la supuesta conspiración, a las que llama “operaciones mediáticas”.

Otro de los puntos en los que Boudou se basó para atacar al juez fue el presunto aviso del allanamiento a la prensa. No recordó aquella alabanza de Cristina a la seriedad de Rafecas, ni mucho menos que el CEO de Clarín, Héctor Magnetto, en nombre de Papel Prensa, había solicitado su juicio político y sólo se dedicó a contar para ensuciar al juez una turbia historia de narcotraficantes yugoslavos presos que salieron para un casamiento o el mensaje de texto que supuestamente off the record, por lo que él no debería haberlo conocido, Rafecas le había enviado a un periodista que lo estaba entrevistando.

Entonces, calificó a los tribunales de Comodoro Py como “agencia de noticias” y, aunque no lo dijo, probablemente la vena se le hinchó aún más de la cuenta, cuando supo que la Gendarmería había custodiado el operativo y que él no se había enterado antes. Sobre este punto habló la ministra de Seguridad y afirmó que la dirección del sitio a allanar "estuvo totalmente encriptada" por parte de la Fiscalía.

"La filtración, en todo caso, sería de una persona comprometida en este tema", dijo Garré en alusión a un fotógrafo free-lance que había sido detectado ya el día anterior en la zona y que, al parecer, obtuvo los datos desde los Tribunales como parte de su tarea profesional. El mismo, como protección, llamó a un colega y éste a otro y así cronistas, movileros y fotógrafos corrieron hacia el edificio de la discordia e hicieron su trabajo. Ni siquiera la Prefectura, que presta la seguridad a esa zona, sabía lo que estaba ocurriendo. Lo que para Boudou fue algo espúreo es parte de la rutina de todos los días en la profesión periodística.

Tal como hace el boxeador que recibe un golpe de knock out y empieza escuchar la cuenta de protección, Boudou sonrió por enésima vez y cerró su exposición del Jueves Santo con consejos profesionales hacia la prensa, aunque sin querer escuchar ni una sola pregunta. Luego, salió de la escena con un amable y esperanzado “nos vemos pronto”.