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04.08.17

Dos y dos son cinco en Venezuela

(El Ínterin) Con el presunto 41 por ciento y monedas de apoyo popular a la constituyente, Maduro hizo sus cálculos y pasó a controlar todos los poderes públicos. Su sostén son las fuerzas armadas, enganchadas en una cómoda cohabitación en varios ministerios que les permite ejercer el poder, haciendo caso omiso de las sospechas de corrupción, y apañar la represión.
Por Jorge Elías

(El Ínterin) Los votos de la aventura constituyente de Nicolás Maduro no podían ser menos que los del plebiscito simbólico de la oposición, realizado dos semanas antes, ni más que los de Hugo Chávez durante el boom del petróleo. Era cuestión de abatir a unos y, sin ofender la memoria del líder de la revolución bolivariana, darse un baño de masas con los suyos. Los leales. Le salió al revés. La compañía que fiscalizó las elecciones en Venezuela entre 2004 y 2015, Smartmatic, denunció un fraude monumental. ¿Por qué lo hizo? Por la reprimenda internacional. Abrió el paraguas frente a una eventual pérdida de confianza. Vital en una firma de ese tipo.

Que Estados Unidos tilde de “dictador” a Maduro y dicte sanciones económicas contra él y su tropa, que la Unión Europea no reconozca la validez de la mentada Asamblea Nacional Constituyente o que buena parte de América latina se tome la cabeza con las manos tras la vuelta a la prisión militar de Ramo Verde de los opositores Antonio Ledezma y Leopoldo López no turbó tanto al régimen como la sospecha de manipulación en esa suerte de referéndum sin fiscales ni observadores que pretendió ser algo así como una legitimación de poder. Otra fuga hacia el futuro sin respetar el revocatorio eludido ni las elecciones suspendidas.

Quien controla el pasado controla el futuro y quien controla el presente controla el pasado, según el relato bolivariano. Maduro, obcecado, honra a Jean François Revel. “La primera de las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”, postula en su libro El conocimiento inútil. Y honra, también, a George Orwell con aquello de “la guerra es la paz”, “la libertad es la esclavitud” y “la ignorancia es la fuerza”. Cuando el protagonista de la novela 1984Winston Smith, se pregunta qué es la libertad, dice a espaldas de El Gran Hermano: “Es poder decir libremente que dos y dos son cuatro. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados”.

En Venezuela, donde El Gran Hermano te vigila con el control social en la entrega de alimentos y medicinas, dos y dos son cinco. Que Cuba rechace una “bien concertada operación internacional, dirigida desde Washington”, que Bolivia exija “la no intromisión ni intervención”, que Nicaragua repudie “el afán imperialista de dominio y destrucción de nuestras soberanías”, que El Salvador exalte “el ambiente de mucha tranquilidad en los recintos de sufragio”, más allá de la andanada de muertos ese mismo día, o que Rusia intuya “planes destructivos que pueden agudizar la polarización de la sociedad” no cambia nada. Todos tienen más intereses que simpatía.

Con el presunto 41 por ciento y monedas de apoyo popular a la constituyente, Maduro hizo sus cálculos y pasó a controlar todos los poderes públicos. Su sostén son las fuerzas armadas, enganchadas en una cómoda cohabitación en varios ministerios que les permite ejercer el poder, haciendo caso omiso de las sospechas de corrupción, y apañar la represión. La polarización extrema de la sociedad, corregida y aumentada desde la muerte de Chávez, llevó a la oposición a precipitarse a crear un Estado paralelo, designando un Tribunal Superior de Justicia ad hoc. Algunos de sus miembros han sido encarcelados. Otros pidieron asilo en embajadas.

¿Por qué Vladimir Putin se muestra conciliador con Maduro? Citgo, empresa de refinación y comercialización venezolana en Estados Unidos, está hipotecada. Casi la mitad de las acciones le pertenece a la petrolera estatal rusa Rosneft. En parte, como garantía de un préstamo de 2.000 millones de dólares. El resto corresponde al Estado venezolano como respaldo de sus bonos soberanos. De aumentar las presiones contra Maduro, Venezuela perdería capacidad de pago. Rusia pretende cobrarse lo suyo, más allá de la crisis política, económica y social de su socio caribeño y de la posición estratégica de la compañía en los dominios de Donald Trump.

En las ligas mayores, Rusia, sancionada por Estados Unidos por su intromisión en las presidenciales de 2016, y China no se plantean valores, sino precios. China observa con inquietud la deriva autoritaria de Maduro. No porque el régimen de Xi Jinping sea un ferviente cultor de la democracia y de los derechos humanos, sino porque sus inversiones en Venezuela han crecido en forma considerable en los últimos años, así como los préstamos. Tampoco quiere perderlos frente a la expectativa de asilamiento. La pretensión totalitaria de Maduro, a tono con sus errores matemáticos, resulta cada vez más cara y embarazosa. Es una apuesta riesgosa.

Fuente: El Ínterin (Buenos Aires, Argentina)