Democracia en el 2020: ¿en la salud y en la enfermedad?
La visión de The Economist es que “la democracia no ha gozado de buena salud en los últimos tiempos” y que la inesperada suspensión de las libertades individuales explican la mayor regresión democrática desde el 2006. En el caso de América Latina, es el quinto año consecutivo que bajó el promedio del Índice de la Democracia en la región. The Economist detectó que los indicadores proceso electoral y pluralismo y libertades civiles son las causantes de esta disminución.
Desde el 2006, The Economist publica el Índice Mundial de la Democracia, que analiza el funcionamiento de los gobiernos e instituciones de cada país y la relación con sus respectivas poblaciones, que son las formas en las que la democracia se expresa.
El año 2020 dejó un índice sin precedentes. El foco de este año fue, sin lugar a dudas, el impacto de la pandemia del coronavirus en la democracia y en las libertades individuales en 167 países.
Para The Economist, la pandemia deja un panorama desalentador a nivel mundial. La cuarentena encabeza la batería de medidas restrictivas adoptadas por los distintos gobiernos del mundo para frenar la circulación del virus, que si bien tienen como objetivo mejorar la crisis sanitaria, por contrapartida, resultaron en el retiro a gran escala de las libertades civiles.
La visión de The Economist es que “la democracia no ha gozado de buena salud en los últimos tiempos” y que la inesperada suspensión de las libertades individuales explican la mayor regresión democrática desde el 2006. Lo que la revista inglesa ve con preocupación es que las sociedades demostraron ser dóciles, ya que considera que a lo largo del mundo las medidas restrictivas se aceptaron sin mayores inconvenientes. No fue difícil para los políticos endurecer sus posturas, y por esto, el índice del 2020 invita a reflexionar sobre el accionar pasivo de las sociedades, que la revista inglesa considera altamente perjudicial para el ejercicio de la democracia.
La pregunta que se desprende de estas conclusiones es, la democracia del siglo XXI, ¿es fuerte o está a la deriva?
¿Cómo se mide la Democracia?
La democracia es “un conjunto de prácticas y principios que institucionalizan y, por lo tanto, protegen lo que entendemos por libertad”.
Aunque existe un debate académico en torno a la definición más apropiada de la democracia, las nociones básicas incluyen la celebración de elecciones transparentes, las decisiones tomadas en base a lo que vota la mayoría, la protección de los derechos de las minorías y el respeto de los derechos humanos.
Algunos insisten en que un estado o es democrático o no lo es, pero The Economist sostiene la idea de que la democracia existe en distintos grados, que le van a servir para desarrollar su índice con mayor precisión.
El índice de la Democracia se compone de 60 indicadores que se agrupan en 5 categorías, y que, a su vez, el grupo inglés entiende que son los que permiten el ejercicio de una democracia sana: 1) proceso electoral y pluralismo, 2) funcionamiento del gobierno, 3) participación política, 4) libertades civiles y
5) cultura política.
Medidos en una escala del 0 al 10, cada país es luego clasificado en 1 de los siguientes 4 regímenes: 1) Democracia plena (más de 8 puntos): la libertad política y las libertades civiles son respetadas, el funcionamiento del gobierno es satisfactorio, los medios son diversos e independientes, al igual que el poder judicial. Sólo hay problemas limitados; 2) Democracia imperfecta (más de 6 y menos que o igual a 8 puntos): hay elecciones libres y transparentes, y las libertades civiles básicas son respetadas. Sin embargo, hay bajos niveles de participación política, problemas en el gobierno y una cultura política poco desarrollada debilitan el ejercicio de la democracia; 3) Régimen hibrido (más de 4 y menos que o igual a 6 puntos): las elecciones no siempre son libres y limpias, y es usual que los gobiernos presionen a la oposición. Además, la corrupción es un problema de agenda y tanto el Estado de Derecho como la sociedad civil son débiles. El poder judicial no es independiente y el acoso y presiones a periodistas son frecuentes; y 5) Régimen autoritario (menos de o igual a 4 puntos): muchos de los países enmarcados en esta categoría son dictaduras. Existen algunas instituciones democráticas pero no tienen peso en la sociedad. Si ocurren, las elecciones son fraudulentas. El poder judicial no es independiente. Los medios, en su mayoría, están en manos de los gobiernos o de grupos cercanos al poder. De esto se desprende que los críticos de los políticos de turno sufran represiones y sean censurados.
¿Cuáles fueron los resultados generales del Índice?
El promedio de la democracia global del último índice fue 5,37, o sea, 7 décimas por debajo del promedio del 2019 y el más bajo registrado por The Economist desde el 2006. Como era de esperar, esta regresión se debe, principalmente, a las políticas restrictivas que tomaron los gobiernos como respuesta a la amenaza del covid-19. Algo que nunca había ocurrido, es que hubo un “descenso democrático” en todas las regiones del mundo. En otras palabras, la pandemia azotó a la democracia.
Solamente 38 de 167 países registraron mejoras, siendo Taiwán el país que más progresó. Los estados de Europa y de América del Norte, con los países escandinavos en lo más alto, encabezan las democracias plenas. Por otro lado, 13 mantuvieron el mismo promedio del año anterior, mientras que Argelia, Burkina Faso y Mali fueron los países más afectados y que, a partir del 2020, pasaron a formar parte de la categoría de “regímenes autoritarios”.
DESTACADOS
La región de Asia fue la que mayor progreso registró. Japón, Corea del Sur y Taiwán obtuvieron más de 8 puntos y, ahora, acompañan a los países de Europa y América del Norte en la categoría ideal: las democracias plenas.
Que el continente oriental haya mejorado en el ejercicio de la democracia, no es sólo una cuestión de números y promedios. Esto implica que Asia fue la región que mejor manejó la pandemia: tuvo bajas tasas de mortalidad, un rápido repunte económico y los sistemas de salud no colapsaron. Gracias a esto, las sociedades no vieron afectadas sus libertades individuales significativamente.
Este es un escenario completamente opuesto a lo que ocurrió en Europa y en otras regiones del mundo. Invadidos por la incertidumbre, la mayoría de los gobiernos actuaron lento, los sistemas de salud funcionaron al tope de su capacidad y las sociedades perdieron la confianza en sus gobernantes, el punto que más debilita a las democracias. En términos de The Economist, la pérdida de confianza en los políticas atenta contra la participación política y la cultura política.
Que Asia haya mejorado y que Europa se haya quedado estancada, es señal de que el mundo está vivenciando un cambio en el balance de poder, de occidente a oriente. The Economist considera que esta tendencia, con el tiempo, sólo cobrará fuerza.
Otra evidencia que colabora con esta suposición es que en Europa, Francia y Portugal, las tradicionales potencias europeas y símbolos del bienestar en siglos pasados, sorprendentemente, bajaron a la categoría de democracias imperfectas.
¿Y qué ocurrió en América Latina?
Con un puntaje de 6,09, el 2020 es el quinto año consecutivo que bajó el promedio del Índice de la Democracia en la región. The Economist detectó que los indicadores proceso electoral y pluralismo y libertades civiles son las causantes de esta disminución.
Como en otros países, cuarentenas, cierres de fronteras y toques de queda fueron las medidas elegidas por los gobernantes como las mejores alternativas para reducir los efectos negativos del coronavirus. Sin embargo, la región no se libró del hecho que algunos gobiernos aprovecharon la emergencia sanitaria para reafirmarse en el poder.
En Nicaragua, por ejemplo, la Asamblea Nacional aprobó una modificación a la ley electoral para prohibir que candidatos opositores se presentaran a las elecciones. Por su parte, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, está gobernando por decreto desde que el Parlamento se disolvió en enero del 2020. Honduras, Guatemala y Bolivia acompañan a El Salvador en la categoría de regímenes híbridos, mientras que Nicaragua, Cuba y Venezuela son los regímenes autoritarios de la región, ocupando los lugares 120, 140 y 143 del ranking.
Donde América Latina más aparece representada es con 10 de sus países repartidos entre las democracias imperfectas del mundo. Estos son Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Panamá, Jamaica, Paraguay, Ecuador, Surinam y República Dominicana.
Esto da cuenta de que Latinoamérica es la región emergente más democrática del mundo, con más del 80% de su población viviendo en regímenes democráticos.
Una cultura política débil, las dificultades en crear y mantener instituciones destinadas a defender el Estado de Derecho y los continuos casos de corrupción, que parecen ser una huella imposible de borrar, son las causas que The Economist identifica y atribuye al trabado funcionamiento de la democracia en Latinoamérica.
De estas mismas razones se desprende el hecho de que los ciudadanos en la región perdieron la confianza en sus gobernantes. Y la pandemia, en muchos casos, acentuó este fenómeno.
Sin embargo, no todo es gris para América Latina. Uruguay (8,61 puntos), Chile (8,28) y Costa Rica (8,16) son los representantes latinoamericanos en la categoría de democracias plenas, ocupando los puestos 15, 17 y 19. Estos países demuestran que América Latina tiene condiciones para seguir un rumbo mejor.
A pesar de que en otros países las políticas restrictivas resultaron perjudiciales para la vida democrática y social, en Chile se celebraron elecciones. El 25 de octubre, los chilenos votaron a favor de la reforma de la Constitución actual (que data de la dictadura de Pinochet), y en abril del 2021 elegirán a las personas encargadas de redactar la nueva carta magna.
Bolivia, aunque está en la categoría de regímenes híbridos, celebró elecciones presidenciales en octubre del 2020, que dieron por ganador a Luis Arce. Gracias a esto, el puntaje de Bolivia en el índice subió de 4,84 en el 2019 (tras las elecciones fraudulentas de aquel año) a 5,08 en el 2020.
Conclusiones de The Economist
La democracia es más que la suma de las instituciones. Es una actitud hacia las personas. Los sistemas democráticos están diseñados para estar a tono con las necesidades de la sociedad, a través de su representación con partidos políticos y una robusta cultura de debate sobre los asuntos que afectan a toda la población.
A lo largo de los años, los distintos índices de The Economist demostraron que las instituciones democráticas y el Estado de Derecho no son suficientes para mantener una democracia plena. El condimento esencial e infaltable para que la democracia exista es la participación civil. Una ciudadanía activa que se involucre en su realidad es lo que hace a un ejercicio sano de la democracia.
Es por esto que el hecho de que las sociedades no se hayan movilizado de manera más ferviente por las políticas restrictivas de los gobiernos resulta muy grave para The Economist.
Si bien el riesgo que implica la pandemia justifica la reducción de manifestaciones públicas, los ciudadanos no deben olvidar que las democracias “florecen cuando ellos están dispuestos a cumplir su parte: debatir, elegir representantes y unirse a partidos políticos”. Sin estas acciones, la democracia se convierte en una cuestión exclusiva, de unos pocos. Durante la pandemia, si bien las redes sociales se convirtieron en el nuevo espacio público para expresarse, no fueron suficientes.
The Economist propone una visión que invita a los lectores a preguntarse, “incluso si una retirada de libertades es el precio que vale la pena pagar para salvar vidas, las libertades no deberían ser abandonadas irreflexivamente, deberían ser restauradas tan pronto como sea posible. ¿Cuántas muertes son aceptables como el precio de la libertad?”
Desde el 2006, The Economist publica el Índice Mundial de la Democracia, que analiza el funcionamiento de los gobiernos e instituciones de cada país y la relación con sus respectivas poblaciones, que son las formas en las que la democracia se expresa.
El año 2020 dejó un índice sin precedentes. El foco de este año fue, sin lugar a dudas, el impacto de la pandemia del coronavirus en la democracia y en las libertades individuales en 167 países.
Para The Economist, la pandemia deja un panorama desalentador a nivel mundial. La cuarentena encabeza la batería de medidas restrictivas adoptadas por los distintos gobiernos del mundo para frenar la circulación del virus, que si bien tienen como objetivo mejorar la crisis sanitaria, por contrapartida, resultaron en el retiro a gran escala de las libertades civiles.
La visión de The Economist es que “la democracia no ha gozado de buena salud en los últimos tiempos” y que la inesperada suspensión de las libertades individuales explican la mayor regresión democrática desde el 2006. Lo que la revista inglesa ve con preocupación es que las sociedades demostraron ser dóciles, ya que considera que a lo largo del mundo las medidas restrictivas se aceptaron sin mayores inconvenientes. No fue difícil para los políticos endurecer sus posturas, y por esto, el índice del 2020 invita a reflexionar sobre el accionar pasivo de las sociedades, que la revista inglesa considera altamente perjudicial para el ejercicio de la democracia.
La pregunta que se desprende de estas conclusiones es, la democracia del siglo XXI, ¿es fuerte o está a la deriva?
¿Cómo se mide la Democracia?
La democracia es “un conjunto de prácticas y principios que institucionalizan y, por lo tanto, protegen lo que entendemos por libertad”.
Aunque existe un debate académico en torno a la definición más apropiada de la democracia, las nociones básicas incluyen la celebración de elecciones transparentes, las decisiones tomadas en base a lo que vota la mayoría, la protección de los derechos de las minorías y el respeto de los derechos humanos.
Algunos insisten en que un estado o es democrático o no lo es, pero The Economist sostiene la idea de que la democracia existe en distintos grados, que le van a servir para desarrollar su índice con mayor precisión.
El índice de la Democracia se compone de 60 indicadores que se agrupan en 5 categorías, y que, a su vez, el grupo inglés entiende que son los que permiten el ejercicio de una democracia sana: 1) proceso electoral y pluralismo, 2) funcionamiento del gobierno, 3) participación política, 4) libertades civiles y
5) cultura política.
Medidos en una escala del 0 al 10, cada país es luego clasificado en 1 de los siguientes 4 regímenes: 1) Democracia plena (más de 8 puntos): la libertad política y las libertades civiles son respetadas, el funcionamiento del gobierno es satisfactorio, los medios son diversos e independientes, al igual que el poder judicial. Sólo hay problemas limitados; 2) Democracia imperfecta (más de 6 y menos que o igual a 8 puntos): hay elecciones libres y transparentes, y las libertades civiles básicas son respetadas. Sin embargo, hay bajos niveles de participación política, problemas en el gobierno y una cultura política poco desarrollada debilitan el ejercicio de la democracia; 3) Régimen hibrido (más de 4 y menos que o igual a 6 puntos): las elecciones no siempre son libres y limpias, y es usual que los gobiernos presionen a la oposición. Además, la corrupción es un problema de agenda y tanto el Estado de Derecho como la sociedad civil son débiles. El poder judicial no es independiente y el acoso y presiones a periodistas son frecuentes; y 5) Régimen autoritario (menos de o igual a 4 puntos): muchos de los países enmarcados en esta categoría son dictaduras. Existen algunas instituciones democráticas pero no tienen peso en la sociedad. Si ocurren, las elecciones son fraudulentas. El poder judicial no es independiente. Los medios, en su mayoría, están en manos de los gobiernos o de grupos cercanos al poder. De esto se desprende que los críticos de los políticos de turno sufran represiones y sean censurados.
¿Cuáles fueron los resultados generales del Índice?
El promedio de la democracia global del último índice fue 5,37, o sea, 7 décimas por debajo del promedio del 2019 y el más bajo registrado por The Economist desde el 2006. Como era de esperar, esta regresión se debe, principalmente, a las políticas restrictivas que tomaron los gobiernos como respuesta a la amenaza del covid-19. Algo que nunca había ocurrido, es que hubo un “descenso democrático” en todas las regiones del mundo. En otras palabras, la pandemia azotó a la democracia.
Solamente 38 de 167 países registraron mejoras, siendo Taiwán el país que más progresó. Los estados de Europa y de América del Norte, con los países escandinavos en lo más alto, encabezan las democracias plenas. Por otro lado, 13 mantuvieron el mismo promedio del año anterior, mientras que Argelia, Burkina Faso y Mali fueron los países más afectados y que, a partir del 2020, pasaron a formar parte de la categoría de “regímenes autoritarios”.
DESTACADOS
La región de Asia fue la que mayor progreso registró. Japón, Corea del Sur y Taiwán obtuvieron más de 8 puntos y, ahora, acompañan a los países de Europa y América del Norte en la categoría ideal: las democracias plenas.
Que el continente oriental haya mejorado en el ejercicio de la democracia, no es sólo una cuestión de números y promedios. Esto implica que Asia fue la región que mejor manejó la pandemia: tuvo bajas tasas de mortalidad, un rápido repunte económico y los sistemas de salud no colapsaron. Gracias a esto, las sociedades no vieron afectadas sus libertades individuales significativamente.
Este es un escenario completamente opuesto a lo que ocurrió en Europa y en otras regiones del mundo. Invadidos por la incertidumbre, la mayoría de los gobiernos actuaron lento, los sistemas de salud funcionaron al tope de su capacidad y las sociedades perdieron la confianza en sus gobernantes, el punto que más debilita a las democracias. En términos de The Economist, la pérdida de confianza en los políticas atenta contra la participación política y la cultura política.
Que Asia haya mejorado y que Europa se haya quedado estancada, es señal de que el mundo está vivenciando un cambio en el balance de poder, de occidente a oriente. The Economist considera que esta tendencia, con el tiempo, sólo cobrará fuerza.
Otra evidencia que colabora con esta suposición es que en Europa, Francia y Portugal, las tradicionales potencias europeas y símbolos del bienestar en siglos pasados, sorprendentemente, bajaron a la categoría de democracias imperfectas.
¿Y qué ocurrió en América Latina?
Con un puntaje de 6,09, el 2020 es el quinto año consecutivo que bajó el promedio del Índice de la Democracia en la región. The Economist detectó que los indicadores proceso electoral y pluralismo y libertades civiles son las causantes de esta disminución.
Como en otros países, cuarentenas, cierres de fronteras y toques de queda fueron las medidas elegidas por los gobernantes como las mejores alternativas para reducir los efectos negativos del coronavirus. Sin embargo, la región no se libró del hecho que algunos gobiernos aprovecharon la emergencia sanitaria para reafirmarse en el poder.
En Nicaragua, por ejemplo, la Asamblea Nacional aprobó una modificación a la ley electoral para prohibir que candidatos opositores se presentaran a las elecciones. Por su parte, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, está gobernando por decreto desde que el Parlamento se disolvió en enero del 2020. Honduras, Guatemala y Bolivia acompañan a El Salvador en la categoría de regímenes híbridos, mientras que Nicaragua, Cuba y Venezuela son los regímenes autoritarios de la región, ocupando los lugares 120, 140 y 143 del ranking.
Donde América Latina más aparece representada es con 10 de sus países repartidos entre las democracias imperfectas del mundo. Estos son Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Panamá, Jamaica, Paraguay, Ecuador, Surinam y República Dominicana.
Esto da cuenta de que Latinoamérica es la región emergente más democrática del mundo, con más del 80% de su población viviendo en regímenes democráticos.
Una cultura política débil, las dificultades en crear y mantener instituciones destinadas a defender el Estado de Derecho y los continuos casos de corrupción, que parecen ser una huella imposible de borrar, son las causas que The Economist identifica y atribuye al trabado funcionamiento de la democracia en Latinoamérica.
De estas mismas razones se desprende el hecho de que los ciudadanos en la región perdieron la confianza en sus gobernantes. Y la pandemia, en muchos casos, acentuó este fenómeno.
Sin embargo, no todo es gris para América Latina. Uruguay (8,61 puntos), Chile (8,28) y Costa Rica (8,16) son los representantes latinoamericanos en la categoría de democracias plenas, ocupando los puestos 15, 17 y 19. Estos países demuestran que América Latina tiene condiciones para seguir un rumbo mejor.
A pesar de que en otros países las políticas restrictivas resultaron perjudiciales para la vida democrática y social, en Chile se celebraron elecciones. El 25 de octubre, los chilenos votaron a favor de la reforma de la Constitución actual (que data de la dictadura de Pinochet), y en abril del 2021 elegirán a las personas encargadas de redactar la nueva carta magna.
Bolivia, aunque está en la categoría de regímenes híbridos, celebró elecciones presidenciales en octubre del 2020, que dieron por ganador a Luis Arce. Gracias a esto, el puntaje de Bolivia en el índice subió de 4,84 en el 2019 (tras las elecciones fraudulentas de aquel año) a 5,08 en el 2020.
Conclusiones de The Economist
La democracia es más que la suma de las instituciones. Es una actitud hacia las personas. Los sistemas democráticos están diseñados para estar a tono con las necesidades de la sociedad, a través de su representación con partidos políticos y una robusta cultura de debate sobre los asuntos que afectan a toda la población.
A lo largo de los años, los distintos índices de The Economist demostraron que las instituciones democráticas y el Estado de Derecho no son suficientes para mantener una democracia plena. El condimento esencial e infaltable para que la democracia exista es la participación civil. Una ciudadanía activa que se involucre en su realidad es lo que hace a un ejercicio sano de la democracia.
Es por esto que el hecho de que las sociedades no se hayan movilizado de manera más ferviente por las políticas restrictivas de los gobiernos resulta muy grave para The Economist.
Si bien el riesgo que implica la pandemia justifica la reducción de manifestaciones públicas, los ciudadanos no deben olvidar que las democracias “florecen cuando ellos están dispuestos a cumplir su parte: debatir, elegir representantes y unirse a partidos políticos”. Sin estas acciones, la democracia se convierte en una cuestión exclusiva, de unos pocos. Durante la pandemia, si bien las redes sociales se convirtieron en el nuevo espacio público para expresarse, no fueron suficientes.
The Economist propone una visión que invita a los lectores a preguntarse, “incluso si una retirada de libertades es el precio que vale la pena pagar para salvar vidas, las libertades no deberían ser abandonadas irreflexivamente, deberían ser restauradas tan pronto como sea posible. ¿Cuántas muertes son aceptables como el precio de la libertad?”