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18.07.17

Más museos y ministerios después de cada elección

(El Líbero) En un país que atraviesa por un período de estrechez fiscal —producto de la situación económica externa, pero también por culpa de los errores cometidos por esta administración, que puso el foco en la redistribución en vez del crecimiento—, no hay espacio para promesas populistas o para compromisos electorales destinados a atraer votantes de determinado color político.
Por Patricio Navia

(El Líbero) Como si las soluciones a los problemas del país fueran nuevos ministerios, nuevos museos o nuevos días festivos, muchos políticos en campaña se apresuran en hacer promesas que tienen impacto fiscal negativo y que atentan contra la competitividad del país. Como si todavía no hubiésemos aprendido que las promesas electorales equivalen a cheques a fecha que eventualmente serán cobrados, muchos candidatos usan la temporada de campaña para empeorar la situación fiscal futura.

Aunque la acusación de populista ha sido usada por casi todos los candidatos contra todos los demás, una buena forma de identificar la condición de populista es asociándola a una promesa de mayor gasto público innecesario o imposible de financiar. Como la definición de lo que es necesario depende de las preferencias políticas —la gratuidad puede ser prioridad para los líderes estudiantiles y los padres con hijos en edad de estudiar, así como un mayor gasto en salud puede ser prioridad para los enfermos en lista de espera—, los procesos electorales permiten dirimir cuáles serán las prioridades del próximo Gobierno. Pero si bien al respecto hay legítimas diferencias, resulta difícil justificar alguna de las promesas electorales que se han hecho.

Tal vez una de las propuestas más injustificadas sea la que hizo el ex Presidente Sebastián Piñera de crear un Museo de la Democracia. Sería incomprensible dedicar cuantiosos recursos a construir un museo que honre la transición a la democracia, en vez de invertir esos recursos limitados en salud, pensiones o educación. Es más, en un país donde los derechos humanos de los niños más vulnerables son constantemente violados, parece un sinsentido prometer que se destinarán varios millones de dólares a un museo que honre la democracia, con el compromiso fiscal permanente de mayor gasto público que eso implica en sueldos de funcionarios, gastos de operación y oportunidades para el cuoteo político de militantes en cargos bien remunerados y perfectamente innecesarios.

Resulta especialmente incomprensible que haya sido el ex Presidente Piñera el candidato que hizo esa propuesta. Después de todo, él ha adoptado la impopular —pero fiscalmente responsable— posición de oponerse a la gratuidad universal en la educación superior por constituir una política pública que terminará focalizando recursos en chilenos que no lo necesitan, ya sea por los ingresos actuales de sus padres o por sus propios ingresos futuros. Si Piñera se ha atrevido a decirle a los estudiantes y a los defensores de la gratuidad que las personas que acceden a la educación universitaria estarán en condiciones de contribuir con mayores impuestos o devolviendo los préstamos educacionales cuando sean profesionales, resulta incomprensible que él mismo sea tan irresponsable como para realizar una promesa que implicará miles de millones de pesos de gasto permanente en el presupuesto, sólo con el objetivo de demostrar que es un líder moderado y que no se siente heredero, como muchos en la derecha, de la dictadura militar.

Es cierto que hay otras promesas electorales más populistas —y por cierto, más caras— que la propuesta del ex Presidente. De hecho, la mayoría de los candidatos en carrera se han comprometido con extender la gratuidad y avanzar hacia la gratuidad universal en educación superior. Las promesas de sistema de reparto en las pensiones o del fin de un sistema unificado de salud son igualmente caras y fiscalmente irresponsables. Pero responden a demandas populares en la sociedad: mejores pensiones, acceso a educación gratuita o salud de mejor calidad con un tiempo de espera razonable. La promesa de un Museo de la Democracia —así como la de nuevos ministerios o nuevos feriados— no responde a demandas igualmente populares. Esas son opciones de los propios candidatos que deciden actuar irresponsablemente.

En un país que atraviesa por un período de estrechez fiscal —producto de la situación económica externa, pero también por culpa de los errores cometidos por esta administración, que puso el foco en la redistribución en vez del crecimiento—, no hay espacio para promesas populistas o para compromisos electorales destinados a atraer votantes de determinado color político. Las urgentes prioridades que enfrenta Chile en educación, salud y pensiones debieran llevar a la clase política a no distraerse en promesas electoralmente polémicas, pero que en poco contribuyen a corregir las falencias del modelo.

Para asegurarnos de que Chile siga avanzando por el sendero del desarrollo de una economía de mercado con énfasis en la inclusión y la movilidad, la clase política, y en especial los candidatos presidenciales, debieran demostrar su capacidad para gobernar evitando hacer promesas que impliquen pérdida de productividad e innecesario gasto fiscal adicional.

Fuente: El Líbero (Santiago, Chile)