Artículos

22.03.17

Educación y frivolidad

(El Observador) No hay cambio en las políticas públicas si los gobernantes sucumben a la frivolidad. No hay cambios si los partidos políticos, que vertebran la acción de los gobiernos, no están convencidos de hacerlos. Pero tampoco se podrá concretar ninguna innovación realmente relevante si no hay soluciones bien formuladas desde el punto de vista técnico, a la vez ambiciosas y factibles.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) El Frente Amplio no ha gobernado la enseñanza con el sentido de urgencia que merece.

El Frente Amplio no ha sido, ni es, un partido frívolo. Nació en un tiempo dramático, de violencia, intransigencia y polarización. Fue una respuesta política atrevida, valiente, a las urgencias de la época. El FA no ha gobernado, desde 2005 hasta ahora, frívolamente. Más allá de si se comparte o no el rumbo adoptado, creo que no puede discutirse que abordó algunos retos cruciales del país con seriedad. Se las ingenió, por ejemplo, para reformar y relanzar el Estado de bienestar, para impulsar una nueva agenda de derechos (que no dudo en calificar como revolucionaria en el plano de la vida cotidiana) y para llevar adelante un vasto paquete de transformaciones en otros tantos temas de importancia mayor (desde el impulso a las energías renovables hasta la creación de la ANII).

Pero hay un asunto, un asunto importantísimo, clave por donde se lo mire, decisivo para el futuro de la democracia, la integración social y el desarrollo, en el que el FA, como partido de gobierno, se ha manejado hasta ahora lista y llanamente con frivolidad: la educación. Ni el acierto del Plan Ceibal, ni la puesta en marcha de diversos programas audaces, bien pensados y hasta conmovedores, como Maestros Comunitarios, ni algunas reformas incrementales en políticas muy específicas deberían llamarnos a engaño. A diferencia de lo que hizo en otras áreas, el FA no ha gobernado la enseñanza con el sentido de urgencia que merece.

Durante su primera presidencia, Tabaré Vázquez tuvo otras prioridades. Se puede entender. La agenda del gobierno fue muy ambiciosa. De hecho, en ese período hubo niveles de innovación muy altos, comparables a la de Luis Alberto Lacalle (que pisó el acelerador en las reformas pro-mercado) y al segundo mandato de Julio María Sanguinetti (que logró algunas proezas, como la Reforma de la Seguridad Social). La energía del FA como partido estuvo concentrada, en lo que a educación refiere, en la puesta en marcha de un extenso debate educativo que culminó en una no menos intrincada ley de Educación. La nueva norma, pese a sus buenas intenciones, no generó ningún cambio sustantivo en la calidad del servicio educativo.

José Mujica, en el plano discursivo (que en política es absolutamente clave) se tomó el tema con más seriedad que su predecesor. Habló, persuadió, construyó acuerdos, insistió en buscarle alguna vuelta. Es cierto que no logró mucho. Su legado más importante es haber contribuido, y en medida muy significativa, a instalar una imprescindible sensación de crisis, de urgencia, de alarma. La innovación en materia educativa pasó a ser prioridad en la agenda pública y un asunto central en las plataformas de todos los partidos políticos. Logró, incluso, que el propio Vázquez, durante su campaña electoral de 2014, se refiriera con frecuencia a la importancia de llevar adelante cambios de fondo en la educación.

Haciendo un balance de 10 años, descontados algunos méritos concretos ya señalados, es muy poco lo que puede rescatarse del FA en materia de educación. Diría que lo más significativo ha sido la tendencia al incremento del presupuesto para la educación. Acá, en este aspecto específico, la izquierda dominante no ha sido frívola. Corresponde advertir y festejar este mérito en la medida en que está fuera de discusión que no hay manera de mejorar de modo significativo el desempeño del sistema educativo sin multiplicar rápidamente el volumen de la inversión asignada.

Pero lo hecho a lo largo de estos 12 años de Era Progresista está muy por debajo de lo que se necesita. El FA, en política educativa, tiene saldo deudor. La instalación de la fundación Eduy21, animada entre otros por Fernando Filgueira y Juan Pedro Mir, dos de las principales figuras del primer elenco del Ministerio de Educación y Cultura del actual gobierno, es un clarísimo testimonio de hasta qué punto el partido de gobierno ha renunciado a tomarse el trabajo de llevar adelante cambios de fondo.

El país precisa mucho más que nuevos debates educativos. Claro que la participación es bienvenida. Los mejores cambios en las políticas públicas, los más inteligentes, los que terminan encontrando las mejores soluciones políticas y técnicas, son aquellos que incorporan muchas voces y "mezclan" (como recomendaba Aristóteles) muchos saberes. Pero el país no puede seguir dándose el lujo de discutir sin innovar. Me parece evidente que el gobierno, y el partido que lo anima, carece del sentido de emergencia que la cuestión merece. Dedican más energía y tiempo a sostener públicamente que la "sensación de crisis" es un invento de la oposición y de los medios de comunicación que a construir soluciones realmente innovadoras.

El presidente y su partido están en deuda. Esta deuda, en el largo plazo, es más onerosa que cualquier otra. La única esperanza que por ahora nos queda es que Eduy21 logre seguir formulando la hoja de ruta de cambios educativos en la que viene trabajando. No hay cambio en las políticas públicas si los gobernantes sucumben a la frivolidad. No hay cambios si los partidos políticos, que vertebran la acción de los gobiernos, no están convencidos de hacerlos. Pero tampoco se podrá concretar ninguna innovación realmente relevante si no hay soluciones bien formuladas desde el punto de vista técnico, a la vez ambiciosas y factibles.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)