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15.04.16

Dinero, poder y política

(El Observador) Hay demasiadas razones para pensar que en América Latina tener dinero puede ser más importante que escuchar a los electores. Uruguay ha sido, y sigue siendo, ejemplo de democracia. Es importante actuar a tiempo para que no se convierta en otra plutocracia decadente.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) En Argentina se activó una bomba de tiempo: Cristina Fernández declara ante la Justicia en la causa relacionada con el "dólar futuro" y fue imputada (aunque todavía no ha sido acusada) por el delito de lavado de dinero en el contexto de la investigación sobre la ruta del dinero K. Mauricio Macri, un millonario, acaba de cumplir cien días como presidente. En Brasil el sistema político se tambalea: hace demasiado tiempo que el dinero compra legisladores a diestra y siniestra. En Chile, el financiamiento de la política se ha vuelto un enorme problema que afecta profundamente la credibilidad de los principales actores. La divulgación de los Panamá Papers, en la medida en que involucra líderes políticos, echa leña en la hoguera del descrédito. Mientras tanto Donald Trump, un multimillonario, se abre paso en la lucha por la presidencia en EEUU. La estrecha relación entre dinero y política, en todos lados, se vuelve obvia y mina de modo sensible la confianza de la ciudadanía en la política.

Hace pocos años, a instancias de José Insulza desde la Secretaría General, la OEA publicó un libro excelente llamando la atención sobre este asunto. El punto de partida es completamente compartible: si el problema del dinero y la política es importante en todas partes, probablemente sea aún más grave en América Latina dada la debilidad congénita de sus instituciones democráticas y la escandalosa desigualdad reinante. El poder del dinero desvirtúa el vínculo entre elector y representante. Esta distorsión se registra en dos planos distintos. En primer lugar, el dinero afecta los procesos electorales: conspira contra la igualdad en las condiciones de competencia; distorsiona la agenda y limita las opciones; incrementa el poder de los medios de comunicación; contribuye a que influya más la propaganda (una buena agencia de publicidad) que el contenido programático y el debate. En segundo lugar, el dinero impacta en el ejercicio del gobierno: los que tienen más recursos tienen más capacidad de lobby y, por ende, a la corta o a la larga, más influencia en las políticas públicas; se dejan de aplicar políticas necesarias para el interés general; la acción de gobierno se aleja de las expectativas del electorado que lo eligió; se genera una poderosa fuente de corrupción.

Uruguay logró la pequeña gran hazaña de construir, en el continente de las dictaduras, una democracia razonablemente potente con niveles de desigualdad menos agraviantes que en otras partes del vecindario. Pero, en algunos momentos, cometimos el error de pensar que somos un "rincón bendito" a salvo de los problemas que martirizan a nuestros vecinos. Hace cincuenta años creíamos tener una democracia estable. La guerrilla y la dictadura nos hundieron rápida y trágicamente en la realidad latinoamericana. No tropecemos de nuevo con la piedra del conformismo. El vínculo entre dinero y política se ha vuelto un problema grave en el mundo y la región. Es necesario que también nosotros le prestemos más atención. Por ejemplo. La exitosa incursión del empresario Edgardo Novick en la política no se explica solamente por el dinero. Es evidente que sabe de política y que ha logrado sintonizar con las preferencias de una parte importante del electorado de la oposición. Pero a nadie se le escapa que el poder del dinero es parte fundamental de la explicación de su fulgurante ascenso.

Ya hay algunas señales valiosas orientadas a darle a este asunto un tratamiento más serio. Desde el terreno académico Daniel Chasquetti (Instituto de Ciencia Política, FCS-Udelar), viene llamando muy claramente la atención sobre las limitaciones de nuestras instituciones. En declaraciones a Búsqueda argumentó que los controles de la ley de financiamiento de los partidos (18.485) son demasiado débiles: "la ley no se cumple, no hay enforcement", explicó. Y agregó: "Uruguay debería crear un ente específico para controlar los gastos de campaña". Gran idea. De los partidos llegan también algunas señales alentadoras. El senador Pablo Mieres anunció que el Partido Independiente presentará iniciativas legislativas sobre el tema. Pedro Bordaberry sostiene que hay que bajar los gastos de las campañas y que, para eso, sería conveniente instaurar el voto electrónico. A su vez, José Mujica y Luis Alberto Heber, siempre según el informe de Búsqueda, vienen procurando tejer acuerdos para limitar el poder del dinero en la política. Falta pasar del dicho al hecho.

Hay demasiadas razones para pensar que en América Latina tener dinero puede ser más importante que escuchar a los electores. Uruguay ha sido, y sigue siendo, ejemplo de democracia. Es importante actuar a tiempo para que no se convierta en otra plutocracia decadente.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)