 09.03.16
09.03.16El horizonte de la alternancia y sus principales supuestos
(El Observador) La izquierda, que tanto jerarquiza en su discurso el Estado y su papel en el desarrollo, exhibe problemas serios para gestionar las empresas públicas. El confuso episodio de las credenciales académicas del vicepresidente Raúl Sendic agrega irritación, incrementa el desconcierto y siembra dudas dentro y fuera de tiendas frenteamplistas.Por Adolfo Garcé		
		
		
(El Observador) ¿Quo vadis, Uruguay?”, preguntó con perspicacia, ya sobre el  final, uno de los asistentes al evento de balance del primer año de la  segunda presidencia de Tabaré Vázquez organizado por Cadal la semana  pasada. Mi respuesta, muy breve dada la hora, fue: “Uruguay camina hacia  la alternancia”. Aprovecho este espacio para desarrollar este argumento  sabiendo que resulta polémico.
En primer lugar, a nadie se le  escapa que la región viene girando rápidamente hacia la derecha. Los  proyectos “progresistas” que signaron la primera década del siglo XXI o  ya fueron derrotados (como el justicialismo argentino) o están  enfrentando problemas gravísimos (como el petismo brasileño o el  chavismo venezolano). Es cierto: Evo Morales sigue sobreviviendo. Pero  fracasó en su intento de reformar la Constitución para viabilizar una  nueva reelección. También es cierto que Michelle Bachelet recuperó la  presidencia de Chile. Pero, otra vez, exhibe más problemas que  realizaciones. Los procesos nacionales están interconectados (lo que  ocurre en unos países incide en los otros). El retroceso de la izquierda  en un país favorece su derrota en otros. Pero no lo determina. Todo  depende, en última instancia, de variables domésticas.
En segundo  lugar, la probabilidad de la alternancia está ligada a la evolución de  la gestión de gobierno. La segunda presidencia de Tabaré Vázquez empezó  mal. Tan escasa fue su capacidad de innovación durante el 2015 que el  propio presidente, por cadena de radio y televisión, afirmó que “el  principal objetivo” logrado por su gobierno fue la “aprobación del  presupuesto”. Es poco. Muy poco. Defraudó las expectativas que él mismo  alentó durante una campaña electoral en la que no ahorró promesas. En  particular, frustró la esperanza de un cambio de fondo en la educación.  Es cierto: el gobierno tomó nota del descontento ciudadano que exhiben  los sondeos de opinión pública y viene intentando enderezar el rumbo. No  es menos cierto que no le resulta fácil. El FA está atrapado en sus  divisiones internas. Los astoristas, aunque ocupan cargos claves en el  gobierno de la economía, no logran controlar el desajuste macroeconómico  ni concretar mayores niveles de apertura comercial. Los desarrollistas,  a pesar de su amplio predominio en la bancada del FA, tampoco consiguen  impulsar su libreto, más “dirigista” y proteccionista que el de los  astoristas. Vázquez, debilitado, ya no puede inclinar la balanza.
En tercer lugar, la probabilidad de la alternancia depende  estrechamente de la evolución de la economía. No soy de los que piensa  que la economía explica la política. Pero tampoco tiene sentido negar su  obvia incidencia. La crisis económica 1999-2002 favoreció el triunfo  del FA. El ulterior crecimiento acelerado contribuyó a la persistencia  de la hegemonía frenteamplista. Del mismo modo, si la economía sigue  creciendo muy poco, el FA no podrá satisfacer las expectativas de sus  propios votantes. La izquierda se vuelve electoralmente todopoderosa  solo cuando logra compatibilizar crecimiento y redistribución. Cuando el  crecimiento se frena, la magia se rompe. Para retomar el camino del  crecimiento la izquierda debería resolver el empate interno entre  astoristas y desarrollistas. No puede. Para colmo de males, la inflación  está muy cerca de alcanzar los dos dígitos. Luces amarillas: bajo  crecimiento combinado con inflación. No hay que ser un experto en  Economía Política para comprender que, con un escenario así, la derecha  tendría la elección servida en bandeja.
En cuarto lugar, que se  concrete o no la rotación de partidos en el poder dependerá de cuánto  logre avanzar la oposición en la formulación de una alternativa creíble.  Algunos de los énfasis y ejes de una plataforma electoral alternativa  son bastante obvios para cualquiera que preste atención a la estructura y  dinámica de los discursos políticos en Uruguay: reforma educativa,  seguridad ciudadana, crecimiento económico, estabilidad macroeconómica,  apertura comercial, modernización del Estado, desregulación laboral. La  oposición tiene el gran desafío de terminar de convertir estos esbozos  temáticos en “sentido común” y propuestas concretas. Además, debe  demostrar que está en condiciones tanto políticas como técnicas de  ejecutar exitosamente su programa. En ambas dimensiones, dicho sea de  paso, le queda mucho camino por recorrer.
En síntesis: la región  se está inclinando hacia la derecha y Uruguay podría no ser la  excepción. El segundo gobierno de Vázquez empezó mal, y sus divisiones  internas afectan gravemente su capacidad de gestión e innovación. La  economía se enfrió mientras los precios tienden a aumentar. El programa  de una eventual coalición opositora se va delineando al mismo tiempo que  los líderes, lentamente, se van acercando. A esto hay que sumarle que  la credibilidad del FA está afectada. El cierre de Pluna y la crisis de  ANCAP son golpes muy fuertes. La izquierda, que tanto jerarquiza en su  discurso el Estado y su papel en el desarrollo, exhibe problemas serios  para gestionar las empresas públicas. El confuso episodio de las  credenciales académicas del vicepresidente Raúl Sendic agrega  irritación, incrementa el desconcierto y siembra dudas dentro y fuera de  tiendas frenteamplistas.
La rotación de partidos se va asomando  en el horizonte. El FA, como muestra la experiencia reciente en  Montevideo, puede evitar perder el poder. Pero, para ello, está obligado  a hacer un esfuerzo político extraordinario.
 
(El Observador) ¿Quo vadis, Uruguay?”, preguntó con perspicacia, ya sobre el final, uno de los asistentes al evento de balance del primer año de la segunda presidencia de Tabaré Vázquez organizado por Cadal la semana pasada. Mi respuesta, muy breve dada la hora, fue: “Uruguay camina hacia la alternancia”. Aprovecho este espacio para desarrollar este argumento sabiendo que resulta polémico.
En primer lugar, a nadie se le escapa que la región viene girando rápidamente hacia la derecha. Los proyectos “progresistas” que signaron la primera década del siglo XXI o ya fueron derrotados (como el justicialismo argentino) o están enfrentando problemas gravísimos (como el petismo brasileño o el chavismo venezolano). Es cierto: Evo Morales sigue sobreviviendo. Pero fracasó en su intento de reformar la Constitución para viabilizar una nueva reelección. También es cierto que Michelle Bachelet recuperó la presidencia de Chile. Pero, otra vez, exhibe más problemas que realizaciones. Los procesos nacionales están interconectados (lo que ocurre en unos países incide en los otros). El retroceso de la izquierda en un país favorece su derrota en otros. Pero no lo determina. Todo depende, en última instancia, de variables domésticas.
En segundo lugar, la probabilidad de la alternancia está ligada a la evolución de la gestión de gobierno. La segunda presidencia de Tabaré Vázquez empezó mal. Tan escasa fue su capacidad de innovación durante el 2015 que el propio presidente, por cadena de radio y televisión, afirmó que “el principal objetivo” logrado por su gobierno fue la “aprobación del presupuesto”. Es poco. Muy poco. Defraudó las expectativas que él mismo alentó durante una campaña electoral en la que no ahorró promesas. En particular, frustró la esperanza de un cambio de fondo en la educación. Es cierto: el gobierno tomó nota del descontento ciudadano que exhiben los sondeos de opinión pública y viene intentando enderezar el rumbo. No es menos cierto que no le resulta fácil. El FA está atrapado en sus divisiones internas. Los astoristas, aunque ocupan cargos claves en el gobierno de la economía, no logran controlar el desajuste macroeconómico ni concretar mayores niveles de apertura comercial. Los desarrollistas, a pesar de su amplio predominio en la bancada del FA, tampoco consiguen impulsar su libreto, más “dirigista” y proteccionista que el de los astoristas. Vázquez, debilitado, ya no puede inclinar la balanza.
En tercer lugar, la probabilidad de la alternancia depende estrechamente de la evolución de la economía. No soy de los que piensa que la economía explica la política. Pero tampoco tiene sentido negar su obvia incidencia. La crisis económica 1999-2002 favoreció el triunfo del FA. El ulterior crecimiento acelerado contribuyó a la persistencia de la hegemonía frenteamplista. Del mismo modo, si la economía sigue creciendo muy poco, el FA no podrá satisfacer las expectativas de sus propios votantes. La izquierda se vuelve electoralmente todopoderosa solo cuando logra compatibilizar crecimiento y redistribución. Cuando el crecimiento se frena, la magia se rompe. Para retomar el camino del crecimiento la izquierda debería resolver el empate interno entre astoristas y desarrollistas. No puede. Para colmo de males, la inflación está muy cerca de alcanzar los dos dígitos. Luces amarillas: bajo crecimiento combinado con inflación. No hay que ser un experto en Economía Política para comprender que, con un escenario así, la derecha tendría la elección servida en bandeja.
En cuarto lugar, que se concrete o no la rotación de partidos en el poder dependerá de cuánto logre avanzar la oposición en la formulación de una alternativa creíble. Algunos de los énfasis y ejes de una plataforma electoral alternativa son bastante obvios para cualquiera que preste atención a la estructura y dinámica de los discursos políticos en Uruguay: reforma educativa, seguridad ciudadana, crecimiento económico, estabilidad macroeconómica, apertura comercial, modernización del Estado, desregulación laboral. La oposición tiene el gran desafío de terminar de convertir estos esbozos temáticos en “sentido común” y propuestas concretas. Además, debe demostrar que está en condiciones tanto políticas como técnicas de ejecutar exitosamente su programa. En ambas dimensiones, dicho sea de paso, le queda mucho camino por recorrer.
En síntesis: la región se está inclinando hacia la derecha y Uruguay podría no ser la excepción. El segundo gobierno de Vázquez empezó mal, y sus divisiones internas afectan gravemente su capacidad de gestión e innovación. La economía se enfrió mientras los precios tienden a aumentar. El programa de una eventual coalición opositora se va delineando al mismo tiempo que los líderes, lentamente, se van acercando. A esto hay que sumarle que la credibilidad del FA está afectada. El cierre de Pluna y la crisis de ANCAP son golpes muy fuertes. La izquierda, que tanto jerarquiza en su discurso el Estado y su papel en el desarrollo, exhibe problemas serios para gestionar las empresas públicas. El confuso episodio de las credenciales académicas del vicepresidente Raúl Sendic agrega irritación, incrementa el desconcierto y siembra dudas dentro y fuera de tiendas frenteamplistas.
La rotación de partidos se va asomando en el horizonte. El FA, como muestra la experiencia reciente en Montevideo, puede evitar perder el poder. Pero, para ello, está obligado a hacer un esfuerzo político extraordinario.


