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17.02.16

El precio de votar por el «Sí» en Bolivia

El «No» puede suponer la gran oportunidad de la sociedad boliviana para exigir más y mejores líderes, independientemente de su color político. El «No» puede suponer el fin de los cheques en blanco y, a partir de los logros construidos, afrontar los retos pendientes: Bolivia es aún un país con presos políticos, con exiliados forzosos, con un narcotráfico en alza y con unos endémicos niveles de corrupción que la clase política no se esfuerza en erradicar.
Por Pamela Asturizaga O.

El próximo 21 de febrero Bolivia se la juega. Bolivia se juega la permanencia de Evo Morales, que ya es el presidente más longevo de su historia democrática. El partido se juega en forma de Referéndum Constitucional en el que sus seis millones y medio de electores deben decidir si dan carta blanca al presidente para que pueda seguir gobernando hasta el año 2025.

La Constitución vigente, aprobada por referéndum en el año 2009 tras una intensa campaña del partido de Evo Morales, el Movimiento al Socialismo (MAS), limita el mandato presidencial a solo dos periodos consecutivos. Sin embargo, de acuerdo con la reinterpretación impulsada por el propio Gobierno, y avalada por el Tribunal Constitucional Plurinacional, el Estado fue re-fundado ese año. Este recurso permitió que Morales pudiera postularse dos veces más a la presidencia, y así lo hizo. Pero ahora, si el Presidente quiere seguir en su cargo hasta 2025, no basta con reinterpretar el texto Constitucional, debe cambiarlo.

Un cambio constitucional ad hoc no es algo nuevo en América Latina. Países como Venezuela y Nicaragua ya lo hicieron para mantener en el poder a sus líderes durante décadas sin cortapisas legales. Durante este tiempo, sus países han pasado por una concatenación de crisis políticas y sociales. Sin embargo, la democracia establece que el destino de la nación radica en la voluntad del pueblo. Entonces, ¿por qué no dejar que los ciudadanos elijan a sus gobernantes sin importar el tiempo que ostenten el poder?

Bolivia, como muchos de sus vecinos, mantiene un sistema presidencialista con las particularidades de su propia cultura política. El presidente es la figura principal de la cosa pública, el mandatario estrella que disfruta de atribuciones que con frecuencia entran en conflicto con la separación de poderes típica de un estado democrático. La historia reciente de América Latina ha demostrado que esta acumulación de poder se traduce en un debilitamiento de la institucionalidad, en el veto a las leyes aprobadas por el parlamento y en una gobernabilidad a golpe de decreto. Entonces, ¿por qué Venezuela y Nicaragua dotaron a sus presidentes de tales poderes? Tal vez sea la nostalgia caudillista y paternalista la que hace que países con un pasado dictatorial apuesten por estas formas de gobierno.

“La democracia consiste en poner bajo control al poder político”, decía Karl Popper.

A Bolivia le ha costado siglos tener la democracia de la que disfruta hoy en día. Las políticas de Evo Morales se han traducido en un descenso de los niveles de pobreza, en una mayor democratización de la educación y la recuperación de la soberanía energética. Sin embargo, antes de su llegada al poder en el año 2006, la senda hacia una democracia real comenzó gracias a políticos, partidos y gobiernos de distintas ideologías. Una clase política que el presidente ha situado en el punto de mira bajo la retórica del enemigo. Morales recurre al insulto y emplea esta dialéctica del adversario contra antiguos presidentes y políticos sabiendo que éstos son incapaces de ejercer una oposición sólida. Sin embargo, los representantes de estos gobiernos fueron los primeros que acuñaron una serie de leyes como el voto universal producto de la Revolución de 1952 o Ley de Participación Popular de 1994, medidas que posibilitaron los cambios sociales y permitieron que un indígena como Morales llegara al poder hace 10 años.

A solo unos días de los comicios, el referéndum se ha convertido en lo que el gobierno quería: un plebiscito de apoyo o no a Evo Morales. El oficialismo ha utilizado muy bien en su campaña el discurso del imperialismo y neoliberalismo, al estilo “no volverán” venezolano. Por otro lado, la oposición ha optado por una estrategia de no confrontación y ha dejado que los escándalos de corrupción del entorno presidencial sean quienes desgasten la figura de Morales. Sin embargo, la suma de estos dos factores resulta insuficiente para poner de manifiesto lo que verdaderamente está en juego el próximo domingo: el destino de los bolivianos durante las próximas décadas.

El “No” puede suponer una foto de las conquistas democráticas. La prueba fehaciente de que el país ha dejado atrás su adolescencia democrática y avanza por la senda de la madurez. El “No” puede suponer la gran oportunidad de la sociedad boliviana para exigir más y mejores líderes, independientemente de su color político. El “No” puede suponer el fin de los cheques en blanco y, a partir de los logros construidos, afrontar los retos pendientes: Bolivia es aún un país con presos políticos, con exiliados forzosos, con un narcotráfico en alza y con unos endémicos niveles de corrupción que la clase política no se esfuerza en erradicar.

Aprender a decir “No” supone un salto a la madurez. ¿Es madura Bolivia?