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04.02.16

Petróleo y política

(El Observador) Bienvenido el «petroleoescepticismo». Siempre y cuando no nos paralice, y nos ayude a elaborar colectivamente una política petrolera transparente, sustentable ambientalmente, al servicio de un proyecto de desarrollo basado en la innovación.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) Durante los últimos días se ha instalado en el país un intenso debate respecto a si es deseable o no que aparezca petróleo en nuestra plataforma continental. Quienes manifiestan sus dudas (o, directamente, consideran que es mejor olvidarse del petróleo) manejan tres argumentos poderosos. En primer lugar, sostienen que la riqueza de las naciones no depende del “oro negro” (ni de otras riquezas naturales) sino de la “materia gris”, es decir, del desarrollo del sistema nacional de innovación, ciencia y tecnología. En segundo lugar, argumentan que la explotación de este tipo de recursos naturales, especialmente cuando son abundantes, genera corrupción. En tercer lugar, alertan sobre el riesgo ambiental implícito en las profundísimas perforaciones planeadas (romperían el récord mundial superando los 6.000 metros).

Los tres argumentos son excelentes. Estoy tres veces de acuerdo: el recurso más importante de un país es la inteligencia de su gente, la abundancia facilita la corrupción y el peligro ambiental está lejos de ser menor. Pero quiero dar un paso más. Los tres argumentos, en última instancia, se apoyan en un supuesto tan serio como preocupante que hay que explicitar para poder discutir sobre todo esto todavía un poco mejor: nuestro sistema político no estaría en condiciones de garantizar un manejo responsable de la eventual riqueza petrolera. Si encontráramos petróleo en la profundidad del Río de la Plata desaparecería de la superficie de las agendas de gobierno la preocupación por la innovación (que tantos años nos llevara instalar). Y no seríamos capaces de evitar la corrupción ni de controlar el impacto ambiental.

Me encantaría poder escribir que estos temores son infundados. Lamentablemente no puedo. Los tres riesgos existen y lo peor que podemos hacer es ignorarlos. Es cierto: todo puede salir mal. Admito que es posible que el sistema político uruguayo no esté a la altura del desafío. Hasta ahí, estoy de acuerdo con los “petroleoescépticos”. Pero solamente hasta ahí. No creo necesario ni conveniente dar el paso siguiente. No hay que inferir que es preferible que no exista petróleo o que su explotación no sea rentable. De ninguna manera. Su eventual explotación comercial no implica solamente riesgos. Al mismo tiempo, como resulta obvio, entraña grandes beneficios potenciales. No tiene sentido que el país renuncie a priori a esa renta. No nos sobran los recursos. No podemos darnos el lujo de renunciar a tomarnos el trabajo de explotar responsablemente un recurso natural que sigue siendo valioso.

La abundancia de recursos naturales no es un problema. La riqueza no debilita necesariamente las instituciones políticas ni genera automáticamente líderes irresponsables. Es cierto que hay muchos ejemplos de este tipo, especialmente en la región. Pero también hay de los otros. Ningún canadiense argumentaría que la enorme riqueza mineral del subsuelo de este país ha sido un problema para el desarrollo. Canadá fue y sigue siendo capaz de hacer todo a la vez: explotar los recursos naturales (es el quinto productor mundial de petróleo), apostar a la innovación, controlar la corrupción y minimizar el daño ambiental (aunque tiene pendiente el desafío de minimizar sus emisiones de CO2). La clave del éxito, desde luego, está en la calidad de sus instituciones y en la lucidez de su liderazgo político. Uruguay no es Canadá. Pero tampoco somos Venezuela.

Hay buena madera en nuestro sistema político. Tabaré Vázquez, después de meses de hibernar, acaba de demostrarlo. Ayer mismo, se reunió con los expresidentes a discutir las bases de una política de Estado en materia petrolera. Si esta convocatoria fuera el primer paso en la construcción de un amplio debate público podríamos esperar lo mejor y no lo peor. Para sentar las bases de una política petrolera de alta calidad no alcanza obviamente con escuchar a los expresidentes. Además, hay que involucrar a la cúpula de todos los partidos, al Parlamento, a las principales agencias del Estado implicadas (desde el Ministerio de Industria, Energía y Minería a ANCAP, pasando por la Oficina de Planeamiento y Presupuesto), a organizaciones ambientalistas de la sociedad civil, y a expertos tanto de nuestro sistema universitario como de otros países.

No tenemos derecho a ignorar los riesgos que tan oportunamente se han señalado. Pero tampoco nos conviene hundirnos en el fatalismo. Uruguay no se destaca en el mundo por la riqueza de sus recursos naturales. Aunque a veces lo perdamos de vista, la política es una de nuestras fortalezas en términos comparados. Claro que tenemos mucho que aprender de otros países también en este sentido. Es cierto que nuestra democracia es mejor representando a la ciudadanía y procesando demandas sociales que elaborando políticas públicas sofisticadas. No cabe duda de que las instituciones estatales siguen siendo, desde el punto de vista de su capacidad técnica, menos potentes de lo deseable. También es evidente que a la hora de tomar decisiones sobran cálculos de corto plazo y faltan miradas con más perspectiva. Pero los cimientos de nuestra política son buenos. Los que nos miran de lejos lo saben bien.

Bienvenido el “petroleoescepticismo”. Siempre y cuando no nos paralice, y nos ayude a elaborar colectivamente una política petrolera transparente, sustentable ambientalmente, al servicio de un proyecto de desarrollo basado en la innovación.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)