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03.12.15

Sale Laclau, entra Saint-Simon

(7 Miradas) Dado que la percepción predominante es que este Estado más grande está presente formalmente, pero no asegura ciertos resultados, Macri va a tratar de transformarlo incorporando lógicas del mundo privado, «administrando las cosas», y no poniendo énfasis en el conflicto como herramienta política central. Eso es algo parecido a un cambio de paradigma.
Por Carlos Fara

(7 Miradas) El kirchnerismo tuvo entre sus ideólogos al politólogo argentino Ernesto Laclau. Esta vertiente agudizaba la faceta ideológica y agonal de la política, tomando distancia de la fase light de Menem + De la Rúa. El contexto lo promovió: como toda época de grandes cambios, se necesita ordenar la realidad con un relato que le dé sentido.

Esa fase se agotó: todo ciclo sufre un cansancio cultural tarde o temprano. Sus ejes ya no movilizan como antes, producto de cierta saturación. Por eso, las renovaciones terminan imponiéndose (y requieren de un nuevo relato).

El debate de fondo que se dio en la Argentina de 2015 pasaba por dos ejes: 1) el estilo de liderazgo, y 2) el modelo socioeconómico. En ambos la demanda mayoritaria pasaba por la moderación. Estilo más dialoguista, abierto y humilde, acompañado de un justo medio entre el Estado y el mercado. En ambos ejes la sensación era que había desequilibrio.

Hace 200 años, el Conde de Saint-Simón hablaba de pasar del “gobierno de las personas a la administración de las cosas”. Para algunos esto implica una fase “pos-política”. Más allá de las denominaciones, la diferencia es profunda: mientras que para unos en lo público predomina el conflicto inevitablemente al transformar la realidad, para otros se trata de buscar las mejores soluciones técnicas, lo que garantizaría cierta armonía.

La mayoría está a favor de la presencia del Estado en ciertas actividades productivas claves. Pero al mismo tiempo piden que haya un manejo eficiente y que en ciertas responsabilidades indelegables -seguridad, salud, educación- la prestación sea bastante satisfactoria. Estado grande y eficiente, sí. Estado con exceso de burocracia y burócratas, no.

Dado que la percepción predominante es que este Estado más grande está presente formalmente, pero no asegura ciertos resultados, Macri va a tratar de transformarlo incorporando lógicas del mundo privado, “administrando las cosas”, y no poniendo énfasis en el conflicto como herramienta política central. Eso es algo parecido a un cambio de paradigma.

Si Macri está o no acertado respecto del equipo con el que saldrá a la cancha el 10 de diciembre será una discusión eterna que sólo se saldará con la evolución favorable de algunos indicadores objetivos, y con el dictamen de la elección de 2017. Pero en todo caso, tiene que ver con cierto clamor de “pago demasiados impuestos, pero no me regresa nada”.

El futuro presidente decidió jugar con un equipo a su imagen y semejanza de ingeniero obsesivo por los resultados y la eficiencia. Un grupo que es una extensión del gabinete en la CABA, y en el que seguramente confía.

Tenía una opción alternativa: hacer un gabinete de figuras más representativas del 51,3 % que lo votó en el balotaje, atendiendo a la heterogeneidad. Macri no creyó en eso. Prefirió más homogeneidad y menos política. El razonamiento no es descabellado: “la política me amortiguará mejor las crisis; sin embargo, a la larga sin resultados concretos dirán que soy un bien intencionado pero que no doy en la tecla” podría reflexionar el líder.

Como la realidad es menos lineal y más compleja cuando se trata de interactuar con ella, quizá haya ciertas dosis de uno y de otro. Una suerte de “Lasimon” o “Saintclau”. La política es como el oxígeno: no se puede vivir sin ella, ya que es inherente al ser humano en comunidad. Los que mutan son los formatos con que se expresa.

Fuente: 7 Miradas (Buenos Aires, Argentina)