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23.10.15

El modelo populista ya no es más modelo: los casos de Argentina, Venezuela y Brasil

El modelo populista, relativamente viable en un economía simple y meramente extractiva, no funciona y hace mucho daño en una economía más avanzada, que tiene sectores medios importantes, con las demandas de bienes y servicios y de calidad institucional que esta clase social exige.
Por Pablo Díaz de Brito

Dilma Rousseff y el PT siguen envueltos en el fantasma del juicio político, que se aleja por un momento y luego vuelve a la carga; con Lula también en ruta de aproximación al banquillo (ya hizo su primera declaración ante un fiscal). El Petrolao o Lava Jato y sus ramificaciones no perdonan. Venezuela, en tanto, aparece devastada (entre 160 y 200% de inflación para este año; "apenas" 80% para el gobierno) con un presidente que no es destituido por el Legislativo simplemente porque en Venezuela ya no hay democracia, sino el modelo autoritario instaurado por Hugo Chávez. En Argentina, el kirchnerismo termina con una imagen muy opaca y una crisis económica que solo en el propio país se pone en duda o se niega. La mala praxis económica e institucional propia del populismo generó un cuadro de estancamiento con altísima inflación, fuga de capitales-cepo, falta de inversiones y consumo subsidiado por el Estado. A ese cuadro se suman la degradación institucional: las "cadenas" presidenciales en serie, el Parlamento reducido a una caricatura, las "apretadas" públicas y privadas a los jueces y tantas otras aberraciones que se han naturalizado en estos años.

Por esta muy mala performance en tres países de referencia, en pocos años el modelo populista, que entró en auge a inicios de los 2000 en América latina, ha perdido casi todo lustre y atractivo en poco tiempo. Ha dejado de ser modelo, justamente. Por supuesto, es erróneo meter en la misma bolsa al Brasil del PT donde hay, como muy bien saben Lula y Dilma, una división de poderes real y amplias libertades de prensa y de expresión. Hubo además, en los gobiernos de ambos presidentes petistas, "ortodoxos" al frente de la economía (no sólo ahora, con Joaquim Levy: todo el primer cuatrienio de Lula y al menos el primer bienio de Dilma tuvieron el signo del "neoliberalismo" en la gestión de la economía). Pero ambos apretaron demasiado el acelerador del gasto en busca de sus elecciones o reelecciones. Y es claro que en el Nordeste, bastión electoral del PT y corazón de la pobreza endémica, hay clientelismo y manipulación a raudales (Dilma se cansó de repetir en su última campaña que "si ganan ellos les van a quitar los programas sociales").

En Argentina, en cambio, debe diagnosticarse una democracia menoscabada y una política económica que hace eje en el sobregasto y la inflación. En Venezuela las cosas están todavía peor: la democracia ha muerto en etapas, según el plan dictatorial de Chávez. Si en diciembre próximo ocurre la anomalía de que gane la oposición las elecciones parlamentarias, sólo será una señal del retroceso de la dictadura, no de su carácter. La economía venezolana, por la aplicación sin freno de este modelo durante más de 15 años, simplemente ha colapsado. Venezuela es el único país sudamericano que sufre carestías crónicas de bienes básicos, además de una caída de actividad del 10% del PBI.

Los tres casos, diversos pero con factores comunes, indican que las alternativas de izquierda, moderadas o no, republicanas o populistas, han perdido "gancho" y plafond. De inapelables modelos han pasado a ser casi impresentables (Venezuela) o muy cuestionados y con muy mala imagen interna e internacional (Argentina y Brasil). Respecto de 2007- 2011 el retroceso es innegable. Los excesos del modelo institucional y económico están a la base de este desgaste, mucho más que las presuntas o reales crisis internacionales y la caída de precios de las materias primas. Estas últimas actúan como catalizador, nunca como causa. El mejor ejemplo es el precio del petróleo en Venezuela. Su caída -iniciada recién a mediados de 2014- es muy posterior a la aparición de todos los demás factores de la crisis económica, todos ellos causados por el régimen chavista. En Argentina pasa algo casi idéntico. La inflación de dos dígitos desde 2006, el súper déficit fiscal, el "cepo" (impuesto en octubre de 2011 por la masiva fuga de capitales, no por falta, entonces, de "dólares comerciales"), poco o nada tienen que ver con la caída del precio de la soja. Como contra-ejemplos, Perú, Chile, Colombia, Uruguay y Paraguay también sufren la caída de sus principales productos de exportación (minerales y alimentos) y sin embargo sólo sufren una moderación de su crecimiento, de ninguna manera recesión y mucho menos alta inflación.

Las crisis económicas en Venezuela y Argentina resultan entonces estrictamente endógenas, Brasil parece un caso mixto. La persistente mala praxis económica del populismo es la causa principal de estas crisis.

A la vez, el modelo populista se aplica con relativo éxito en Bolivia y Ecuador. Los dos tienen baja inflación y fluido acceso al crédito internacional, pese a haber llevado el gasto a alrededor del 50% del PBI. Pero los gobiernos de Evo Morales y del economista formado en EEUU, Rafael Correa, tienen mucho más cuidado con indicadores económicos clave, como  el déficit fiscal, el superávit comercial y la inflación. Pero debe apuntarse otra diferencia, más de fondo, estructural: Venezuela, y aún más Argentina, son países con un nivel de desarrollo y complejidad mucho más alto que Bolivia y Ecuador.

Parece claro que el modelo populista, en especial cuando es aplicado al extremo como hace el chavismo, demuele rápidamente a una economía medianamente evolucionada como era Venezuela. Las mismas disfuncionalidades se observan en Argentina, atenuadas respecto del caso extremo venezolano. La puja por acceder a dólares en los dos países es expresión de la existencia de consistentes franjas medias de población, habituadas a un contacto fluido con el mundo, con sus servicios y sus productos. La conclusión es, entonces, que el modelo populista, relativamente viable en un economía simple y meramente extractiva, no funciona y hace mucho daño en una economía más avanzada, que tiene sectores medios importantes, con las demandas de bienes y servicios y de calidad institucional que esta clase social exige. En Bolivia, Evo puede desentenderse de las demandas de la exigua clase media local; en Argentina, la pérdida del voto de esta clase social trajo a partir de 2013 el fin de ciclo del kirchnerismo, que este domingo se formaliza con las elecciones.