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20.10.15

«Diez razones para votar a Macri, dos para que gane Scioli»

(TN) Es claro que sería de desear que la alternancia y el pluralismo no queden de nuevo asociados con la ingobernabilidad. Y es también atendible el punto sobre la desproporción de recursos institucionales en manos de unos y otros. Pero hay al menos dos contraargumentos que cabe tener en cuenta.
Por Marcos Novaro

(TN) Su gestión en la Ciudad, más allá de cuestiones puntuales, es infinitamente más honesta y transparente de lo que han sido las de los Kirchner, o las de Scioli.

Promovió y jerarquizó bienes y servicios públicos con un criterio mucho más progresista e inclusivo que el estatismo prebendario y el verso ideologizado del FPV contra los mercados, que solo han servido para engordar el presupuesto público y multiplicar el clientelismo, tanto para ricos como para pobres. Encima con mucha menos generosidad para éstos que para aquéllos.

Se financió con impuestos mejores en términos sociales y de eficiencia productiva, pues se cargaron sobre todo a la propiedad. Mientras los gobiernos nacionales y la mayoría de los provinciales vienen discriminando con su carga impositiva a la producción y la actividad económica (ingresos brutos, IVA), las exportaciones (retenciones), las inversiones y el consumo popular (inflación).

Apostó a un acuerdo de partidos amplio, atento al fortalecimiento de sus aliados y no a hacerles la interna y fracturarlos para cooptar a sus componentes electoralmente atractivos, como han hecho tantos otros en los últimos tiempos. Mostrándose abierto a distintas perspectivas ideológicas y generoso en la distribución de espacios. De lo que pueden dar fe no sólo los radicales, que sacarán su cuota de beneficios aunque Macri no sea presidente, sino también Margarita Stolbizer.

Entiende los derechos humanos como cemento de la convivencia, a diferencia del ideologismo faccioso que los convirtió en arma de quienes se consideran moralmente superiores al resto del universo y se victimizan constantemente para legitimar atropellos contra los derechos ajenos.

Lidiando con las tradiciones y creencias en que abreva buena parte de su inicial base partidaria y electoral ha sabido modernizar el enfoque de su fuerza sobre los nuevos derechos, la libertad e identidad sexual, las cuestiones de género y salud reproductiva.

Pagó costos por no dejarse arrastrar en el juego extorsivo que recurrentemente nos impone una visión puerilmente nacionalista de los problemas argentinos. En particular, respecto a los acumulados por la mala gestión de nuestras deudas impagas, de la explotación petrolera y de la prestación de casi todos los servicios públicos.

Ofrece una visión bastante más realista y moderna que el común de la dirigencia argentina sobre los desafíos que supone administrar el mercado cambiario, promover inversiones externas, mejorar el comercio exterior y en general cultivar una relación de confianza y colaboración con el mundo democrático y desarrollado.

Es seguramente sincero cuando propone elegir dos constitucionalistas de prestigio para cubrir las vacantes de la Corte Suprema, y no participar del toma y daca que propone el actual oficialismo para resolver el asunto.

Por último, partiendo de que conviene siempre votar antecedentes de gestión y liderazgo antes que campañas, aunque las de Scioli y de Massa han sido en varios aspecto mejor diseñadas e instrumentadas que la de Cambiemos, ese es antes que un motivo para preferir a sus principales contrincantes uno para relativizar sus supuestas ventajas sobre la postulación de Macri.

ARGUMENTOS PARA VOTAR A OTROS CANDIDATOS

Claro que pueden también enumerarse con toda racionalidad muchos argumentos, más allá de las campañas, para votar a otros candidatos de oposición, o al oficialista Scioli. Todos en estos días estamos haciendo nuestras listas, y algunas serán bastante más floridas que la recién enumerada, para justificar nuestras preferencias en estas elecciones.

Pasar revista a esas otras listas y discutirlas supera las posibilidades de este artículo. Bastará por de pronto con atender a los dos principales argumentos que están en todas ellas, explícita o implícitamente planteados.

El primero lo agitan sobre todo los oficialistas: que Macri y Cambiemos no tienen los recursos políticos e institucionales para gobernar, se amputaron la posibilidad de conseguirlos cuando se negaron a aliarse con Massa y otros disidentes peronistas, y fueron detrás de la ilusión de representar “la nueva política”.

Así que conviene que el peronismo siga al frente del estado. Gobernarán mal, como lo demuestran las gestiones nacionales y bonaerenses y lo creen la amplia mayoría de los electores, incluidos muchos de quienes los apoyan. Pero eso es mejor que el desgobierno, más todavía en una situación de escasez como la que tenemos por delante.

El segundo, preferido por muchos opositores, sostiene que dados este horizonte de escasez y la complejidad y volumen de los problemas acumulados conviene al país, a la democracia y en particular a la propia oposición que sea el propio peronismo el que se haga cargo de gestionar la salida.

De otro modo se correrá un serio riesgo de repetir la experiencia de gobiernos no peronistas compelidos a defender un orden creado por los peronistas, pero ya inviable, y que les estalla en las manos apenas asumen, tras lo cual dan paso a nuevas versiones del peronismo que recogen los pedazos y salvan el día.

Es claro que sería de desear que la alternancia y el pluralismo no queden de nuevo asociados con la ingobernabilidad. Y es también atendible el punto sobre la desproporción de recursos institucionales en manos de unos y otros. Pero hay al menos dos contraargumentos que cabe tener en cuenta.

Primero, que el peronismo ya está muy dividido y va a estarlo aún más si pierde estas elecciones, así que no será tan difícil construir una mayoría legislativa alternativa. Que por otro lado tampoco Scioli tiene garantizada: si llegara a la Presidencia lo haría teniendo en principio menos legisladores propios que Macri.

Segundo, no habría que dar por hecho que con un gobierno de Scioli el peronismo se vería obligado finalmente a hacerse cargo de sus propios desaguisados, y tanto él como la sociedad aprenderían entonces de una buena vez las contraindicaciones del populismo irresponsable y la utilidad de la alternancia. Ya demasiadas veces se ha apostado a una “crisis aleccionadora” que nunca se concreta como para que sigamos creyendo en los aprendizajes vía escarmiento.

Por algo Scioli tiene al tope de su agenda recurrir a dosis masivas de endeudamiento: para evitar hacer cambios, al menos al comienzo de su gestión. Hay quienes lo apoyan creyendo que los hará más adelante. Pero es muy probable que tras haber comprado los apoyos necesarios para sobrevivir no le quede mucho para financiar esas innovaciones con que sueñan los optimistas. Ni tampoco tendrán él ni sus aliados muchas razones para tomarse el trabajo de encararlas.

Scioli, por otro lado, puede intentarlo y fracasar, o fracasar sin intentarlo. Y en ambos casos conducir a una situación que no sea más favorable que la que tenemos hoy a la mano para convencer a la sociedad de la conveniencia de cambiar, de intentar con otros actores y otras políticas. Como está intentando ahora, el peronismo buscará en ese caso reinventarse, le echará la culpa de sus errores al imperialismo, la conspiración antiargentina o lo que sea, y nos invitará a “conservar lo que tenemos”.

Habremos descubierto entonces que desperdiciamos otros cuatro años, para encontrarnos con los mismos problemas apenas redecorados.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)