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02.02.15

Jaime Stiuso, ¿un Edgar Hoover criollo?

(TN) Los Kirchner se comportaron con Stiuso tal como Nixon hizo con Hoover. Y por cierto que encontraron en él una disposición inagotable a colaborar. Pero el problema no es el chancho sino quien le da de comer. Y éste no se puede quejar si el chancho engorda tanto que llega un momento en que no tiene dónde meterlo.
Por Marcos Novaro

(TN) Los dos sirvieron a gobiernos de muy diversa orientación. Hoover empezó su carrera alimentando y atendiendo las primeras fobias anticomunistas de los gobiernos norteamericanos, en la década de 1920, luego trabajó para F. D. Roosevelt, más tarde para los de nuevo obsesionados anticomunistas de la segunda posguerra, y en los años sesenta con los reformistas Kennedy y Johnson, para terminar su largo recorrido al frente del FBI, y su vida, con Richard Nixon en la presidencia.

Stiuso empezó su no tan larga pero aún más sinuosa carrera con la última dictadura militar, y eso habla ya suficientemente sobre sus inclinaciones anticomunistas, peroparece no haber tenido ningún inconveniente en colaborar con los Kirchner durante más de una década, bajo las órdenes de funcionarios que seguramente podrían haberse contado entre sus víctimas treinta o cuarenta años atrás.

Los dos, Hoover y Stiuso, espiaron a muy diversos enemigos. El primero pasó de las primeras organizaciones obreras en los años veinte a las bandas filonazis que le hacían la vida imposible a Roosevelt en la década siguiente; con el Macarthismo se dedicó a perseguir artistas de izquierda y a Martin Luther King y sus colegas del movimiento de derechos civiles; pasó luego a la mafia y a los racistas del Ku Klux Klan, para terminar de nuevo con los comunistas y los enemigos políticos de cualquier pelaje que le señalaran Johnson o Nixon.

Al final de su carrera Stiuso parece haber desarrollado una similar indiferencia y versatilidad. Le dio lo mismo colaborar con fiscales y jueces que apretarlos, y mantener informado al Ejecutivo tanto sobre sus enemigos como sobre sus aliados.

Eso no significa que no hayan tenido preferencias. Los dos súper espías fueron consecuentes anticomunistas. Pero eso vuelve aún más llamativo que tuvieran la neutralidad valorativa suficiente para, si se los exigía la lealtad que debían a los gobernantes de turno, y sobre todo su propia necesidad de sobrevivencia, espiar al objetivo que fuera.

Los dos además tuvieron debilidad por las escuchas clandestinas, y la costumbre de guardarlas bajo siete llaves, como recursos personales de poder. Aunque algunos dicen que las historias sobre archivos súper secretos de Hoover sobre los presidentes norteamericanos y sus gabinetes son solo mitos, se cuenta que bajo su égida el FBI tenía un doble registro de datos, uno secreto, y otro oculto aun para los espías, al que accedía solo el director y quien él indicara. Las historias sobre archivos similares en manos de Stiusso puede que sean igual de exageradas, pero no del todo falsas, y seguro que su utilización tanto por él mismo como por sus eventuales socios y jefes políticos, aún más abusiva.

De todos modos lo que sin duda distingue un caso del otro es el contexto institucional y la evolución del papel que cumplió cada uno de estos personajes en su entorno.

John Edgar Hoover resistió como pudo a lo largo de cinco décadas de “servicio público” el control democrático de sus actividades de espionaje. Pero no pudo evitar que se le impusieran límites y en muchas ocasiones se frustraran sus abusos. Incluso en los lejanos años veinte, las razias contra organizaciones socialistas y comunistas fueron al menos en ocasiones detenidas por los jueces. El entre nosotros renombrado juez Griesa, siendo bastante más joven, colaboró con algunos de estos intentos de supervisión judicial de operaciones montadas por Hoover, defendiendo los derechos de grupos trotskistas a comienzos de los años setenta. Hacia el final de su vida, el fundador del FBI no pudo evitar que la demanda de transparencia y control tanto legislativo como judicial de sus operaciones se intensificara, volviendo más y más difícil las escuchas ilegales y otras operaciones encubiertas. Se dice que, consciente de este cambio de clima político e institucional, resistió en sus últimos años los intentos de Nixon de burlar a los demás poderes para seguir espiando a sus enemigos, tanto como a sus amigos. Y es por eso que el presidente terminó confiando esta tarea a grupos bastante chapuceros de su entorno. Cuando Watergate estalló, al menos parte del FBI terminó colaborando con los investigadores. Si Hoover hubiera estado vivo tal vez lo hubiera impedido. Pero quién sabe.

Jaime Stiuso es, en su ascenso y caída, emergente y catalizador de un proceso institucional muy distinto. Contra lo que los kirchneristas señalan, no es cierto que la democracia argentina no hizo nada con los espías: intentó desde 1983 hasta que aquellos llegaron al poder profesionalizarlos y despolitizarlos, someterlos a al menos algún mínimo control legislativo. Precisamente para eso se dictó una ley en 2001 que contó con el apoyo de la mayoría de las bancadas. Si bien es cierto que en términos prácticos se avanzó poco, lo esencial es que desde entonces se retrocedió mucho.

Los Kirchner se comportaron con Stiuso tal como Nixon hizo con Hoover. Y por cierto que encontraron en él una disposición inagotable a colaborar. Pero el problema no es el chancho sino quien le da de comer. Y éste no se puede quejar si el chancho engorda tantoque llega un momento en que no tiene dónde meterlo.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)