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29.10.14

Una inmensa demostración de poder (y su corolario)

(El Observador) La oposición, durante todos estos años, no vaciló en cuestionar severamente las decisiones, políticas y resultados del gobierno que no conformaban a la opinión pública. En particular, tuvo un éxito notorio en poner de manifiesto la insatisfacción de la mayoría de la ciudadanía con la seguridad y la educación. Cuestionar al gobierno está en la tapa del libro. Es obvio que no alcanza.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) La elección del domingo pasado arrojó muchos resultados de interés que merecen un análisis detallado. En esa lista no deberían faltar, entre otros eventos, la llamativa caída del Partido Colorado, el leve pero decisivo crecimiento del Partido Independiente (que consiguió, finalmente, el objetivo de llegar al Senado), el ingreso al parlamento de Unidad Popular, la excelente votación del Movimiento de Participación Popular en el Frente Amplio y de la lista 404 de Luis Lacalle Pou en el Partido Nacional. De todos los datos que invitan a la reflexión hay uno que descolla por su importancia y sus consecuencias: la elección del domingo puso de relieve, otra vez, el enorme vigor político, electoral, cultural, de la izquierda uruguaya.

Permítanme fundamentar esta aseveración antes de analizar sus consecuencias sobre las perspectivas de la oposición. En primer lugar, la excelente votación del FA dejó claramente de manifiesto la vigencia del liderazgo de Tabaré Vázquez. Luego de atravesar algunos años difíciles (signados por la irrupción de José Mujica, primero, y por el desafío de Constanza Moreira, después), logró reencontrarse con su pueblo y llevar al FA a una nueva victoria electoral. La potencia de la izquierda quedó también de manifiesto en el extraordinario suceso electoral que, una vez más, logró la fracción liderada por José Mujica. Perdió durante su mandato a dos senadores (la ya mencionada Constanza Moreira y Jorge Saravia). Los recuperó el domingo pasado. En tercer lugar, el FA no solo confirmó su, a esta altura, histórica supremacía en Montevideo. Ganó en 14 de los 19 departamentos. En cuarto lugar, esta excelente performance en todo el país le permitió, contra todos los pronósticos (el mío incluido), retener la mayoría parlamentaria (el FA, con Vázquez como candidato después de la presidencia de Mujica, evitó el maleficio del “costo de gobernar”).

La izquierda lleva dos mandatos consecutivos. No pasó inadvertida ni prefirió hacerse la vida fácil. En estos años tomó riesgos muy importantes. Tanto la reforma tributaria como la del sistema de salud constituyeron innovaciones de porte mayor en tanto afectaron intereses de diversos grupos sociales y redistribuyeron recursos. En un plano distinto, las iniciativas llevadas adelante respecto a las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura (desde las excavaciones en cuarteles a la anulación de los efectos de la ley de Caducidad) modificaron radicalmente el statu quo y conmovieron a la sociedad. El enérgico impulso a la agenda de “nuevos derechos”, especialmente visible durante el segundo gobierno del FA, también levantó intensas polémicas. Es probable que la nueva regulación sobre la marihuana, que ayudó a convertir al presidente Mujica en una estrella de la política internacional pero que era resistida por la mayoría de la opinión pública, constituya el ejemplo más notorio de hasta qué punto el FA se atrevió a poner en riesgo su capital político. El FA, en esta década, no hizo temblar las raíces de los árboles. Los empresarios, en la ciudad y en el campo, ganaron mucho dinero. Pero, como José Batlle y Ordóñez hace un siglo, se atrevió a “inquietar”. Aun así sigue mandando.

El corolario de la constatación anterior es muy sencillo de enunciar pero, a todas luces, difícil de concretar. Para desplazar a una fuerza política tan poderosa como el FA del poder los partidos de oposición están obligados a hacer mucho más de lo que han intentado hasta la fecha.

La oposición, durante todos estos años, no vaciló en cuestionar severamente las decisiones, políticas y resultados del gobierno que no conformaban a la opinión pública. En particular, tuvo un éxito notorio en poner de manifiesto la insatisfacción de la mayoría de la ciudadanía con la seguridad y la educación. Cuestionar al gobierno está en la tapa del libro. Es obvio que no alcanza.

La oposición, en un movimiento perfectamente simétrico al realizado entre 1994 y 2004 por el FA, se desplazó hacia el centro durante la década siguiente. Larrañaga (en 2004), Bordaberry (en 2009) y Luis Lacalle Pou (en 2014) ofrecieron claros ejemplos de moderación programática y “viraje al centro”. A esta altura está bastante claro que los partidos de oposición han aceptado que algunas de las reformas del FA llegaron para quedarse. La moderación programática está bien. Pero es público y notorio que no es suficiente.

La oposición renovó su discurso, se sacó la corbata, se acercó a los jóvenes, innovó en la comunicación. Tanto la campaña de “los coloraditos” de Pedro Bordaberry, hace cinco años, como la de Lacalle Pou, en este 2014, derrocharon creatividad. Esto también es necesario para una oposición que aspire a ganar. Pero es evidente que tampoco alcanza.

Los partidos de oposición están obligados a dar pasos mucho más audaces en el plano de la estrategia política. Es imposible que el bloque opositor desplace al FA si, un día sí y al siguiente también, la ciudadanía escucha a los dirigentes colorados y blancos criticarse entre sí (algunos de los golpes más duros recibidos por el candidato del PN vinieron del presidenciable del PC). Hace una década, la izquierda los desalojó a los dos juntos del poder. Juntos se fueron. Juntos han de volver. Están obligados a buscar un nuevo punto de equilibrio entre competencia y cooperación.

La visita de Pedro Bordaberry, el domingo de noche, al cuartel general de los blancos fue, desde este punto de vista, absolutamente lógica. Pero la cooperación llegó demasiado tarde.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)