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14.08.14

Decadencia

¿Somos decadentes los venezolanos? ¿Está Venezuela en decadencia o es el sistema político y el gobierno el decadente? ¿Puede decaer un Estado sin arrastrar a la sociedad?
Por Alejandro Oropeza G.

“Hay ocasiones en que el cansancio o la falta de imaginación convierten el cinismo en estandarte político, realpolitick en boca de sus partidarios”.

Michael Axworthy, en Irán, 2010

Uno de los elementos claves para que se haga presente la decadencia es el tiempo, su inevitable transcurrir todo lo mina, todo lo acaba. ¿Qué significa decaer, la decadencia? ¿Cómo se manifiesta? El DRAE nos ayuda en parte cuando define el verbo “decaer” como ir a menos e implacable nos dice que algo, persona o cosa, decae cuando pierde parte de las condiciones o propiedades que constituían su fuerza, bondad, importancia o su valor. Nos da una segunda acepción: separarse la embarcación del rumbo que pretende seguir, arrastrada por la marejada, el viento o la corriente. Ambas definiciones señaladas son aplicables a un sistema político que comienza a decaer y se encamina al estado regular de la acción asociada al verbo: la decadencia. Comienza todo con la erosión del poder, con su prostitución, por la pérdida sucesiva del monopolio del ejercicio de la fuerza legítima (recordemos a Max Weber) subastada al mejor grupo de postores, los valores que sustentan las relaciones inter-sociales y entre Estado y sociedad hacen aguas: la justicia, la tolerancia, la libertad, el bien común.

Sin ruido pero sin pausa, todo se amarillenta y los órganos y la institucionalidad no hacen, no cumplen, no gestionan, se rinden al propio poder decadente y se aleja la eficiencia de los procesos gubernamentales. Aparece el caos y se hace omnipresente la corrupción no solo administrativa sino moral, ética.

Una de las decadencias clásicas que registra la historia y también una de las más largas fue la del Imperio Romano. ¿Quién podría pensarlo en aquellas épocas? La corrupción y degeneración de los césares fue de cuento largo. Las fiestecitas de Tiberio en Capri y luego las de su egregio sucesor el “divino” Calígula, fueron de antología en travesuras; el llamado “Botitas” (Calígula), por ejemplo, al ser reclamado sobre la inexistencia de campañas militares, se inventó un teatro de guerra y comandó las supuestas tropas y, claro, ganó la contienda. Nada que ver con la heroica toma de la Plaza Altamira de meses previos. El también “divino” Adriano continuó con la costumbre y la manía de los césares previos de hacerse proclamar dios viviente y, por tanto, ser objeto de culto.

¡Ah! Pero fue este más allá, como estaba prendado de un joven llamado Antínoo (al que convirtió en su amante públicamente) y este, tal vez harto de los acosos del viejecillo, murió ahogado por allá en un pantano, lo nombró dios y objeto de culto. Así, hoy día en cuanto museo medianamente respetable que usted visite en Europa, consigue una o un montón de estatuas del adorado mozalbete. ¿Al final? El tiempo hace su trabajo pacientemente y llega lo inevitable, Roma cae en poder de Alarico, un bicho bárbaro que la saquea, la quema, la arrasa y pare usted de contar. En la mesa de la caída: la pésima y corrupta administración de la gestión pública, la pérdida de los valores que soportan las relaciones Estado-Sociedad y, entre otros, la guinda de la torta: los cultos nuevos, la deificación de los políticos y/o de sus más íntimos, el culto divino a la personalidad.

¿Cabría pensar que nadie, o muy pocos se dieron cuenta de todo lo que pasaba? para nada, las alarmas venían e iban, intelectuales, filósofos y sabios alertaban de la realidad, pero chocaban con dos aspectos terribles de las élites poderosas decadentes, a saber: la creencia de de su propia infalibilidad es decir, de estar más allá del bien y el mal, de sabérselas todas más una y de creer que todos los demás, sociedad y pueblo incluido, salvo ellos mismos, son una cuerda de pendejos que no saben de las cosas del poder. ¡Por favor!; la segunda, por supuesto indisolublemente asociada a la primera, es la soberbia. ¿Quién osaría retar mi poder? ¿Ah? Ni el Reino de Holanda pues.

Pero la historia de la decadencia y posterior derrumbe del Imperio Romano no se quedó ahí, no señor. Se ha repetido y se repetirá ad infinitum y ha estado y estará presente en nuestra vapuleada Tierra de Gracia.

¿Somos decadentes los venezolanos? ¿Está Venezuela en decadencia o es el sistema político y el gobierno el decadente? ¿Puede decaer un Estado sin arrastrar a la sociedad? Buena parte de los venezolanos, casi que la mitad, pensarían: ¡Más decadente será tú sabes quién! Otros se mirarían a sí mismos y podrían quizás exclamar: Sí, estamos en problemas es cierto, pero de ahí a la decadencia es como mucho, ¿no creen? Quizás con la decadencia y la acción de decaer, pasa igual que con el cuento de la rana aquella en la olla de agua que se calienta lentamente tanto, que termina hervida sin casi darse cuenta de que había una posibilidad de seguir viviendo, de reaccionar, de actuar. Y es que entra en todo el catastrófico juego un elemento, señalado al principio de estas líneas: el tiempo. Decaemos poco a poco, a veces tan lentamente que nos vamos acostumbrando a lo que define nuestra propia pérdida o, todo se lo vamos endosando, para resolverlo, a un futuro cada vez más lejano e imposible. En ese futuro veremos (algún día) el advenimiento divino y mágico de una era dorada que bien vale los sacrificios y penurias actuales, algo así como un milenarismo sociopolítico redentor ¿Recordamos aquellas eras de bronce, plata y oro voceadas a los vientos hace poco tiempo, acá mismo en Venezuela? Los vericuetos de la soberbia.

Siendo esto así, veamos: ¿Es Venezuela una sociedad en la que entre sus valoraciones encuentra acomodo la justicia? No me refiero a la administración pública de la justicia, de esa ya tenemos hartas noticias. No, me refiero a nosotros en nuestro día a día. ¿Somos los venezolanos tolerantes? No me refiero a la “lista Tascón” u otras de más nuevo cuño, ni a la descalificación del otro desde el gobierno de turno, sino a cada cual en sus afanes diarios. ¿Somos un pueblo honesto? Y no hago referencia a los 20 mil millones de dólares USD desaparecidos y otros casos más o, a las extremas diligencias de nuestra Contraloría Nacional. ¿Creemos los venezolanos en la ley y sus límites? Claro, no me refiero a la recepción de un funcionario castrense acusado de narcotraficante, como patriota universal por una masa de venezolanos enardecida con un reino extranjero. ¿Creemos los venezolanos en la vida y en nuestras propias potencialidades de hacer país? Las respuestas que demos a estas preguntas y otras muchas, nos podrían dar certezas respecto de nuestra condición o no de decadentes. ¿Vamos a menos, hemos perdido, y perdemos las condiciones y propiedades que venían definiendo el ser venezolano? En estas incertidumbres criollas algo emerge terrible y doloroso, expresado en una pregunta letal: ¿Y si no hemos venido perdiendo nada y somos así desde y por siempre? ¿Todo esto que nos pasa, no podría ser la negación de lo que hemos querido representar ante nosotros mismos? Debemos comenzar a mirarnos honestamente sin excusas, sin justificaciones, sin concesiones.

Me voy, finalmente, a la segunda acepción citada, a la de la embarcación que perdió el rumbo, y me amarro a los mástiles para escuchar y conocer (re-conocer) el canto de las sirenas y tener la certeza de que todos debemos encontrar pronto el camino, muy lejos de ese mismo canto de sirenas que nos dice y permanente nos reitera que todo lo merecemos y que todo es fácil, porque todo lo podemos comprar y ¿pagar? Abro la caja de Pandora y hurgo en busca de lo mejor del ser: ¡La Esperanza!