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14.04.14

Efecto benéfico de los errores de Cristina

(TN) Es bastante probable que toda la combatividad kirchnerista de “nunca menos” y “ni un paso atrás” se disipe como una bomba de mal olor apenas molesta. El kirchnerismo seguramente sobrevivirá en los muchos empleados atornillados en diversos organismos del estado que dejarán a su paso La Cámpora y las demás organizaciones militantes oficialistas. Y seguramente también perdurará en la difusa idea facilista con que buena parte de la sociedad concibe los problemas de la economía y la satisfacción de los intereses sectoriales.
Por Marcos Novaro

(TN) Si en 2011 le hubiera hecho caso a Amado Boudou y hacía lo que ahora, casi tres años después, tarde y mal, está intentando con Axel Kicillof, hubiera podido endeudarse y hacerse del combustible necesario para “profundizar el modelo”. Profundización que igual intentó, pero afortunadamente se quedó trabada a mitad de camino y fracasó.

Si tras la muerte de su marido hubiera modificado su política de medios, apuntando a lograr una aplicación negociada de la polémica y enrevesada ley de 2009 y permitir un juego más libre de la comunicación oficial, muy probablemente hubiera tenido más chances de convertir el consenso que entonces circunstancialmente disfrutaba en auténtica hegemonía.

El esperable debilitamiento de las empresas de medios independientes y el desarme del núcleo duro de opinión opositora le hubieran facilitado el camino para implementar reformas institucionales como la de la Justicia y la Constitución, que planteó en 2012 pero no pudo concretar, asegurándole por lo menos el control de su sucesión. Cosa que hoy está por completo fuera de su alcance.

Cristina mostró en esas y otras circunstancias ser una excelente comunicadora, pero una estratega bastante deficiente, fallando una y otra vez en la toma de decisiones críticas. A la postre, si la democracia y la economía argentinas sobreviven más o menos indemnes al kirchnerismo se lo deben en gran medida a esos fallos. Así que hay que estarles agradecidos.

En los días que corren asistimos a nuevos errores presidenciales de efectos igualmente benéficos. Uno de ellos es de naturaleza económica: el desordenado ajuste puesto en marcha en enero pasado está obligando al gobierno a absorber costos políticos que, si él hubiera podido montado bien la bomba de tiempo que venía formándose hasta ese momento, se habrían cargado a la cuenta de sus sucesores, complicando enormemente la salida del ciclo populista.

De paso, el ajuste está legitimando una serie de instrumentos hasta hace poco innombrables e invendibles para buena parte de la opinión pública, que para las futuras autoridades será imprescindible utilizar, como la negociación con los organismos financieros internacionales, la necesidad de que rija en la economía un mínimo equilibrio de los precios relativos, la conveniencia de liberalizar el mercado de cambios, entre varios otros tópicos de un muy básico sentido común que durante un buen tiempo parecía totalmente extraviado.

El otro error afortunado es de naturaleza política y se vincula a la desmesurada valoración que hacen los líderes kirchneristas del enraizamiento logrado en la sociedad por parte de su proyecto y su identidad. La Presidenta se ha convencido de que su proyecto va a sobrevivir no sólo al ajuste en curso, sino a la ya casi inevitable salida del Gobierno nacional. Gracias a lo cual se muestra dispuesta a una transición no tan conflictiva como la que se hubiera podido esperar si se guiaba por una idea más dramática sobre el destino que le aguarda cuando vuelva al llano, y de una más modesta valoración de sus bases de apoyo en la sociedad.

Para empezar, parece ya no estar tan dispuesta como en años pasados a emprender batallas a muerte y plantearse metas a todo o nada. Como mucho amenaza con librarlas, pero si ve que las cosas pintan mal, recoge el piolín, como ha hecho en la relación con Daniel Scioli, en su promesa de “nunca jamás devaluar” o de nunca volver a tomar deuda en el exterior. Ya nadie habla de incendiarle la provincia al bonaerense, ni de destruir todos los mercados con tal de sostener la ilusión del “modelo nacional y popular”. En suma, nada parecido a la batalla campal venezolana habrá que soportar en la transición que se viene. Lo que no es poca cosa.

En consecuencia, es bastante probable que toda la combatividad kirchnerista de “nunca menos” y “ni un paso atrás” se disipe como una bomba de mal olor apenas molesta. El kirchnerismo seguramente sobrevivirá en los muchos empleados atornillados en diversos organismos del estado que dejarán a su paso La Cámpora y las demás organizaciones militantes oficialistas. Y seguramente también perdurará en la difusa idea facilista con que buena parte de la sociedad concibe los problemas de la economía y la satisfacción de los intereses sectoriales. Pero aun con todos los dolores de cabeza que eso pueda implicar, será bastante poco respecto a lo que pudo ser si el modelo K hubiera contado con algo más de rigor y eficacia instrumental.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)