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13.04.14

El paro, la misión Kicillof y el riesgo de pasar del relato al cuento

(DyN) Lo que también ha ocurrido una vez más es que, como el Gobierno ama las apariencias, transforma a cada rato el relato en cuento porque su misión en la política es no quedar nunca mal ante la opinión pública, aunque tenga que hacer pasar gato por liebre a la hora de evaluar un paro general o mostrar al ministro de Economía haciendo la revolución en Washington DC.
Por Hugo E. Grimaldi

(DyN) Los archivos no mienten. Fueron decenas de veces durante los últimos años que la ciudad de Buenos Aires quedó sitiada por piquetes programados y simultáneos y la gente masticó bronca, pero se las rebuscó y fue a trabajar.

En algunas ocasiones, esos bloqueos simultáneos de puentes o cortes de autopistas, avenidas o esquinas emblemáticas, nunca criminalizados por decisión oficial, partieron de manifestaciones gremiales; en otras, actuaron organizaciones sociales alentadas por el propio Gobierno y en otras más, apareció la dureza política de los partidos de izquierda. Nada de lo que sucedió el jueves pasado no había sucedido en otras oportunidades.

Lo que también ha ocurrido una vez más es que, como el Gobierno ama las apariencias, transforma a cada rato el relato en cuento porque su misión en la política es no quedar nunca mal ante la opinión pública, aunque tenga que hacer pasar gato por liebre a la hora de evaluar un paro general o mostrar al ministro de Economía haciendo la revolución en Washington DC.

Y lo expone de un modo tan obvio que las explicaciones, que aún tienen caladura en ciertos sectores militantes, siguen espantando a quienes sienten que se les toma el pelo. Si el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich tiene razón y ésta es una puja por “la imposición de temas”, aunque él se desgañite a diario para difundir lo “importante”, entonces el Gobierno debería repensar su comunicación, porque está perdiendo la batalla en toda la línea.

Lo peor para el kirchnerismo es que, sin contar las contradicciones que suele mostrar, hasta el menos avisado percibe que todo lo que manda a difundir tiene olor a manipulación política y que, por eso, las operaciones de convencimiento que encara se hacen bien dudosas desde el arranque.

Esta vez, la propaganda oficial pretendió mostrarle a la sociedad tres ejes bien claros sobre la huelga, que todo el mundo K repitió a rajatabla: Luis Barrionuevo hoy está asociado a Sergio Massa (y antes a Carlos Menem) y Hugo Moyano es su chirolita; los piquetes meten miedo y la falta de transporte impide trabajar a quienes quieren hacerlo, seguramente el argumento más sustentable a la hora de expresar cuestiones de derechos.

En la descripción que hizo el kirchnerismo en relación a los convocantes fue donde sacó más ventaja, ya que no le faltó razón a la hora de marcar las contradicciones ideológicas y de metodología entre las tres patas que impulsaron la medida, con Pablo Micheli como tercer actor. Es obvio que no todo es armonía entre ellos y que los une el destierro, aunque en las demandas comunes (inflación, ganancias, obras sociales, incluida la de inseguridad, ya que la delincuencia no distingue entre clases), están en un todo de acuerdo.

Pese a todo el lastre de una dirigencia sindical que hace agua por los cuatro costados, incluida las balbuceantes organizaciones gremiales que están bajo el ala del Gobierno y le hacen reclamos a las puertas, lo que sucedió esta vez fue que el paro contra el modelo y las formas kirchneristas resultó ser tan apabullante que muchos de quienes lo llevaron a cabo se taparon la nariz en relación a quienes lo armaron, pero lo hicieron igual.

En segundo término, el Gobierno le asignó especial importancia a los cortes para justificar así el eslogan de “gran piquete nacional con paro de transportes” que salió a instalar el mismo Capitanich para deslegitimar la masiva protesta que se dio en todo el país, aún en lugares donde no hubo obstrucciones a la movilidad. El argumento de mayor peso que expuso fue que debía respetarse también el derecho de aquellos que querían trabajar y no podían hacerlo.

En cuanto a los cortes, las fuerzas de seguridad sólo hicieron un show por un rato en General Pacheco para las cámaras de televisión y no se conoce que hayan desactivado ningún otro tapón de tránsito. Dicho sea de paso, se trató de tapones que no taponaban nada, ya que la circulación de vehículos fue tan magra ese día que las colectoras absorbieron perfectamente la circulación. Otro tanto ocurrió con el corte del Puente Pueyrredón, ya que quienes quisieron pasar de Avellaneda a la Capital lo hicieron cómodamente por otros varios accesos, a pocas cuadras del promocionado bloqueo.

Si el tachín-tachín de la presencia piquetera -para algunos alentada por el propio Gobierno para victimizarse- no fue excusa, entonces sí habría que darle algún crédito a la segunda parte de la mención oficial como condicionante de la asistencia laboral: el paro del transporte. Más allá de que los trabajadores de colectivos y trenes también tienen derecho a la huelga, en este punto no se puede negar que no es lo mismo un paro de actividades con medios de locomoción que sin ellos, aunque la masividad del automóvil, producto de la década ganada, algo podría haber horadado el inconveniente.

Justamente, en el rubro transporte el Gobierno mostró la hilacha en eso de hacerse ver sin resolver los problemas, ya que decidió castigar con una quita de subsidios a las empresas de colectivos, en todo caso a una de las partes perjudicadas por el paro, salvo que se esperara que los dueños de las concesiones, amigos del Gobierno, salieran a manejarlos.

En otros paros, al menos en Buenos Aires, a media mañana siempre hubo una mínima movilidad de transporte hasta la caída del sol, con pocos colectivos o aún con trenes en circulación, pero esta vez fue cero. Por más que el Ejército ahora está alineado, hubiese sido demasiado poner soldados al volante, tras algunas manifestaciones oficiales sobre la caracterización de “paro político” o la solicitada gubernamental sobre los gremios que no adherían, todo ello de un sesgo autoritario que ya parecía enterrado.

Este doble estándar, probablemente producto de la confusión en la que ha entrado el kirchnerismo, situación que puede interpretarse como algo pragmático ya sea para reverdecer o para no minar el futuro o bien como una indirecta admisión del fracaso, tuvo una expresión elocuente en el viaje del ministro de Economía, Axel Kicillof al Fondo Monetario Internacional.

La otra cara de la moneda, la del juego del policía-malo y el policía-bueno que pretende interpretar la Argentina, la expresó Capitanich en los palos de consumo interno que disparó hacia el FMI en sus conferencias de prensa de la última semana, mientras Kicillof capitulaba con bandera y banda en los Estados Unidos, aunque se mostraba ante sus pares del mundo hablando todavía del “modelo de acumulación con matriz productiva diversificada e inclusión social, basado en la demanda agregada”.

A esta estrategia le fue funcional, como siempre, el mismo FMI, ya que ellos saben de memoria que los países tienen dificultades en el frente interno para hacer tragar lo amargo de sus recetas. La directora gerente del organismo, la francesa Christine Lagarde se prendió en una tenida de fuegos artificiales sobre sesgos técnicos e ideológicos con Capitanich. En tanto, en Washington, Alejandro Werner, el director del Fondo para América latina le contaba a la prensa la versión sobre la visita de Kicillof menos digerible para el Gobierno, por aquello de la moraleja que decía “si el sabio no aprueba, malo; si el necio aplaude, peor”.

El funcionario alabó la devaluación, la suba de la tasa de interés y los anuncios sobre la eliminación de los subsidios, medidas que dijo “van todas en la dirección correcta”, aunque no serían a su juicio “suficientes”. Si bien se mantienen las líneas tendidas en materia de monitoreo de las estadísticas, un punto que aún parece que no se resolvió es la presencia de los técnicos del Fondo en la Argentina para evaluar macroeconómicamente al país, dentro de lo que prevén sus Estatutos, revisión que no se hace desde 2007.

Este punto no es menor, ya que sería el prolegómeno de un eventual acuerdo con el Club de París, debido a que los países que lo integran han dejado esa supervisión en el FMI, el organismo que los nuclea. Con el CIADI encaminado, con el acercamiento hacia los países acreedores y ahora con esta exploración que se ha hecho con el Fondo, la Argentina se ha cruzado definitivamente de vereda.

Le queda aún por ver cómo encamina el capítulo final con los holdouts que litigan en la Corte estadounidense en relación a que si la Justicia de ese país mete la cuchara y protege sus “conductas predatorias” se afectaría el sistema global. Así, lo planteó Kicillof frente a sus pares del Grupo de los 20, pero es obvio, que la suma de elementos marca que el Gobierno está preparando el terreno para salir de la epopeya del desendeudamiento, cambio de fondo que habrá que vender internamente.

Habría que conocer mejor el pensamiento profundo del ministro para saber si haber alternado entre los grandes países le ha elevado el ego y pretende usar esa tribuna como trampolín personal o si lo ha hecho como una obligación de su cargo y por motivos de picardía política. Esta es una incógnita que costará dilucidar, pero no tanto a los analistas, sino a quienes deben decidir qué hacer con la Argentina, a la hora de evaluar en materia de confianza si la presidenta de la Nación seguirá atendiendo lo que le dice su ministro.

Lo que es cierto y no sólo para el kirchnerismo sino para amplias capas de la población que creen que, tras 13 planes incumplidos, los males de la Argentina han sucedido por seguir las recetas del Fondo Monetario y no por lo contrario, que no caerá para nada bien que el organismo vuelva a marcarle el paso al país.

La confusión del doble discurso que ha mostrado el Gobierno en relación a los remedios para salir de la crisis económica se hizo más patética todavía en materia de derecho de huelga, ya que lo más insólito del kirchnerismo no es tanto cómo ha saltado el cerco en lo ideológico, sino que adoptó formas discursivas que hacen hasta dudar del sentimiento peronista de muchos dirigentes y militantes.

Algunos dirán que mostraron la hilacha y otros que han perdido la brújula, pero lo cierto es que el argumento de “buscan cualquier excusa para no ir a trabajar” que algunos K expresaron en los últimos días para minimizar el paro del jueves antes se escuchaba únicamente en sectores que ellos mismos calificaban de “gorilas”.

Fuente: DyN (Buenos Aires, Argentina)