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19.11.13

Algo empieza a moverse en América del Sur

(Infolatam) ¡Cómo deben estar las cosas para que Rafael Correa haya dicho que el proceso de integración regional encarnado por Unasur se estaba desacelerando! Por supuesto que a la hora de señalar culpables y responsabilidades optó más por buscar la paja en el ojo ajeno que en el propio, salvo en aquello que no puede controlar, como la muerte, a la que llamó mala suerte. Eso fue, ni más ni menos, lo que supuso la desaparición de Néstor Kirchner y Hugo Chávez: mala suerte. Por lo demás, lo evidente es que hoy encontramos “países que no tienen el mismo entusiasmo, la misma convicción” respecto a la integración regional que la que tenían en el pasado.
Por Carlos Malamud

(Infolatam) Tras la muerte de Hugo Chávez nada ha vuelto a ser igual en América Latina y muy especialmente en América del Sur. Las aparentes unanimidades de antaño se han tornado cada vez más frágiles y ya apenas sirven para tapar una fragmentación extremadamente evidente. Si antes intentaba ponerse sordina sobre las diferencias bilaterales o subregionales, ahora, por el contrario, hasta parece que muchos han perdido las formas y lanzan al éter gravísimas acusaciones sobre los vecinos.

¡Cómo deben estar las cosas para que Rafael Correa haya dicho que el proceso de integración regional encarnado por Unasur se estaba desacelerando! Por supuesto que a la hora de señalar culpables y responsabilidades optó más por buscar la paja en el ojo ajeno que en el propio, salvo en aquello que no puede controlar, como la muerte, a la que llamó mala suerte. Eso fue, ni más ni menos, lo que supuso la desaparición de Néstor Kirchner y Hugo Chávez: mala suerte. Por lo demás, lo evidente es que hoy encontramos “países que no tienen el mismo entusiasmo, la misma convicción” respecto a la integración regional que la que tenían en el pasado.

Sin embargo, las principales responsabilidades son obvias y vienen de afuera. A la cabeza de la manifestación coloca a la Alianza del Pacífico, un proyecto de integración “neoliberal” por excelencia que evidencia de forma clara “la restauración conservadora que quita ímpetu a la integración integral” encarnada por Unasur. Por supuesto, ni una palabra sobre el gasto absurdo de energía y esfuerzo organizacional que supone la existencia de dos instituciones bastante similares como Unasur y CELAC. Si realmente Correa estuviera tan interesado en la integración regional de América Latina estaría pidiendo de forma contundente la inmediata disolución de Unasur.

Hasta ahora nadie ha sabido explicar, más allá de la retórica y de la alusión a las especificidades latinoamericanas, las supuestas ventajas que supone semejante duplicidad. La mejor prueba de que las cosas no van por buen camino es la presencia de México en la Alianza, algo que Correa parece desconocer cuando centra su argumento victimista en Unasur. El propio Nicolás Maduro también hizo explícita la gran limitación que implica la mera existencia de Unasur y la necesidad de trascender las fronteras suramericanas. En tanto presidente pro tempore de Mercosur, señaló en Caracas que su gobierno está trabajando con mucha fuerza desde la organización para “consolidar… una zona económica de desarrollo compartido con todo el Caribe, con el Alba, Petrocaribe”.

Más allá de estas circunstancias parece que las cosas han comenzado a moverse en la región. Las negociaciones en torno al TPP (TransPacific Partnership) y al TTIP (TransAtlantica Trade and Investment Partnership) y sus posibles consecuencias en América Latina están poniendo nerviosos a unos cuantos. En Mercosur las diferencias en materia de apertura comercial entre Brasil, Uruguay y Paraguay por un lado, y Argentina y Venezuela por el otro, son cada vez más evidentes. La próxima incorporación de Bolivia y la casi segura de Ecuador con posturas más próximas a las del segundo grupo sólo auguran un mayor enquistamiento de las posiciones si previamente no se toman algunas decisiones importantes.

Esta conflictividad ha comenzado a reflejarse de forma clara en las ya casi eternas negociaciones entre la UE y Mercosur para la firma de un Tratado de Asociación, que en uno de sus aspectos incluye un Tratado de Libre Comercio (TLC). Las dos partes se habían comprometido a presentar sus propuestas negociadoras en materia comercial, pero la intención manifiesta de Brasil y Uruguay de avanzar claramente en esa dirección contrasta con el inmovilismo de Argentina, una postura que José Mujica ha descrito como “insular”. No sólo eso, en las últimas semanas y meses el gobierno de Cristina Fernández ha decidido centrarse en discusiones estériles en torno a la relación bilateral con España, en buena parte provocadas por la decisión de expropiar las acciones de YPF en manos de Repsol.

Es evidente que la preocupación de algunos gobiernos crece diariamente, como evidenció la visita del uruguayo José Mujica a Nicolás Maduro para abordar algunas cuestiones organizativas sobre Mercosur, incluyendo la postergación al 17 de enero de la Cumbre que debía celebrarse el próximo diciembre. Mujica voló a Caracas tras reunirse en Brasilia con Dilma Rousseff, donde habrían acordado los siguientes pasos a dar, incluyendo encargar a Paraguay la representación de Mercosur en sus negociaciones comerciales con la UE.

Brasil es quien más recela del exceso de introspección de algunos de sus socios, de ahí las esperanzas puestas por su gobierno en un acercamiento a Chile tras el triunfo de Michelle Bachelet en las presidenciales de su país. Algunas fuentes cercanas a Bachelet han expresado su preocupación frente a un creciente aislamiento regional de Chile dentro de los límites de la Alianza del Pacífico y en la necesidad de reforzar la relación bilateral con Brasil. Chile podría ser la bisagra que permitiría un mayor acercamiento brasileño a la Alianza tras el fuerte rechazo inicial de algunos altos portavoces gubernamentales.

Es más, la visita de Dilma Rousseff a Lima, donde se entrevistó con su colega Ollanta Humala, ha puesto de relieve que la posición de Brasil frente a la Alianza y sus países miembros ni es dogmática ni está sesgada por prejuicios ideológicos, como los manifestados por Rafael Correa o Evo Morales. Por eso, un Chile gobernado por Bachelet y dentro de la Alianza daría mayores argumentos para aquellos que están revisando la política exterior brasileña y proponiendo una mayor apertura al mundo, comenzando por el propio continente latinoamericano.

Fuente: Infolatam (Madrid, España)