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14.11.13

Reina un extraño optimismo

(TN) El optimismo que ha ganado a la dirigencia política, ¿es evidencia de que ella está cerca de hallar las soluciones que la transición le exige, o es el síntoma de una enfermedad que le va a impedir hacerlo?
Por Marcos Novaro

(TN) En el Gobierno hay miles de problemas, pero reina en estos días un peculiar optimismo. Sus funcionarios confían en que las reservas van a alcanzar para que la economía llegue al 2015 más o menos como está ahora.

Creen que Cristina logró descargar en Scioli el costo de la derrota electoral y que conservará sus 40 puntos de imagen positiva por un tiempo más; con lo cual habrá tiempo de sobra para instalar un candidato propio. Además los anotados para cumplir este papel se multiplican, en otra notable señal de optimismo: a Urribarri se sumó primero Capitanich y ahora se le agregó Randazzo. No hay que descartar que aparezca alguno más.

El gran dilema es qué hacer con el gobernador bonaerense, que no se desanotó ni lo hará fácilmente. Él sirve todavía, al kirchnerismo, como tapón para evitar una mayor fuga hacia Massa, y también para mantener viva la expectativa que depositan muchos peronistas en que se pueda procesar la transición con un partido no del todo descompuesto y sin demasiado conflicto.

Pero si lo que se quiere es levantar el perfil de un candidato “del palo”, tarde o temprano habrá que retomar la tarea que ya es todo un deporte oficial, la demolición de la imagen del motonauta. La sola idea de dejarlo competir en las próximas PASO por la candidatura presidencial del FPV-PJ genera temor y rechazo en la mayor parte del elenco oficial: ¿y si las llegara a ganar?

Scioli, con todo, también es optimista. Cree que para él lo peor ya pasó. Que aunque perdió en las urnas, ganó la batalla estratégica: desde su punto de vista Massa, al volver imposible la re-reelección de Cristina, se acercó menos a la Presidencia que lo que lo acercó a él; pues puso al oficialismo como nunca antes entre la espada de perderlo todo y la pared de resignarse a ver en el sciolismo la única continuidad disponible.

Además, el bonaerense está convencido de que los votos que perdió los podrá recuperar fácilmente, igual que pasó entre 2009 y 2011, y que la transición que se abre no le exigirá hacer más que lo que ya ha venido haciendo, pues del espacio oficial no puede surgir ningún contendiente de fuste, ni tampoco amenazas a la gestión provincial peores a las que ya ha soportado. Lo cierto es que los recursos propios de la provincia vienen creciendo bastante más rápido que los nacionales (alrededor de 50% en el año), así que no tendría por qué temer un ahogo presupuestario o cosas por el estilo. Salvo que la política meta la cola, o que una crisis general altere seriamente el cuadro reinante.

En suma, si llega como está a 2015, Scioli cree que las PASO serán para él un paseo. No ve en los otros aspirantes oficiales una verdadera amenaza electoral, ni imagina desde una gestión en crisis se pueda inventar una nueva opción en el tiempo que queda. Así que los kirchneristas tendrán que elegir: competir contra él, perder y quedarse sin nada; o negociar para colgarse de su proyecto presidencial, en una solución que podría dejar a todos más o menos conformes, aunque a él el más conforme de todos, claro.

Recordemos que precisamente para eso fue que Néstor Kirchner diseñó el sistema de internas abiertas: para que las minorías no obtengan premio consuelo alguno, y por tanto se vean compelidas a someterse a las mayorías, o abandonar los partidos; sería toda una ironía si terminan siendo sus deudos los que sufren semejante rigor.

De hecho, un escenario como el que imagina Scioli es el que varios miembros del gabinete le han anticipado al núcleo duro oficial para sugerirle, hasta ahora sin suerte, que conviene negociar y acordar lo antes posible con el gobernador, cuando todavía se tiene tiempo y dinero y no hay que ir al pie a agarrar lo que él quiera darles. Porque la otra opción va a ser, claro, dejar que Massa arrase con todo.

Massa, por su lado, reboza optimismo. Desestimando todos estos cálculos y especulaciones de palacio, como si se tratara de alquimias inconducentes que la matemática electoral va a reducir a polvo cuando se aproxime el 2015, se propone recorrer el país sumando a todos (o casi todos) los que quieran sumarse. En su opinión, la estrategia que le funcionó en las legislativas bonaerenses, ir de la periferia al centro y de la sociedad sobre el partido, va a seguir funcionando en los próximos dos años. Así que también él cree que sólo tiene que hacer más de lo mismo para que la Presidencia caiga en sus manos.

Da por supuesto, además, que los problemas fiscales y los déficits de las políticas de gobierno se agravarán. Por lo que le conviene estar lo más lejos posible de la responsabilidad de decidir sobre impuestos, salarios, tipos de cambio y cosas por el estilo. Como hizo Menem en 1988 y 1989 frente a Cafiero y Alfonsín, ve a Scioli afanándose por controlar la conducción del PJ y a los kirchneristas atrincherados en el estado nacional y se relame: “que se queden con el aparato”, dice, “así me dejan a mí la sociedad y el movimiento”. Y puede que tenga razón.

Pero ¿pueden todos tener razón al mismo tiempo? El optimismo que ha ganado a la dirigencia política, ¿es evidencia de que ella está cerca de hallar las soluciones que la transición le exige, o es el síntoma de una enfermedad que le va a impedir hacerlo?

El panorama, encima, se completa con fenómenos parecidos en las demás fuerzas políticas. También en el “no peronismo” los aspirantes a la presidencia se multiplican, y aunque no se ponen de acuerdo en casi nada, todos coinciden en ser muy optimistas. A Macri, Cobos, Binner, Sanz y Carrió se les sumó ahora Solanas y hasta Lousteau.

Todos ellos creen haber recibido una invitación especial a la mesa del poder, y es en alguna medida cierto que las cartas son tan caprichosas que pueden terminar favoreciéndolos: ante una opinión pública tan cambiante, un sistema en el que los partidos no cuentan y la fragmentación y la ruptura de acuerdos son la regla, las diferencias de recursos iniciales pueden relativizarse y descontarse, y casi cualquiera hallar motivos para creer que los planetas terminarán alineándose del modo necesario para que la sociedad descubra en ellos la solución para sus problemas.

En cualquier otro contexto actitudes como éstas se considerarían aventureras. Pero en el nuestro tal vez haya que reconocerlas como normales.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)