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02.10.13

Elecciones y renovaciones en los partidos políticos uruguayos

(El Observador) Probablemente sin prisa, pero con toda seguridad sin pausa, la política uruguaya logra, todo el tiempo, fabricar novedades. Cuando se pone el foco en las candidaturas presidenciales se constata que en cada una de las elecciones hubo candidatos nuevos. Todo indica que la elección del año que viene será la excepción a esta regla. Sin embargo, la nueva generación de líderes políticos ya viene desempeñando un papel muy importante en la competencia política en los tres principales partidos.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) La política uruguaya se destaca, en el concierto internacional, por sus altísimos niveles de estabilidad. Tenemos algunos de los partidos más longevos del mundo: la antigüedad del Partido Nacional (PN) y del Partido Colorado (PC) data de 1836 y es solamente es superada por el Partido Demócrata de EEUU (1828) y el Partido Conservador de Reino Unido (1832). Nuestro sistema de partidos se caracteriza, además, por niveles de volatilidad electoral extraordinariamente bajos. Los partidos, pero muy especialmente algunas de sus fracciones, exhiben también una continuidad llamativa tanto en sus liderazgos (que pueden durar décadas) como en sus posiciones en materia de políticas públicas (piénsese en la posición de los batllistas sobre el Impuesto a la Renta o en el enfoque de política internacional de los herreristas).

Sin embargo, probablemente sin prisa, pero con toda seguridad sin pausa, la política uruguaya logra, todo el tiempo, fabricar novedades. En primer lugar, cada cinco años, se renueva un porcentaje importante de las dos cámaras: en promedio, en el lapso posterior a la dictadura, en cada nueva elección se renovó un 57% de los senadores y un 64% de los diputados. En segundo lugar, aunque no siempre sea sencillo advertirlo, la política uruguaya permite la irrupción de nuevos liderazgos. Veamos este último aspecto más de cerca.

Repasemos rápidamente los ciclos electorales recientes. Cuando se pone el foco en las candidaturas presidenciales se constata que en cada una de las elecciones hubo candidatos nuevos: en 1984 despegó y consolidó su imponente liderazgo Julio María Sanguinetti; en 1989 irrumpió Luis Alberto Lacalle, desatando un significativo viraje ideológico en el PN; en 1994 Tabaré Vázquez se convirtió en un líder nacional y, de hecho, tomó las riendas del Frente Amplio (FA); en 1999 Rafael Michelini mostró agallas, logró ser electo senador y consolidó un cuarto espacio partidario cuyo legado todavía vive en el Partido Independiente de Pablo Mieres; en 2004 Jorge Larrañaga arrasó en la primaria del PN; finalmente, en la elección de 2009 Pedro Bordaberry se convirtió en el líder hegemónico del PC.

Todo indica que la elección del año que viene será la excepción a esta regla. El escenario más probable es que la candidatura presidencial, en cada uno de los cuatro partidos con representación parlamentaria, terminen recayendo en figuras que ya desempeñaron este papel en elecciones anteriores (Vázquez, Larrañaga, Bordaberry y Mieres). Sin embargo, la nueva generación de líderes políticos ya viene desempeñando un papel muy importante en la competencia política en los tres principales partidos.

En el FA, por debajo del trípode de líderes que signaron la interna por 15 años (Vázquez, Astori, Mujica) se viene asomando una nueva generación de dirigentes. Con el auspicio inicial de Mujica y confrontando duramente con Vázquez saltó, desde la universidad a la política, primero, y desde el Senado a la precandidatura presidencial, después, Constanza Moreira. Confrontando con Vázquez y Mujica desde el 26 de Marzo, primero, y tendiendo puentes hacia ambos, después, despegó Raúl Sendic. Derrochando picardía, recién mostró su interés en la vicepresidencia el día después que Constanza pateara el tablero del FA anunciando su intención de competir contra Vázquez. Los nuevos también compiten entre ellos…

En el PN, la dura derrota de Luis Alberto Lacalle en el balotaje con Mujica (noviembre de 2009) facilitó la emergencia de una intensa demanda de renovación que derivó, primero, en el paso al costado del ex presidente y, después, en el lanzamiento de la precandidatura de su hijo, Luis Lacalle Pou. A partir de ese momento, los papeles en la interna blanca se invirtieron: Larrañaga, el estandarte de la renovación en 2004, pasó a representar la experiencia, y Lacalle Pou, apoyándose en la poderosa estructura del sector más tradicional del PN, el aire fresco de la renovación. También en el caso del PN despunta una competencia entre los líderes emergentes: no encuentro ninguna otra manera de entender por qué el sector de Lacalle Pou no apoya la candidatura a la IMM de Jorge Gandini que colocar esta decisión en el marco de la batalla entre ambos diputados por el liderazgo del futuro.

En el PC, mientras tanto, a pesar de los crecientes esfuerzos de los batllistas por encontrar una manera de desafiarla, la hegemonía de Bordaberry se mantiene firme. Lo más nuevo, hasta ahora, curiosamente, parece querer nacer dentro de su propio sector, Vamos Uruguay. La disidencia de Fernando Amado en todos los temas vinculados a la “nueva agenda de derechos”, primero, y en lo relacionado a la competencia con el FA por la IMM, después, lo colocan en un lugar especial en la construcción de un discurso y un camino propio.

Hay estabilidad, dije al principio. Argumenté, luego, que hay renovación. Parece contradictorio pero no lo es. Por el contrario, si hay estabilidad es porque hay renovación. Si los partidos duran tanto, si logran conservar sanas sus raíces sociales y mantener altos niveles de adhesión en la ciudadanía es, precisamente, porque son capaces de renovarse.

Fuente: El Observador (Montevideo, Uruguay)