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30.09.13

Más pendiente de los discursos que de cuestiones de fondo, Cristina se resiste a ser «pato rengo»

(DyN) Aún con el reparo de observar a una Presidenta que se preocupa más de las formas y la ratificación del relato, que del fondo y las medidas que hay que tomar para enderezar el rumbo, lo cierto es que Cristina probablemente esté mostrando muñeca firme desde el discurso porque cree que con eso achicará el daño.
Por Hugo E. Grimaldi

(DyN) - Resulta complicado a veces entender por qué gira como gira la cabeza presidencial, qué piensa, qué la motiva, qué la trastorna. No hay demasiadas explicaciones para las obsesiones que muestra Cristina Fernández en sus intervenciones públicas, aún las más nimias o equivocadas, salvo la necesidad de mostrarse con su palabra en el centro del universo político y con la intención manifiesta de ratificar siempre el modelo, aunque para eso sacrifique el gobierno de todos los días.

Puede ser que alterada por los resultados de las PASO o preocupada por la resolución de las legislativas de octubre o quizás habiendo tomado nota que las mayorías que esta vez no votaron al Gobierno le han tomado el tiempo al relato, con sus distorsiones, exageraciones, ocultamientos y desvíos, la sensación de estas horas es que la Presidenta nunca aceptará el rol de “pato rengo” que los regímenes democráticos le reservan a quienes transitan el andarivel final de los gobiernos.

Es muy loable cuando ella dice que trabaja “las 24 horas de los siete días de la semana”, pero en un país que tiene tantas dificultades en su economía que han comenzado a impactar en el empleo, que carece de impulso en la resolución estructural de las situaciones de pobreza y exclusión, que se comió la infraestructura y las reservas, que está más que complicado en materia de seguridad y que tiene gravísimos problemas educativos que derivan en intempestivas tomas de colegios, habría que repensar la calidad de lo que Cristina tiene para mostrar como eficiencia ejecutiva.

Así y todo, la Presidenta sigue siendo el fiel de la balanza y el centro de todas las miradas en política, eso es indiscutible, porque por ella y sólo por ella pasan las decisiones.

Sin embargo, aunque pueda estar pensando que hoy es más importante el reposicionamiento que le dan las inauguraciones o su imagen en los discursos y en las conversaciones por televisión, para aguantar a pie firme los dos años que le restan de gobierno, parece poco gratificante, inclusive para su ego, que haya que evaluar como algo importante sus dichos sobre el contenido de los noticieros.

Está claro que es ella misma quien no da margen para dejar pasar los conceptos, ya que durante dos días seguidos, en la Casa Rosada el miércoles y en Posadas el jueves, repitió argumentos como si en ello le fuera la vida: “¿vieron que en los noticieros argentinos no hay una sección internacional?”, preguntó con aires de ingenuidad. E inmediatamente sostuvo que es una forma que tiene la oposición mediática de que “los argentinos se enteren, no de lo que pasa en el exterior, sino del país que tenemos, que tratan de ocultarlo, distorsionarlo y deformarlo”.

Aún sin pensar que lo que realmente podría querer la Presidenta es que se usen esos minutos para que no se muestren algunas de las miserias locales, ¿no es acaso ella la gerenta general del multimedios más poderoso del país? ¿No podría instruir, si quisiera, a los canales del Estado, a los medios “amigos”, a los que subsisten gracias a la publicidad oficial, a los que se dejan apretar porque si no se caen financieramente y a los que genuinamente expresan una ideología cercana al Gobierno para que cambien sus programaciones habituales y le dediquen, una vez cada hora, un tercio de las noticias a los hechos del exterior?

Eso sí, la bajada de línea debería ser que en ese tiempo no tendría que mostrarse lo que pasa en Venezuela ni en Cuba, lugares con ciertas dificultades, ni mucho menos en Alemania o Finlandia, francamente inalcanzables, sino que habría que batir el parche con España, Grecia, Brasil, Australia, Canadá o aún con los Estados Unidos, países que, como todo el mundo sabe, están peor que la Argentina. Así y sólo así, los ciudadanos podrán comprender, según la visión conspirativa de la Presidenta, “el país maravilloso en el que estás viviendo”.

Otro de los discursos de extrema sinuosidad fue el que pronunció Cristina el viernes en Bariloche, cuando denunció que “si se lo midiera”, todo el gas que se transfirió a “precios irrisorios y casi gratuitamente” a Chile es lo que “hoy nos está faltando a los argentinos”. El concepto es tan simplista, que lo mejor que se podría pensar es que alguien le ha pasado letra a la Presidenta diciéndole que ésa era una verdad revelada.

La otra cara del relato es que durante la “década ganada” no hubo inversión petrolera ni gasífera, ni en exploración ni en explotación, que se entregó el manejo de YPF a particulares amigos del Gobierno, que las tarifas subsidiadas incentivaron el consumo y que las reservas se esfumaron, por lo que la Argentina pasó de ser un país exportador a la actual dependencia externa (12/13 mil millones de dólares de importaciones), que le podría costar este año no menos de 7 mil millones de dólares netos y es el germen de los problemas de la balanza comercial y del cepo cambiario.

Desde ya que los negociados pudieron estar al otro lado de la Cordillera, pero lo cierto es que el precio del gas interno era de 2 dólares el millón de BTU y que esos contratos siguieron ejecutándose hasta bien entrado el kirchnerismo.

Luego, Cristina se dedicó a ponderar un artículo del diario español “Expansión” titulado “YPF roza el récord en Bolsa al año y medio de expropiarse”, en relación al precio de la acción de la petrolera argentina en pesos. “YPF cotizaba ayer –se refiere al día de ayer- a 189 pesos argentinos por título frente a los 116 con los que acabó la jornada del 16 de abril de 2012 cuando decidimos la recuperación de la soberanía hidrocarburíferas”, explicó orgullosa la Presidenta.

“Pero hay más que dice este periodista: ‘La subida de YPF en Bolsa, es algo agridulce para Repsol; la antigua filial está demostrando que puede volar sola’. Esto lo dicen los españoles”, insistió Cristina. Para ponerle un moño al razonamiento, el comentarista del diario especializado en economía y finanzas no dudó en comparar valores nominales (63% de aumento), sin tomar en cuenta la depreciación del peso en el último año y medio, ni tampoco la suba del tipo de cambio, ni mucho menos la brecha cambiaria.

Esto tampoco fue tan grave, sino que alguien -otra vez- le dijo a la Presidenta que se meta en camisa de once varas alabando un artículo de muy poca rigurosidad técnica, que además le entrega a Repsol argumentos para pedir un mejor resarcimiento.

Los noticieros, el gas a Chile y el precio de la acción de YPF ¿deberían tomarse como tres sucesos anecdóticos que sirven para enmarcar como la Presidenta le otorga más importancia a la palabra que a los hechos o muestran en realidad lo mal que anda el sistema de fusibles del Gobierno? Es bastante preocupante que no haya alrededor de ella nadie que la anoticie de eventuales exageraciones, metidas de pata o problemas en puerta.

Más allá de todas estas cosas que hacen al juego del posicionamiento interno, ha resultado mucho más preocupante la desordenada visión del mundo que la Jefa del Estado expresó el martes ante las Naciones Unidas, el primero de sus cuatro discursos de la semana, como siempre improvisado en su alocución, que fue el más trascendente por la exposición internacional y por el tenor de los temas expuestos.

Allí, abordó como siempre la cuestión Malvinas, disparó una vez más contra el poder de veto de las potencias en la ONU “antifuncional y obsoleto”, saludó la paz en Siria, mencionó al Papa Francisco y aprovechó para mostrar a la Argentina como victima en la cuestión de la deuda, un problema que quizás no debió llevarse a ese foro como preocupación global, ya que los mecanismos del canje de deuda que impulsó el propio kirchnerismo ya casi no existen más en el mundo. La poca receptividad que tuvo el tema en el G-20 debería haber sido una advertencia al respecto.

Lo más difícil de encarar en el discurso fue el caso iraní por la voladura de la AMIA, como si la Presidenta se sintiera estafada por un régimen que la hizo apurar y tomar costos políticos por ello y que aún hasta ese día no había tenido la delicadeza de decir si su Parlamento había aprobado o no el acuerdo con la Argentina. “Que no se confunda nuestra paciencia con ingenuidad o estupidez”, advirtió con firmeza, en un mensaje que muchos localmente interpretaron como dirigido más al público interno que a Irán. “Visión provinciana”, la llamó el analista Jorge Castro.

Inmediatamente después, y sin tomar en cuenta la nueva realidad iraní de acercamiento hacia Occidente, Cristina aprovechó para fustigar a un régimen que ha empezado a tomar contacto con los Estados Unidos después de 34 años, y fue por más: “esperamos que nos digan si se ha aprobado el acuerdo, cuándo se va a aprobar en caso negativo y que, además, pudiésemos tener una fecha de conformación de la comisión”.

¿Sabía ya Cristina lo que el canciller de Irán le iba a confirmar a Héctor Timerman cuatro días más tarde? Si era así, ¿por qué irritar a los persas? Y si no por qué avanzar en una suerte de boutade hacia las actuales autoridades iraníes: “y una fecha también para que el juez argentino pueda ir a Teherán. Sí a Teherán, no tenemos miedo, vamos a ir a Teherán, no tenemos miedo. Porque además, creemos en la buena voluntad de la gente, no tenemos por qué creer que no quieren la paz”, expresó.

Aún con el reparo de observar a una Presidenta que se preocupa por las hormiguitas, mientras avanza la manada de elefantes, es decir más de las formas y la ratificación del relato, que del fondo y las medidas que hay que tomar para enderezar el rumbo, lo cierto es que Cristina probablemente esté mostrando muñeca firme desde el discurso porque cree que con eso achicará el daño.

Es verdad que no está muerto quien pelea, pero lo cierto es que si hay alguna cosa que hoy parece tensar demasiado a la Presidenta es que se note que su poder ha comenzado a diluirse.

Su experiencia política le dice que, por ahora, en tiempos electorales, pueden servirle los mohines, las charlas rigurosamente amables con periodistas y hasta lo que se habló de sus calzas. Después de octubre todo dependerá de hasta adónde se manifieste la gente: si vuelve a cambiar y elige otra vez radicalizarse o si ayudará a que la transición se haga del modo más ordenado posible.

Fuente: DyN (Buenos Airees, Argentina)