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23.09.13

El desconcierto K que lleva a la parálisis

(DyN) Ante una nueva mala lectura de la realidad y sin querer siquiera considerar que es el modelo el que está rodando por la ladera, en la Casa Rosada se sigue creyendo que hay otros factores que buscan la desestabilización, aunque no de las instituciones como se suele sugerir, sino del relato kirchnerista.
Por Hugo E. Grimaldi

(DyN) Hay sensación de pérdida de tiempo. El mundo camina y los gobernantes de la Argentina se ocupan más de las formas que del fondo y apelan a peroratas y a gestos que poco aporte le hacen a las necesidades de los ciudadanos. Lo que parecía que comenzaba a encauzarse después del terrible mandoble electoral de las PASO recayó en lo peor que le puede pasar a un gobierno, en un desconcierto lleno de contradicciones que lleva primero al desbande y luego, a la parálisis.

Frases de justificación y referencias que cada vez cuestan más sostener, como que la culpable de los males económicos es una difusa crisis internacional que parece sólo pegarle a la Argentina o los dichos descolgados sobre 1810 para entender los problemas de la educación, se han sumado en estos días a una arenga presidencial que celebró las antenas de televisión satelital que afloran en las villas y a las señales alambicadas sobre un supuesto viraje ideológico en materia de seguridad.

El punto que más llama la atención es que la presidenta de la Nación y sus funcionarios se han consolidado en su rol de ser simples cronistas de la realidad. Para peor, no se ponen de acuerdo consigo mismo. A la luz de tanto emperramiento vacío en temas tan importantes como la economía, la educación, la inserción social o la inseguridad está más que claro que el Gobierno vuelve a tener un grave problema de diagnóstico, ya que confunde los por qué del voto en contra del 11 de agosto.

Ante una nueva mala lectura de la realidad y sin querer siquiera considerar que es el modelo el que está rodando por la ladera, en la Casa Rosada se sigue creyendo que hay otros factores que buscan la desestabilización, aunque no de las instituciones como se suele sugerir, sino del relato kirchnerista. La propia Presidenta ha dicho que “sería bueno que cada argentino pudiera mirar por sí mismo, sin que nadie le lave la cabecita todos los días desde un aparato de caja boba”.

Eso mismo es lo que mastica en su interior Cristina Fernández, que ésa es la razón de todos sus males, pese a que el Gobierno maneja directa o indirectamente la mayor parte de los canales de TV del país. Por eso, como en una Cruzada, ella misma lucha a brazo partido contra los fantasmas, con la gran paradoja que, sin cambiar nada de fondo y ahondando la brecha con lo que piensa la sociedad, le está entregando a esos mismos fantasmas mucha más tela para cortar desde sus propios enredos.

Cuando la Presidenta dice de modo entre críptico y optimista “no vamos a permitir nunca más que nadie nos vuelva quitar la Patria”, afirma que los logros de la década kirchnerista ya han sido instalados y que no se van a ir así nomás. Y quizás esa enunciación sea cierta, pero probablemente no haya sido contra lo que ha votado la mayoría. Habría que explorar sobre si no molestaron más los dejos de soberbia del Gobierno o su lógica de división amigo-enemigo, su falta de transparencia, su pasión por el avasallamiento y la imposición y, sobre todo, la subestimación que hace de la inteligencia de los ciudadanos.

El caso del mundo que “se nos ha caído encima”, un clásico del lenguaje de victimización que usa la Presidenta, ha tenido en la semana que pasó un severo contraste, a partir de la decisión del titular del Reserva Federal estadounidense, Ben Bernanke de no quitarle los estímulos a la economía de ese país, postura que de modo indirecto le estará dando más aire por algún tiempo más a la Argentina.

Sin embargo, del suceso aquí nadie parece haber tomado nota positiva, preocupados como estaban los gobernantes en describir las maravillas de DirectTV o en jugar a las internas del “hay que pegarle a Moreno”, mientras funcionarios y difusores que suelen lucrar desde las empresas “amigas” del Gobierno seguían insistiendo, en su interesado despiste, en que la culpa de todos los males de la economía la tiene la crisis de afuera.

En esta ocasión, opinan los expertos, en la medida en que continúen el dólar “barato” y los niveles de tasas bajas en los EE.UU., las economías ligadas al comercio internacional con ese país, como Brasil o China, van a continuar con cierto viento de cola y eso va a llegar de modo indirecto a la Argentina porque el precio internacional de la soja seguirá por arriba de los 500 dólares la tonelada y porque Brasil dejará de expulsar capitales.

El timing de Bernanke parece ser esperar un poco hasta que la recuperación se haga más notoria, a partir de índices de empleo con segura firmeza que, aunque son hoy mejores que hace un par de años atrás, va a esperar a que se consoliden, por lo que el tiempo de descuento para aprovechar quizás no sea demasiado. Sin embargo, no parece haber en el Gobierno quien comprenda ese tipo de señales o, aún comprendiéndolas, quién se anime a sugerir algún cambio de fondo en la estrategia.

Es verdad que las señales de rebote positivo en el mundo se están dando con mayor firmeza en los países avanzados, ya que Europa ha salido en promedio de la recesión en el segundo trimestre, luego de un año y medio, gracias a las cifras registradas en Alemania y Francia, mientras China se ha recuperado en agosto y que el revés más notorio lo están sufriendo los países emergentes, cuyo crecimiento se contrae. Pero, también es verdad que cuando el flujo era a la inversa todos los demás países recibían capitales, mientras la Argentina no participaba de la fiesta por su renuencia a jugar dentro del tablero internacional, diciéndole con orgullo a propios y a extraños que eso era parte de su modelo.

Para darle aún más certeza al análisis sobre el lío conceptual que tiene el Gobierno sobre el “todo está muy mal” o el “todo está muy bien” hay que reparar en tres o cuatro señales económicas bien contradictorias que se han emitido durante estos días.

En la primera de las cuestiones, los lenguaraces de turno volvieron a hablar de la crisis internacional como culpable de la situación que postra a la Argentina, mientras que por eso le pidieron al Congreso su voto para un Presupuesto lleno de absurdos, para el impuesto al cheque que recauda millonadas y sobre todo para la prórroga de la Emergencia Económica por dos años. La propia Presidenta solicitó todo eso en un discurso.

Pero, por otro lado, pese al mundo que estaría jugando en contra, Cristina también marcó públicamente con orgullo el crecimiento del país, algo que el INDEC se apuró en corroborar, como si las estadísticas de su factura fuesen confiables. Así, el organismo estimó que la actividad económica creció 5,8 por ciento en el primer semestre del año, casi el doble que lo calculado por analistas privados, lo que deja un piso que aseguraría una expansión anual de al menos 3,22% y el pago del cupón del PBI en 2014.

Esta muestra de generosidad que surge de la mala calidad estadística que mientras subestima los precios sobreestima el Producto, le estaría transfiriendo a los acreedores externos casi 3.000 millones de dólares el año próximo. La oposición lo denunció como un despropósito.

Más allá de que resulta complicado que con el cepo cambiario vigente, la fuga de capitales, la pérdida de reservas y un riesgo-país tan alto se pueda crecer a esas tasas, la verdadera singularidad del asunto, que hace fallar el relato una vez más, está dada en que si es verdad que se planchó el IPC para que el CER no subiera tanto, tal como lo manifestó oportunamente el ex presidente Néstor Kirchner, los bonos que ajustan por el Indice pisado por el INDEC, que están hoy en poder de la ANSeS y respaldan al Fondo de los jubilados, crecen a tasa negativa, mientras que estos pagos en dólares se irían casi todos el exterior.

Justamente, por el mal manejo del INDEC y por las denuncias que ha hecho contra quienes se animaron a contradecirlo, el secretario de Comercio, Guillermo Moreno quedó expuesto a partir de una resolución de la Justicia que resolvió procesarlo por “abuso de autoridad”, con argumentos que hablan de su “arbitrariedad” y “desmesura” para “acallar toda voz profesional que difiera con los intereses políticos de los funcionarios denunciados”.

Esa determinación, que los abogados de Moreno apelaron criticando al juez Claudio Bonadío por una aparente cercanía a Sergio Massa, reavivó dentro del Gobierno una serie de movidas para lograr que la Presidenta lo desplace, ya que lo consideran una figura irritativa para la opinión pública y, por ende, un piantavotos.

También Moreno fue sacudido por una denuncia periodística en el programa de Jorge Lanata sobre una colecta que organizó a su estilo para los inundados de La Plata, dinero que, erosionado por la inflación, será repartido recién en noviembre. Justamente, el detalle de haber sido mencionado en Periodismo Para Todos parece que lo salvó del destierro presidencial, adónde quería mandarlo medio gobierno.

Más allá de lo importante de la suma, obtenida de las empresas por la presión del propio funcionario, los fondos parece que hoy están en una cuenta que abrió la Confederación General Económica que maneja Ider Peretti, un incondicional de Moreno, quien adhiere a la teoría de la conspiración del mundo contra la Argentina y que dijo que Moreno “tiene mucha vocación por la Patria”.

Para colmo de males para el Gobierno, el jueves habló el Papa “peronista”, como le gusta decir a una parte del kirchnerismo y si bien como jefe universal de los católicos no se refirió directamente a su país de origen, hay que marcar dos o tres sensaciones que transmitió la palabra de Francisco que muy bien le cuadran políticamente a la Argentina de hoy.

En primer término, Jorge Bergoglio transmitió gestión, pese a los delicados temas que tiene que afrontar y no sólo para explicar y convencer sobre los nuevos rumbos que él aspira para la Iglesia, sino sobre cuestiones que ha sabido atender con cambios muy profundos en la administración del día a día.

Como segunda reflexión, como un lúcido estadista, Francisco demolió la lógica de los que creen que la política es un juego de opuestos, donde la subida de unos impone la destrucción de los otros y habló de inclusión moral y efectiva y en tercer lugar, dejó definiciones muy claras sobre el modo en que deben conducirse los dirigentes, con humildad y dejando de lado la soberbia.

El Papa ha demostrado en estos meses que se puede avanzar en los dos frentes a la vez, en lo estructural y en lo cotidiano, apelando a la palabra como herramienta de transmisión y persuasión y no como fin en sí misma y habló de equilibrios y de consensos. En cambio, la Presidenta le da demasiada preponderancia a los dichos, a las formas y a la coyuntura y arma polémicas en temas que deberían ser de relleno, mientras el carozo se mantiene inalterable y "el mundo sigue andando”.

Fuente: Agencia DyN (Buenos Aires, Argentina)