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05.09.13

Desmoronando el mito del brainstorming

(Diario Pulso) La discusión en grupo de ideas generadas individualmente -sobre todo cuando un líder se encarga de que la discusión no se descarrile- funciona bien. Es decir, discusiones donde se analizan, juzgan, cuestionan y critican las ideas presentadas, agregan valor (para usar el lingo de la “consultoría estratégica”). Pero el brainstorming simple, puro e ingenuo -como lo concibió Osborn y como lo promueven los “facilitadores” profesionales- es una pérdida de tiempo que sólo genera mediocridades.
Por Arturo Cifuentes

(Diario Pulso) Alex Osborn no es muy conocido. Sus libros -“Como ser más creativo”, “Cómo usar tu imaginación” o “Despierta tu mente”- pasaron al olvido sin mucha gloria. Sin embargo, una de sus ideas -la técnica conocida como brainstorming- ha sido adoptada y diseminada con entusiasmo por casi todas las escuelas de negocios, consultores de empresas, oradores motivacionales, gurúes del emprendimiento y -hay que ser honestos- algunos impostores intelectuales.

¿QUÉ ES EL BRAINSTORMING?

Juntar a varias personas en una sala y pretender que por el sólo hecho de lanzar ideas en forma aleatoria -sin ningún juicio crítico o inhibición- van a gatillar un proceso creativo que generará soluciones innovadoras a problemas complejos. Dicho de otro modo: si alguien dice una estupidez, no hay que reírse ni hacerlo callar, ya que esto dañaría el proceso de gestación de ideas. Bueno, esa es la teoría… al menos de acuerdo con Osborn. La realidad, por supuesto, es un poco distinta. Cualquier persona razonable que haya participado en una sesión de brainstorming debería tener dudas con respecto a su efectividad.

Admito que nunca me creí este cuento, pero tampoco encontré evidencia seria (solo anecdótica) para cuestionarlo. Recientemente, sin embargo, me sentí reivindicado. Encontré un estudio hecho en 1958 por la Universidad de Yale que ponía en tela de juicio los méritos del brainstorming.

El estudio se basó en 48 estudiantes universitarios que fueron divididos en grupos (de acuerdo a los preceptos de Osborn) y a los cuales se les dieron unos problemas. Otros 48 estudiantes trabajaron individualmente en los mismos problemas. El resultado fue abrumador: los estudiantes que trabajaron en forma independiente tuvieron un desempeño muy superior a los grupos. Es decir, el brainstorming no sólo no generó ninguna capacidad creativa a nivel de grupo, sino que terminó castrando la imaginación de sus miembros.

Una investigación más reciente de la Escuela de Medicina del Virginia Tech validó los resultados de Yale. Este experimento demostró que en grupos pequeños la dinámica interna del grupo puede afectar negativamente la capacidad de los participantes para resolver problemas. Más aun, el monitoreo de la actividad cerebral de éstos reveló una disminución de actividad en las regiones del cerebro asociadas con ciertas capacidades analíticas. Y un estudio hecho en 2007 en la Universidad de Pennsylvania, donde se les asignaron varios problemas matemáticos a niños de séptimo grado (de nuevo, trabajando en grupos e individualmente), no demostró ningún beneficio a favor de los grupos.

Quiero ser enfático en cuanto a que la discusión en grupo de ideas generadas individualmente -sobre todo cuando un líder se encarga de que la discusión no se descarrile- funciona bien. Es decir, discusiones donde se analizan, juzgan, cuestionan y critican las ideas presentadas, agregan valor (para usar el lingo de la “consultoría estratégica”). Pero el brainstorming simple, puro e ingenuo -como lo concibió Osborn y como lo promueven los “facilitadores” profesionales- es una pérdida de tiempo que sólo genera mediocridades.

Varios otros estudios de investigadores estadounidenses confirman que frecuentemente los grupos se quedaban “pegados” en ciertas ideas, lo cual explicaría el bloqueo del proceso creativo.  Parte de la ineficacia de las sesiones grupales de brainstorming -en contraposición al “brainstorming individual”- se ha atribuido al fenómeno conocido como “social loafing”.

Esto es, la tendencia de las personas a poner menos esfuerzo cuando son parte de un grupo.

Keith Sawyer es más lapidario. Este sicólogo de la Washington University que ha estudiado extensamente los “procesos de creación” afirma que décadas de investigación han demostrado en forma consistente que los grupos que practican brainstorming generan menos ideas, y de peor calidad, que las mismas personas trabajando individualmente y analizando después en forma crítica las ideas producidas. En resumen (cito a Sawyer directamente): “El único problema con el brainstorming es que no funciona”.

Finalmente, una revisión de la literatura de los últimos diez años sobre la efectividad del trabajo en grupo -donde, de nuevo, se cuestiona su poder innovador basado en estudios empíricos- tiene una descripción notable: “...[los grupos] en muchos casos se transforman en hoyos negros que persistentemente consumen la energía física, mental, y emocional de sus miembros…”. (Irónicamente, Pierre-Simon Laplace, el matemático francés que fue uno de los primeros que especuló sobre la existencia de los hoyos negros, parece haber trabajado solo y sin el apoyo de sesiones de brainstorming).

Por último, quiero terminar con algo positivo: pareciera que el daño cognitivo que ocasiona participar en un brainstorming no es permanente. El cerebro es plástico y tiene una gran capacidad de recuperación. La mayoría de las personas, una vez terminada la sesión de brainstorming, recuperan rápidamente sus facultades mentales. Ahora bien, si el brainstorming es sobre “benchmarking innovation”, ahí es simplemente mejor arrancar y no asistir. ¿Para qué arriesgarse?

(*) El autor es académico de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile y director del CREM (aocusa@gmail.com)

Fuente: Diario Pulso (Chile)