Artículos

29.07.13

Cruje el modelo chavista: inflación desbocada y devaluaciones en cadena

La inflación que se ha desbocado en este semestre se alimenta de una demanda que una economía desmantelada no puede abastecer. Venezuela, como se sabe, es un país donde falta de todo. Es el país de las góndolas vacías, de la industria ausente y de las más de mil expropiaciones improductivas. Desde que comenzó la era chavista se acentuó enormemente la necesidad de importar bienes de primera necesidad como arroz, porotos y, como es universalmente sabido, papel higiénico. Chávez destruyó buena parte del tejido empresarial con sus expropiaciones y su política abiertamente anti-mercado.
Por Pablo Díaz de Brito

En la Venezuela post Chávez, del chavismo sin Chávez, la inflación se desboca. Con el 4,7 por ciento de junio, la inflación acumulada solamente durante el primer semestre llegó al 25 por ciento. Se estima para todo el año un 40 por ciento, sino más. En tanto, el tipo de cambio sigue el mismo camino vertiginoso. Mientras, la economía se desaceleró bruscamente y creció en el primer trimestre un pálido 0,7 por ciento. Todo esto ocurre pese a que el barril de petróleo venezolano trepó esta semana a 106 dólares.

Como analizó el Banco Central de Venezuela (BCV), a cargo de las estadísticas nacionales: "Los resultados en el primer semestre de 2013 se dieron en un contexto afectado por el ajuste del tipo de cambio oficial, la adecuación de los precios de algunos rubros sujetos a control, principalmente en alimentos, y en las tarifas del transporte terrestre de pasajeros". En suma, las devaluaciones y los controles de precios sólo retroalimentan la inflación, según dice entre líneas la propia autoridad monetaria. Algo aún más notable: la inflación en junio, pese a su impresionante nivel, desaceleró a 4,7 por ciento desde el 6,1 por ciento de mayo. Hoy Venezuela, según admisión del propio BCV, registra una inflación anualizada del 39,6 por ciento.

En 2012 la inflación cerró en un "moderado" 20,1 por ciento, de manera que la aceleración inflacionaria es galopante. Aunque Venezuela ha ostentado una de las mayores tasas de inflación de la región por siete años consecutivos, pese a tener control de precios y de cambios desde 2003.

Un nuevo sistema de subasta de divisas comenzó a operar recientemente. A la primera subasta se presentaron 40.000 interesados en comprar dólares. Según fuentes consultadas por el diario venezolano El Nacional, las ofertas rondaron los 16 bolívares por dólar en promedio, aunque ese valor no fue finalmente convalidado por el Estado. En todo caso, ese tipo de cambio es un 150 por ciento superior a los 6,30 bolívares que establece el valor oficial, pero es menor al del mercado negro, que alcanza los ¡33 bolívares! Ahora se prepara otra subasta, por un monto de 180 millones, considerado insuficiente. Desde poco después de la muerte de Hugo Chávez, el 5 de enero pasado, Venezuela sufrió varias devaluaciones en cadena. La primera, el 8 de febrero, hizo pasar el dólar oficial de 4,30 a 6,30 bolívares (46 por ciento de devaluación); ahora, casi se validó desde el Estado un dólar a 16 bolívares. En el medio, en marzo, se hizo una primera subasta de divisas: las ofertas promediaron los $12.5 bolívares por dólar. En pocas palabras, en un semestre Venezuela sufrió tres devaluaciones brutales. Entre puntas, el dólar oficial pasó de 4,30 a 16 bolívares. La brillante idea del gobierno de cerrar las casas de cambio sólo metió más presión sobre la divisa.

Todo esto sucede en un país que es gran exportador de petróleo, una auténtica potencia petrolera, donde deberían por lo tanto sobrar las divisas, no escasear. Venezuela posee las mayores reservas certificadas de crudo convencional del mundo, mayores incluso que las de Arabia Saudita e Irak. Pero el país combina fatalmente la crónica falta de divisas (hay "cepo" desde 2003) y un retraso cambiario demoledor con altísima inflación. Son los dos nudos del problema macroeconómico, y entre los dos se retroalimentan.

A su vez, aquella inflación que se ha desbocado en este semestre se alimenta de una demanda que una economía desmantelada no puede abastecer. Venezuela, como se sabe, es un país donde falta de todo. Es el país de las góndolas vacías, de la industria ausente y de las más de mil expropiaciones improductivas. Desde que comenzó la era chavista se acentuó enormemente la necesidad de importar bienes de primera necesidad como arroz, porotos y, como es universalmente sabido, papel higiénico. Chávez destruyó buena parte del tejido empresarial con sus expropiaciones y su política abiertamente anti-mercado. Los empresarios y sus familias huyeron, los hijos de la clase media profesional se fueron al exilio en busca de buenos trabajos, o de trabajos a secas. El país se quedó sin "cuadros técnicos", diría un político argentino.

El resultado es que Venezuela debe importar prácticamente todo lo que consume salvo hidrocarburos. Un auto recién salido de la concesionaria vale el doble que en la vidriera, simplemente porque este no existe, no hay oferta real. El que logra finalmente comprar uno, lo vende de inmediato y duplica su dinero. Todas estas son aberraciones y distorsiones de manual, conocidas de memoria en la historia económica. Es la macroeconomía del populismo, una vieja marca de América latina. El "comercio administrado", como eufemísticamente se lo llama en Argentina al control de precios, no funciona ni funcionó jamás. Y como se dijo, en Venezuela faltan dólares cuando deberían sobrar. Todas estas restricciones son parte y a la vez efecto de una crisis económica autogenerada por las políticas que se empecina en aplicar el chavismo.