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15.07.13

Massa arrasa, Cristina desespera

(TN) El oficialismo abusó por demasiado tiempo de su suerte y su fama de infalible, y usó tantas veces la técnica de la polarización, que aunque quisiera no podría ahora despegarse de sus efectos negativos, dado que muchos creen, incluso entre quienes le reconocieron algún mérito en el pasado, que es tiempo de pasar a otra cosa.
Por Marcos Novaro

(TN) El kirchnerismo ha gobernado ciertamente bastante mal. Cada día que pasa queda más a la luz que, más que resolver problemas, lo que acostumbró hacer fue taparlos con cantidades enormes de dinero. Pero lo que sí hizo casi siempre bien hasta aquí fue montar campañas electorales. Por eso llama tanto la atención lo mal que viene barajada y ejecutada la decisiva campaña bonaerense del oficialismo para este año.

En parte por la desorientación resultante de la irrupción de Massa, en parte por fatiga de materiales y por sobre todas las cosas por falta de dirección clara de hacia dónde se quiere ir y lo que se quiere decir. “Elegir seguir haciendo” suena muy mal y encima a hueco, algo que, guste o no, no pasaba con “Fuerza Cristina”, ni con “Cristina, Cobos y vos”.

Dejar a cargo de Scioli la tarea de atraerle votos al sonriente y casi desconocido Insaurralde es otra faceta del problema. Parece haber sido la salida que Cristina escogió en su afán de no quedar directamente implicada en la más que probable derrota de su lista bonaerense. Pero está lejos de ser una solución adecuada al desafío que allí se enfrenta: Scioli recitando el mantra del “modelo” resulta tan insulso como autoflagelante.

Seguramente verlo en ese deslucido papel causa cierto placer morboso en las filas cristinistas. Pero allí se debería advertir que en el resto de la audiencia no causa más que una mezcla de pena y gracia. Y peor todavía: que seguir devaluando la figura del gobernador ahora que lo tienen en sus garras ya no les sirve. Le sirve más a Massa.

Las encuestas que circularon en los últimos días no auguran nada bueno para el dispositivo oficial. La distancia con Massa se acrecienta, a medida que su candidatura se consolida y la de Insaurralde no despega. La expectativa de que esto podría cambiar en los decisivos diez días de auténtica campaña, los que seguirán a las vacaciones de invierno, gracias al masivo uso de publicidad y el aparato del estado, más alguna operación que se pueda montar contra el massismo, no deja de tener cierta viabilidad. Pero los ensayos de simulación del voto no alientan al optimismo: Insaurralde sigue clavado en veintipico, ahora a bastante más de diez puntos de distancia del tigrense.

En verdad, puede que sea ya tarde para lamentarse: el oficialismo abusó por demasiado tiempo de su suerte y su fama de infalible, y usó tantas veces la técnica de la polarización, que aunque quisiera no podría ahora despegarse de sus efectos negativos, dado que muchos creen, incluso entre quienes le reconocieron algún mérito en el pasado, que es tiempo de pasar a otra cosa.

Así, con su insistencia en que “no hay término medio”, los oficialistas no hacen más que facilitarles el trabajo a los opositores: convenciendo a los votantes de que, estando en ese medio que para aquellos no existe, pero donde la mayoría de estos se acomoda, no es fácil encontrar buenas razones para votar otra vez al gobierno.

Tal vez si él hubiera recurrido al miedo no le estaría yendo tan mal. Ello le hubiera permitido reconocer al menos algunos de los problemas que todos ven, y a la vez advertir que si él resultaba debilitado tras la elección esos problemas empeorarían, y todos terminaríamos pasándola realmente mal. Pero la pasión por el autobombo parece haber sido más fuerte que cualquier consideración práctica. Una suerte para los opositores, que no tienen que esforzarse mucho en explicar qué harían para garantizar la gobernabilidad si el gobierno enfrenta en octubre una verdadera catástrofe electoral.

Llegamos así al fondo del asunto: los electores pueden terminar comportándose bastante libremente esta vez, tanto en agosto como en octubre, al dejarse guiar por sus opiniones y simpatías más que por previas lealtades, contraprestaciones o temores. Si eso sucediera, terminarían provocando un tembladeral que hasta hace poco era difícil de imaginar.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)