Artículos

01.07.13

Los argendolares de Cristina y el tiempo perdido en épicas que poco atienden las necesidades de la gente

(DyN) La principal sensación que dejan cada vez más claramente los espasmódicos movimientos gubernamentales es que muy poco de lo que se hace en la labor del día a día tiene como destinataria a las necesidades de la sociedad y que cada uno de los movimientos que se planifican son o bien para consolidar la ideología que pretende la cúpula o para proteger el territorio.
Por Hugo E. Grimaldi

(DyN) Todo lo que se le pone en la cabeza a la presidenta de la Nación finalmente lo logra y este lunes 1 de julio cumplirá uno de sus sueños: la Argentina emitirá dólares. No ciento por ciento legítimos, por cierto, pero si hay fe, dólares al fin. ¿Qué otra cosa era la convertibilidad de Menem-Cavallo, sino un papel pintado llamado peso que reemplazaba a cada dólar que tenía el Banco Central? Mientras todos creían en el artilugio, la ficción funcionó, pero cuando los gastos obligaron al endeudamiento, hasta los éxitos del modelo explotaron por el aire.

Si de sueños se habla, Cristina Fernández no quiso decir nada en su discurso de presentación de los candidatos del "proyecto nacional" sobre si abandonó o no el proyecto de reelección o el de reforma de la Constitución alberdiana, pero hay que tener en claro que, en esa línea de ir siempre "por más" el cristinismo regente no ha abdicado, que siempre tiene un cuchillo bajo el poncho y que suele volver por sus fueros.

En su década de gobierno, el poder K  ya probó como sabe "aguantar los trapos" y así lo hizo al menos en dos circunstancias críticas, tras la Resolución 125 y el desastre electoral de 2009. Ahora, con la perspectiva electoral en riesgo, de su presentación escénica en Argentinos Juniors surge que la Presidenta no está dispuesta a mostrarse como "pato rengo" antes de tiempo, es decir que se note demasiado que está perdiendo poder a medida que se acerca el fin de su mandato constitucional.

Sin embargo, un signo de doble pregunta cruza el futuro: ¿se radicalizará aún más Cristina de aquí en más para lograrlo o le bastará con el silencio? Si va por la primera variante, ¿será el camino más apto para lograr otra resurrección y "ganar otra década más" de kirchnerismo, como dijo que hay que hacer para que el país pueda "recuperar 50 años de atraso"?

En su alocución, la Presidenta marcó que no se baja tan fácilmente a la hora de sostener ciertos conceptos de fondo, aunque algunos son de difícil defensa, como cuando recordó tiempos pasados y dijo que estuvo siempre de la misma vereda o como cuando señaló, sin ponerse colorada, que las políticas de su gobierno han sido "discutidas, debatidas y argumentadas", mientras que una vez más descreyó del consenso, ya que ella considera que gobernar es una pelea "por intereses".

Sin embargo, hubo un punto que puede dar que hablar en las próximas semanas, ya que Cristina insistió en que "vamos a profundizar la democratización de la Justicia con el voto popular" y volvió a aludir de modo indirecto, como lo hicieron algunos otros kirchneristas en estos días, a la posibilidad de que se esté cocinando en Palacio la idea de crear una supraestructura política que podrá votar la gente, dirigida a supervisar el control de constitucionalidad que tienen los jueces.

En este aspecto, la andanada presidencial siguió a los palos que recibió la Corte Suprema de parte del ultrakirchnerismo, a una supuesta acción de la AFIP contra Ricardo Lorenzetti y su familia, al proyecto de Ley para darle al Consejo de la Magistratura el manejo del presupuesto judicial y a una denuncia penal del diputado Carlos Kunkel contra seis integrantes de la Cámara Federal de Casación Penal y un cuestionado juez.

Sin embargo, el colmo de la indignidad fue una burla chabacana que hizo la oficialista Justicia Legítima hacia el ministro de la Corte Carlos Fayt, en una parodia hacia su edad "casi centenaria" que armó la agrupación en un tinglado frente a Tribunales, situación que la presidenta de esa entidad, la jueza María Laura Garrigós de Rébori casi justificó.

En medio de toda esta épica, no se puede negar que la Presidenta se da siempre maña para imponer la agenda, por más que en los últimos días haya sufrido varios cimbronazos que la descolocaron (el fallo de la Corte sobre la Reforma Judicial, la irrupción de Sergio Massa, el pedido público de audiencia del cacique qom Félix Díaz que avaló el Papa). Su pasión inocultable por tener siempre la manija es lo que la fortalece, sobre todo ante los ojos de quienes más confían.

Sin embargo, esa vitalidad central para la gobernabilidad, un valor que recuperó Néstor Kirchner en 2003, tiene a esta altura de la década dos reparos no menores: la agenda sigue mirando al pasado, antes que al futuro, mientras que su temario central parece importarle muy poco al grueso de la gente.

En este punto tan crítico, la principal sensación que dejan cada vez más claramente los espasmódicos movimientos gubernamentales, aunque los actos de propaganda y la exasperada voz de la locutora oficial se empeñen en detallar los logros, es que muy poco de lo que se hace en la labor del día a día tiene como destinataria a las necesidades de la sociedad y que cada uno de los movimientos que se planifican son o bien para consolidar la ideología que pretende la cúpula o para proteger el territorio.

En algunos de los temas que se están encarando en materia de manejo operativo de la economía, por ejemplo, son más las dificultades que otra cosa y en todos ha metido la cuchara el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, un campeón a la hora de enmarañar a todo el Gobierno. Su método parece ser que para tapar un agujero hay que inventar otro.

El caso del congelamiento de precios, que la Presidenta defendió con énfasis en el discurso, como así también hizo con la acción de los militantes en el Plan "Mirar para Cuidar", ha sido todo un chasco notorio, como lo fueron siempre todos los intentos de poner valores uniformes. Y esto no sólo sucede porque hay únicamente 500 productos que hoy se siguen y porque además los muchachos de La Cámpora brillan por su ausencia, sino porque muchos de esos productos no están en las góndolas, mientras que el resto de los precios se ha disparado para recuperar el atraso que traían desde febrero, cuando comenzó el experimento.

Ni que hablar del valor del pan, que saltó a las nubes porque falta harina y esto sucede porque no hay trigo, justamente porque las trabas de Moreno y la falta de incentivos tapizaron los campos de cebada. ¿Qué genialidad se le ocurrió entonces al secretario y a su colaboradora "Pimpi" Colombo para intentar una solución? Pues mandar a la gente a hornear su propio pan, a un costo indeterminado que no calcula siquiera el tiempo que deberán perder quienes trabajan durante todo el día y se tienen que poner a cocinar las especialidades sugeridas.

Ni que hablar de la Supercard, una tarjeta de crédito para supermercados que tardó tres meses en implementarse y que ahora sale con bombos y platillos para darle oportunidad a los que menos tienen de comprar comida a plazo, casi como una libreta de fiado, con límites que el Banco Hipotecario deberá convalidar, aún a costa de darle crédito a quienes no pueden pagarlo. Todo sea para que el secretario no se anote otra "papa" en su tarjeta.

Una cosa más en la que a Moreno le va la vida es en darle movimiento a los CEDIN, el sustituto del dólar que surgirá del blanqueo de dólares, con el que se pretende aplacar al mercado "blue". Ya no queda prácticamente aplicación posible para este placebo que se le trata de inyectar a la falta de divisas, una engañapichanga más para que los dólares del blanqueo se queden el mayor tiempo posible en el Banco Central y se note menos el drenaje de las reservas.

Si bien todos estos temas parecen más cercanos a la gente, los posicionamientos internos, más lo sucedido en la semana con la Justicia o los cambios en las cúpulas militares o aún el lanzamiento de la campaña electoral están marcando que está en curso un peligroso juego de guerra que se desarrolla en la élite y que puede terminar de modo poco feliz.

El punto es que muchos ciudadanos creen que con todas estas cosas se está perdiendo demasiado tiempo, período que los países vecinos han usado para acumular reservas o para ponerse a luchar contra la inflación con remedios más ortodoxos que los congelamientos o para incluir a las clases más postergadas en estamentos sociales superiores. Esa sensación de que los gobernantes sólo "se ocupan de sus problemas" es el lastre que subyace en el voto que hoy se le escapa al Frente para la Victoria.

Los analistas suelen decir que aún en el peor escenario electoral para Cristina es imposible que en esta oportunidad se manifieste una crisis de gobernabilidad, ya que la macroeconomía está mucho mejor que en otros tiempos revulsivos. La Presidenta acaba de afirmar que "empezamos a crecer nuevamente" y todo ello puede ser, pero igualmente habría que echarle un ojo a la situación monetaria (emisión en terapia intermedia), fiscal (rojo creciente) y cambiaria (pérdida de divisas por la política energética que llevó al control de importaciones y al cepo) que no luce para nada cómoda.

Pese a todos estos reparos, que muchos juzgan que aún pueden ser superados, quienes son economicistas de alma no toman en cuenta que a esta altura del desgaste del Gobierno no son solamente los "peligros" de la economía los que cambian los humores, sino su contrapeso en problemas sociales, los que han sido barridos debajo de la alfombra durante la última década y que se potencian en cascada (menor calidad educativa, pobreza, drogas, delincuencia, inseguridad) hacia las futuras generaciones.

La que se percibe actualmente como crisis, la que critican los indignados de estas tierras, tiene todos esos componentes y dos elementos de amplio peso, quizás más para las capas medias y altas de la sociedad: la cuestión de la calidad institucional que ha terminado con la bonanza del llamado clima de negocios que el Gobierno niega y el desacople del mundo, lo que ha generado inversión casi cero hacia la Argentina y fuga de capitales, todo ello con el correlato de una menor generación de empleo.

Vale la pena puntualizar que en los últimos años, mientras los políticos en general prefirieron mirar para otro lado y desde el Gobierno se inyectaba consumo y asistencialismo, en tanto el kirchnerismo orquestaba sus batallas contra los medios y las corporaciones, sólo la Iglesia marcó con precisión desde el púlpito, los documentos y las investigaciones que se viven tiempos demasiado graves en materia social como para ignorarlos.

En este escenario tan revuelto es donde irrumpe Sergio Massa quien, con su particular intención de cazar votos desde todos los costados del peronismo, cree que hay espacio para una tercera posición. Con su estilo, entre ambiguo y misterioso, supone que se va a posicionar mejor que ningún otro "compañero" y que va a dejar a todos los demás a su derecha.

Sin embargo, en algún momento, el intendente de Tigre deberá ser particularmente crítico hacia quienes han sido sus jefes. Por ahora, Massa parece ser un kirchnerista más, aunque no enamorado del modelo y con un grado de pragmatismo tal que está dispuesto a recuperar el terreno perdido en todas aquellas cuestiones que se critican por poco conducentes y "retardatarias", como diría Juan Perón, y sobre todo apartándose de la lógica amigo-enemigo que ha sido piedra basal de estos últimos años. Sólo esto último sería toda una definición.

Fuente: (DyN)