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20.05.13

Videla: la grotesca muerte de un fantasma

(Infolatam) En tanto presidente de la junta militar, Videla era la cara visible de la dictadura, una cara fantasmagórica que en numerosas ocasiones se ocultaba detrás de crucifijos y sotanas, en un intento grotesco de ganar el perdón divino y legitimidad frente a potencias extranjeras que, según su punto de vista, debían comulgar con sus ideas.
Por Carlos Malamud

(Infolatam) El 24 de marzo de 1976 un golpe de estado, uno más en aquel entonces, dio al traste con el gobierno de Isabel Perón y entronizó en el poder a una junta militar. Jorge Videla, en representación del ejército, se puso al frente de la misma, pero no fue el único. Lo acompañaron los comandantes en jefe de la aviación militar y de la marina de guerra. Y tras ellos buena parte de una sociedad enferma, que por convicción algunos, por hastío o por temor los más, decidió seguirlos en una deriva represiva que terminó desangrando al país y corroyendo sus reservas morales.

Dos años más tarde, en ocasión de la visita de una comisión interamericana de derechos humanos, las usinas de propaganda de la dictadura acuñaron el perverso eslogan “los argentinos somos derechos y humanos”. La frase, repetida por el propio Videla, se amplificó con la maligna intención de negar la evidencia de los asesinatos, desapariciones y torturas cometidos por las fuerzas de tareas vinculadas a los cuerpos represivos y que se constituyó en una de las características más sangrantes del gobierno de facto.

En la mente enferma de quienes lo dirigían tenía lugar una guerra a muerte contra los personeros internos del comunismo internacional y en defensa de la “civilización occidental y cristiana” y sus santos valores, que permitía el vale todo contra todos aquellos que pensaban distinto. Todos estos valores estaban encarnados en las fuerzas armadas argentinas, convertidas en el último bastión contra la barbarie, en la defensa final contra la subversión y los subversivos, los terroristas, los máximos enemigos a batir. Así fue como en una ocasión Videla llegó a decir: “Un terrorista no es sólo alguien con un revólver o una bomba, sino también aquel que propaga ideas contrarias a la civilización occidental y cristiana”. De ahí que contra la fuerza implacable de las ideas opusieran la brutalidad del poder militar.

En aquel entonces también estaban los que en lugar de querer imponer sus ideas con la palabra intentaban hacerlo con las pistolas. Parafraseando a Mao apuntaban que “el poder nace de la boca del fusil”. No se trata aquí de justificar el accionar delictivo de los militares argentinos y sus cómplices, los mayores responsables de lo ocurrido, ni de reintroducir la teoría de los dos demonios (el terrorismo militar enfrentado al terrorismo guerrillero). En realidad, los militares tenían a su alcance una amplia panoplia de leyes e instituciones para reconducir legalmente la amenaza que vivían. Lo que busco es incluir todas las variables de una coyuntura compleja y atribulada, para poder comprender lo ocurrido y los posteriores intentos de apropiarse del pasado y reescribir la historia. El llamado “setentismo” es el deseo de algunos por reivindicar los valores de los “muchachos” enfrentados a los militares con los “fierros” en las manos, pero no en defensa de las libertades sino en un vano intento de construir el “socialismo nacional”.

En tanto presidente de la junta militar, Videla era la cara visible de la dictadura, una cara fantasmagórica que en numerosas ocasiones se ocultaba detrás de crucifijos y sotanas, en un intento grotesco de ganar el perdón divino y legitimidad frente a potencias extranjeras que, según su punto de vista, debían comulgar con sus ideas. Paradójicamente encontró buena parte de su sustento exterior en la atea Unión Soviética, mientras otros países teóricamente más cristianos le daban la espalda, como se la daban a otras dictaduras militares latinoamericanas del momento, comenzando por la de Pinochet.

La caída de la dictadura, después de aquel otro aquelarre social que fue la guerra de las Malvinas, sirvió para poner a más de uno en su sitio. El gobierno de Raúl Alfonsín no sólo permitió el regreso de la democracia y el fortalecimiento de muchas de sus instituciones, sino también juzgar a los principales responsables de los crímenes de lesa humanidad cometidos en el período 1976 – 1982. Se trató de una iniciativa casi única en aquel entonces, donde las ideas de memoria histórica y justicia transicional sólo estaban en mantillas.

Por eso se equivoca Baltasar Garzón cuando afirma, en ocasión de la muerte de Videla: “Si en Argentina se ha cumplido el derecho a la verdad no ha sido por la colaboración de los victimarios, sino por el esfuerzo de las víctimas y de un país que decidió en 2003, desde las instituciones políticas y judiciales, que tenía que repararlas”. De hecho, y no sé bien porqué espurios motivos, Garzón ha decidido tomar partido por una interpretación parcial de la historia reciente que insiste en que Argentina sólo descubrió los derechos humanos tras la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia. Según esta teoría, con anterioridad a 2003 no se hizo nada, no se avanzó en la lucha por la verdad ni se comenzó a reparar a las víctimas. En realidad, en 1983 las instituciones políticas y judiciales argentinas decidieron iniciar ese camino nada fácil y plagado de dificultades, como se pudo comprobar poco tiempo después, a partir del estallido de algunas asonadas militares.

El 17 de mayo de 2013 murió Videla. Fueron muy pocos quienes en Argentina lo lamentaron públicamente. Algunos lo lloraron en silencio y muchos más dijeron alegrarse por su muerte. La caída del régimen militar que impulsó marcó el inicio de la transición a la democracia, en un momento de rescate de las libertades y derechos perdidos durante la dictadura. Entonces se reivindicaba el derecho de las minorías a pensar distinto, un derecho mancillado por los dictadores de entonces comenzando por Videla. Su dictadura pisoteó la democracia y arrasó las leyes y las instituciones. Es este un buen momento para decir: “Nunca más”.

Fuente: Infolatam