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11.04.13

¿Hacia el fin de la astoridependencia?

(El Observador) Tabaré Vázquez, que supo ser durante una década (entre 1995 y 2004) un líder perfectamente izquierdista, se convirtió pública y notoriamente en un presidente centrista. El corolario de esto es muy relevante: cuando quiera volver ya no precisará a Astori como “carta de presentación” ante el empresariado y los electores centristas.
Por Adolfo Garcé

(El Observador) El mapa del poder dentro del Frente Amplio (FA) está llamado a experimentar cambios importantes en los próximos años. Por un lado, el árbol más frondoso, el del MPP, cruje, se tambalea, y amenaza con desplomarse el año próximo. Por el otro, hay buenas razones para pensar que tenderá a reducirse un poco más el poder político del astorismo. Me gustaría, en lo que sigue, justificar esta segunda aseveración.

Hace más de dos décadas que no es posible hablar del FA sin examinar con cuidado la cambiante curva del poder político de Danilo Astori. Aclamado por las bases frenteamplistas saltó, en 1989, como impulsado por un resorte, desde el sillón del decanato de la Facultad de Ciencias Económicas a la candidatura a la vicepresidencia del FA. En esa misma elección ingresó al Senado y se convirtió en el candidato natural a la sucesión de Líber Seregni.

La inesperada irrupción del liderazgo de Tabaré Vázquez frustró este desenlace. En apenas seis años y tres movimientos, Vázquez le dio jaque. Primero, a partir de 1990, construyó una imagen de gobernante moderno y pragmático en la Intendencia de Montevideo (IMM). Luego, entre 1993 y 1994, en torno a su candidatura presidencial, apuró la creación del Encuentro Progresista. Finalmente, en 1995 y 1996, pronunciándose en contra de la propuesta de reforma de la Constitución, liquidó de una sola estocada al líder en trámite de retiro (Seregni) y a su sucesor favorito (Astori).

La curva del poder político de Astori tuvo una inflexión decisiva en julio de 2004. Para asegurar la victoria electoral, y probablemente admitiendo en su fuero íntimo que solamente su viejo rival tenía un libreto de gobierno confiable, Vázquez anunció que sería su ministro de Economía. Durante su presidencia, el poder político de Astori fue extraordinario. Además de liderar el MEF ofició, de hecho, como primer ministro. Aunque no pudo hacer todo lo que quería (su frustración más resonante fue el TLC con EEUU) no se hizo nada importante que él y su equipo no quisieran.

Durante la presidencia de Mujica el astorismo siguió siendo un actor clave, pero su poder disminuyó. En general, los astoristas mantuvieron el control de la política económica (desde el MEF y el BCU), pero Mujica logró desafiarlos organizando un staff paralelo en la OPP. Algunos ministerios, además, empezaron a expresar visiones (y tomar decisiones) alejadas del enfoque predominante. Me parece evidente, en particular, que en el Ministerio de Industria (y en algunos de los entes que integran su órbita de influencia, como ANCAP y ANTEL) se cultiva una visión del desarrollo económico sustancialmente distinta al “neoinstitucionalismo” astorista.

Muchos parecen pensar que el regreso de Tabaré Vázquez traerá consigo la restauración de la hegemonía astorista. Pienso exactamente al revés. Vázquez ya no depende de Astori ni para ganar ni para gobernar. Lo precisó, en primer lugar, para ganar. En el año 2004, para una parte importante de la opinión pública, el candidato del FA era el “radical”, el “populista”, el “irresponsable”, el “opositor sistemático”. Mientras tanto, Astori era visto como el “moderado”, el “moderno”, el “razonable”, el líder “capaz de tener diálogo con los partidos tradicionales”. Después de haber gobernado cinco años junto a Danilo Astori, de haberlo respaldado durante toda su gestión y de intentar ungirlo en su sucesor, la imagen de Vázquez ante la opinión pública cambió sustancialmente. Vázquez, que supo ser durante una década (entre 1995 y 2004) un líder perfectamente izquierdista, se convirtió pública y notoriamente en un presidente centrista. El corolario de esto es muy relevante: cuando quiera volver ya no precisará a Astori como “carta de presentación” ante el empresariado y los electores centristas.

Vázquez precisó a Astori, en segundo lugar, para gobernar. Astori tenía un libreto claro, moderno y confiable, sostenido por buena parte de los economistas más prestigiosos del FA. Ya no es tan evidente como antes, en particular después de la cadena de decisiones en torno a Pluna, que el recurso al astorismo asegure buenos resultados. Mientras tanto, al interior del FA viene cobrando fuerza y recuperando prestigio otro paradigma, emparentado con el pensamiento de la “nueva” Cepal. Me pregunto hasta qué punto el expresidente precisará acudir otra vez al catálogo astorista, que pone el énfasis en la estabilidad de las “reglas de juego”. Sospecho que tiene más para ganar instalando la última versión del software desarrollista, es decir, adoptando el discurso del “cambio estructural para la igualdad”. Hasta ahora, a pesar de no ser (ni en 2004 ni en 2009) la fracción más votada del FA, el astorismo logró tener una influencia decisiva en las políticas públicas de los sucesivos gobiernos frenteamplistas. Primero Vázquez y después Mujica recurrieron a él, primero para ganar y luego para gobernar. Si mi interpretación es correcta ese tiempo está llegando a su fin. El poder político del astorismo, que disminuyó leve pero significativamente a partir de 2010, volverá a reducirse. Vázquez ya no es astoridependiente. Como nunca antes, el peso político futuro de Astori y su gente, dependerá, en esencia, del tamaño de su propia bancada parlamentaria.

Fuente: (El Observador, Montevideo, Uruguay)