Artículos

08.04.13

Cuando los Presidentes (y los Ex) hablan demasiado

(Infolatam) El problema de fondo es la constante desvalorización de la institución presidencial en sistemas fuertemente presidencialistas. No se trata de que todos los presidentes latinoamericanos sean estadistas sino de que sean conscientes de la responsabilidad del cargo y la trascendencia de sus palabras.
Por Carlos Malamud

(Infolatam) Las palabras de José Mújica descalificando a Cristina Fernández (vieja y terca) y a su difunto marido (tuerto) provocaron una tempestad en el Río de la Plata. Pese a hablar creyendo que no estaba siendo grabado, no por ello dejó de ofender a la presidente argentina. Se puede esgrimir en su descargo su estilo dicharachero y sus frecuentes meteduras de pata, ya que, como él mismo reconoció: “qué le hace una mancha más al tigre”. Puede que al tigre esto no le afecte pero sí a la jungla en que vive. De hecho, todos los observadores prevén un agravamiento de las relaciones bilaterales, distorsionadas por el proteccionismo kirchnerista.

Pese al impacto mediático no se trata de un hecho aislado en América Latina. Sólo en las últimas semanas encontramos otras declaraciones de presidentes y ex presidentes tan altisonantes, contraproducentes y nefastas como éstas. Para comenzar, las manifestaciones del paraguayo Federico Franco calificando de “milagro” la desaparición de Hugo Chávez por el “mucho daño” que le había hecho a su país. Sus palabras fueron seguidas con un boicoteo encabezado por los países del ALBA a la presentación que iba a hacer en Washington ante la OEA.

Previamente los ex presidentes Andrés Pastrana y Álvaro Uribe habían descalificado las negociaciones entre el gobierno colombiano y las FARC con el argumento de electoralismo, cesiones al terrorismo e inseguridad creciente. Pastrana, callado durante bastante tiempo, apuntó al electoralismo de Santos: “La gente se pregunta hasta dónde va a ceder Santos para hacer la paz, no sólo por ella, sino por alcanzar su reelección”. Por su parte Uribe, enfrentado con el actual presidente tras su salida del gobierno y con una intensa presencia en twitter, dijo que “No se está cumpliendo con un mandato constitucional por la paz. Este gobierno descuidó la seguridad por buscar el diálogo con el terrorismo y si hacen un acuerdo con impunidad ese acuerdo será un mal ejemplo”.

Felipe González suele referirse a los ex presidentes como jarrones chinos, regalos valiosos que nadie sabe dónde poner, porque se pongan donde se pongan siempre estorban. Dicho de otra manera, ¿qué papel se deja a los ex presidentes? La respuesta depende de lo que sus respectivas legislaciones les reserven para el futuro y si pueden optar o no a la reelección. De todos modos, la pregunta es relevante a partir de su retiro definitivo de la vida política. Su experiencia debe ser aprovechada, pero no para inmiscuirse en la lucha partidaria cotidiana. Muchos presidentes se aferran a la política por gusto o por la erótica del poder, pero también abundan quienes por su mala gestión y ante el riesgo de ser llamados ante la justicia tratan de mantener algún cargo electivo que les garantice inmunidad. Carlos Menem es uno de los ejemplos más patéticos.

Entre las declaraciones recientes probablemente sobresalga la de Nicolás Maduro y su pajarito. En plena campaña electoral reconoció que mientras rezaba se sintió bendecido por el espíritu de Chávez transfigurado en un pajarito chiquitico: “El pajarito me vio raro, ¿no? Silbó un ratico, me dio una vuelta y se fue y yo sentí el espíritu de él… Lo sentí ahí como dándonos una bendición, diciéndonos: ‘Hoy arranca la batalla, vayan a la victoria, tienen nuestra bendiciones’. Así lo sentí yo desde mi alma”.

Nos hemos acostumbrado a oír en el discurso de los gobernantes populistas autoproclamados bolivarianos declaraciones esperpénticas como las de Evo Morales sobre los homosexuales europeos: “El pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres”. Pero lo más destacado es la forma agresiva de referirse a los gobiernos vecinos con los que tienen conflictos, como hicieron Chávez y Rafael Correa con Uribe, o Morales con Sebastián Piñera.

En la misma campaña venezolana escuchamos al ex presidente Lula apoyando al candidato y presidente Maduro. En un enfático video dijo: “No quiero interferir en un asunto interno de Venezuela… pero quiero decir que un Maduro presidente es la Venezuela que Chávez soñó”. Del ex presidente brasileño hubiera sido mejor escuchar palabras de apoyo a la democracia y a las instituciones venezolanas en lugar de esas frases altisonantes más propias de un discurso de barricada. No es necesario reivindicar a ultranza el derecho de no injerencia (que cada cual aplica como quiere) sino exigir de los dirigentes brasileños una política más activa en defensa de la democracia en América Latina.

El problema de fondo es la constante desvalorización de la institución presidencial en sistemas fuertemente presidencialistas. No se trata de que todos los presidentes latinoamericanos sean estadistas sino de que sean conscientes de la responsabilidad del cargo y la trascendencia de sus palabras, ya que éstas repercuten de un modo u otro sobre la vida y haciendas de sus conciudadanos y sobre las relaciones con otros países. Las modas más o menos folklóricas o castrenses o las desviaciones retóricas sólo son concesiones a la galería que poco hacen por reforzar el tan debilitado entramado institucional de la región.

Fuente: (Infolatam)