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15.03.13

La esperanza de una oposición

(Bastión Digital) No soy teólogo ni experto en historia vaticana, por lo que voy a evitar caer en temeridades conceptuales. Lo que sí voy a intentar es explicar por qué creo que la designación de Bergoglio es un golpe tan fuerte al kirchnerismo como el que no puede dar la oposición perteneciente al sistema político.
Por Gabriel Palumbo

(Bastión Digital) Al bajar las escaleras del Museo de Bellas Artes por Libertador comencé a escuchar bocinazos que, por lo tenues, se confundían con el tráfico común de la tarde. En ese mismo momento, sonó mi teléfono y me avisaron que Bergoglio era el nuevo Papa. Me alegré. Tardé un poco en asociar aquellos bocinazos con la idea de Bergoglio Papa. Soy hombre de fe pero confieso que mi alegría no se asoció, no al menos inmediatamente, con una cuestión religiosa sino que se conectó con mi pulsión política. Ahí escribí el tuit que motiva esta breve nota: “Es más fuerte el golpe del papado de Bergoglio que lo que puede hacer todo el sistema político junto”

No soy teólogo ni experto en historia vaticana, por lo que voy a evitar caer en temeridades conceptuales. Lo que sí voy a intentar es explicar por qué creo que la designación de Bergoglio es un golpe tan fuerte al kirchnerismo como el que no puede dar la oposición perteneciente al sistema político.

Esta designación tiene un valor simbólico enorme y posee la virtud de colocarse en el lugar de competencia en el que el gobierno se siente más cómodo. El populismo de los Kirchner convirtió a Bergoglio en un enemigo por legítimo derecho de las actitudes del ahora Papa. El ex cardenal de Buenos Aires cometió uno de los pecados más grandes que se puede cometer contra el hegemonismo político al no dejarse alinear en ningún momento. Como si no bastara, cargó con altura argumentativa y un estilo ajeno a la confrontación contra los males del presente y contra la falta de sensibilidad y el abandono de la responsabilidad que ha mostrado el gobierno frente a los males que provoca. Esta instalación en el presente es un desafío enorme que se le propone al kirchnerismo, empeñado en mirar con un ojo el 76 y con el otro el 2001.

Los documentos de la Iglesia, la palabra y los actos de Bergoglio constituyeron para el kirchnerismo un antagonista claro y contundente. El cardenal, a diferencia de la oposición, resultó eficaz al momento de decir con fuerza política qué tipo de opciones prefiere. Frente a cierta desorientación de los políticos tradicionales su planteo de acercamiento a las víctimas de Cromañón fue explícito y contundente. A diferencia de un sistema político y una sociedad lo suficientemente indulgente como para que Anibal Ibarra aún sea un representante popular, Bergoglio fue enfático, "Esta ciudad vanidosa y coimera no ha llorado por Cromañón". En el mismo sendero, hace unas semanas, en su última carta por la cuaresma fue duro con la corrupción que mata y con las apetencias personales desmedidas. Antes, su posición frente a la trata de personas y su compromiso episcopal con la austeridad actuaron como espejo deformante para el gobierno nacional.

Jorge Bergolio con Kircher y Fernandez

Claro que tiene aristas complejas y controversiales pero, aún sin compatirlo todo, la voz política de Bergoglio permite ser discutida porque dibuja una sociedad posible que no es la que propone el gobierno nacional. Esa función, sencilla y modesta, es responsabilidad de la oposición política. Sin embargo, tras casi nueve años de gobierno, ese lugar continúa vacante.

La dimensión política del papado de Bergoglio tiene, además, un componente sorpresivo en su carácter agonal. Es el premio a una persona que encarna en la visión de los ciudadanos y en la del propio kirchnerismo una posición claramente opositora. El tamaño de los atributos papales no hace otra cosa que ensanchar los límites de esa politicidad.

Confieso que tenía la esperanza, cifrada en la experiencia que brinda el kirchnerismo, que ellos mismos me ayudaran con su torpeza a explicar mi módica tesis. Imaginé al escribir el tuit que, en las horas siguientes, la confirmación más potente provendría del propio kirchnerismo. La cantidad y calidad de exabruptos que escribieron y declararon tanto personalidades del gobierno como sus defensores públicos, confirmaron que el papado de Bergoglio les resultó intragable. El primer indicio fue la obligada y administrativa carta que firmó la presidente y escribió vaya uno a saber quién. Luego aparecieron las exageraciones, las sospechas de una excepcionalidad y de una importancia que sólo vive en las afiebradas mentes de los militantes kirchneristas. Las aburridas menciones al modelo, a la patria grande, las referencias al pasado y la búsqueda de un progresismo sin fin injustificable en una institución como la Iglesia católica. Más tarde, para reafirmar el tono monstruoso y su compromiso con la fealdad, los pibes para la liberación chiflaron cuando se mencionó al Papa en un acto político.

Esta no es una nota con vocación pedagógica pero no está demás sugerir a algunos que, antes de escribir, revisen un poco la buena bibliografía que existe sobre las diferencias entre instituciones y creencias y sobre el componente religioso de la política democrática. No hace falta comprar la simplificación que contrapone el reconocimiento de la racionalidad y secularidad de la democracia con la hipótesis excluyentemente mística de la religión.

Hay una última cosa, para nada menor. En mucha gente noté alegría y emoción. Esas son las categorías políticas que me gustan. El reconocimiento a Bergoglio no tiene para mí un mensaje explícito hacia la excepcionalidad argentina. Creo, eso sí, que ayudará en la finalización de la etapa kirchnerista. Habrá que esperar para ver si el fuerte enraizamiento que el populismo tiene en nuestra sociedad se conmueve con este cimbronazo mágico, inesperado y milagroso.

* Gabriel Palumbo es profesor de teoría sociológica en la UBA y de Arte y Política en el programa IFSA-Butler University. Ensayista político y editor de QUILT.

Fuente: (Bastión Digital)