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03.01.13

El 2012 en la Argentina: Año nacional de la mala praxis

(TN) Un año atrás parecía que Cristina y los suyos se llevarían todo por delante. Los escribas e intelectuales oficialistas celebraban que “lo mejor estaba por venir” y que los resultados dejarían deslumbrados aun a los opositores remanentes, porque expresarían la síntesis de todo lo bueno de las tradiciones políticas nacionales. Nada salió como se preveía.
Por Marcos Novaro

(TN) El fin del mundo quedó para otra ocasión. Pero, en su lugar, a lo largo del año que termina pudimos presenciar el fin de algunas ilusiones, y del mundo imaginario por ellas creado.

Un año atrás parecía que Cristina y los suyos se llevarían todo por delante. Y parecía además que eso era bueno, porque el país venía bien y de la mano del gobierno iría cada vez mejor. El consenso social, inéditamente optimista, acompañaba a un poder político desbordante, y muy pocos hablaban con preocupación de su falta de límites. Despuntaba Kicilloff, encarnando mejor que nadie la radicalización que se venía en la economía K, y se gestaba la operación para liquidar definitivamente a Moyano, hacer a un lado a Scioli y aplicarle la demorada ley de medios a Clarín, con lo que los fieles monopolizarían el poder y no quedaría más alternativa que la re-reelección. Los escribas e intelectuales oficialistas celebraban que “lo mejor estaba por venir” y que los resultados dejarían deslumbrados aun a los opositores remanentes, porque expresarían la síntesis de todo lo bueno de las tradiciones políticas nacionales.

Nada salió como se preveía. Intervinieron en ello unas cuantas malas noticias imprevistas: Once, Ciccone, fondos buitre, saqueos, etc. Pero lo esencial fue que en los tres o cuatro asuntos principales que el gobierno se propuso hacer baza, su estrategia fracasó. Lo que sucedió no porque las circunstancias no ayudaran, sino fundamentalmente porque eligió mal sus alternativas y las gestionó aun peor. Cristina había demostrado en octubre de 2011, en mayor medida que en 2005 y 2007, que podía ser una excelente candidata. Pero volvía a defraudar como presidente.

A veces, cuando los gobiernos se proponen fines autocráticos o absurdos, no deja de ser bueno que cometan errores: ellos pueden ayudar a detenerlos antes de que sea tarde y se hayan acumulado problemas difíciles de resolver, o se haya creado un estado de cosas del que sea mucho más complicado volver. Pero eso no quita que los costos del fracaso los paguen no sólo ellos sino, sobre todo, los gobernados. Y que resulte complicado para sus críticos aparecer argumentando a favor del fracaso: estos deben poder demostrar no sólo que los costos han sido causados por las malas decisiones del gobierno, y no por factores ajenos, sino que dichos costos son menores a los que hubieran resultado si él se salía con la suya, una tesis que es casi siempre difícil de formular y más aun de demostrar; sobre todo cuando desde el poder se insiste machaconamente con las mismas iniciativas y con la idea contraria, según la cual todos los problemas se originan en las resistencias que oponen los

enemigos a sus innovadoras y beneficiosas políticas.

A lo largo del último año el debate político argentino, lo que queda de él, giró en gran medida en torno a esta cuestión. De allí los insistentes argumentos oficiales en contra de la “cadena del desánimo” y de los carroñeros que “festejan que al país le vaya mal”. Pero si bien con ellos el oficialismo logró conservar el apoyo de su núcleo duro, que en algunas franjas puede que esté más convencido que nunca de que sus enemigos son los causantes de todos los males, y por tanto se merecen todo lo que el gobierno les hace y mucho más; lo cierto es que en el público en general esas ideas perdieron buena parte de su anterior consenso.

Sólo una minoría creyó la explicación presidencial sobre la crisis económica, según la cual “el mundo se nos cayó encima” y el gobierno sigue haciendo todo lo posible y necesario para evitar que el impacto local de problemas ajenos sea mayor. Puede que tenga algo más de crédito la tesis según la cual los poderosos del mundo buscan perjudicar nuestro prometedor “contramodelo económico” utilizando para ello a los fondos buitre, al FMI y demás armas del colonialismo, simplemente porque la paranoia nacionalista siempre encuentra eco en nuestro medio; pero aun en esos asuntos las encuestas muestran la atribución mayoritaria de responsabilidades inexcusables al gobierno nacional.

Por último, no tuvo ningún éxito el intento de responsabilizar primero a Scioli, después a Moyano y todo el tiempo a Clarín por los problemas de gestión; al contrario, los primeros conservaron y Clarín y el resto de los medios independientes que quedan aun mejoraron su credibilidad en un año que resultó demoledor al respecto para el oficialismo.

Fuente: TN (Buenos Aires, Argentina)