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26.01.04

Los argentinos, ¿somos humanos y poco derechos?

Lo importante es asumir que los derechos humanos deben respetarse en todas partes y bajo cualquier régimen. Son universales: así fue suscripto por todas las naciones en 1948.
Por Marcos Aguinis

Un empleado ingresa tembloroso e indignado a la oficina de su jefe y le dice: "Disculpe, pero hace tres meses que no cobro". La respuesta no se hizo esperar: "Está disculpado, García".

La mayoría de los equívocos son patéticos, más aún cuando los nutre el cinismo. Algo semejante ocurre con la política de derechos humanos enarbolada con vehemencia por el gobierno del presidente Néstor Kirchner. Desde el inicio de su gestión fue izada como una trepidante bandera que impele a descabezamientos, juicios, simpatías y rechazos manifiestos, declaraciones y guerra de comunicados.

Con Uruguay acaba de elevarse el tono hostil hasta registros inauditos por el caso de una desaparecida, la nuera del poeta Juan Gelman. Se estimula la derogación de las leyes de obediencia debida y punto final. Impera la voluntad de castigar a todos los represores y abusadores que delinquieron en los años de la dictadura. Con ello la actual gestión ha aumentado su popularidad y hasta consiguió simpatías de sectores que al principio le expresaban desconfianza. Los derechos humanos, para este Gobierno, son un asunto de la más alta importancia.

Pero tanta firmeza se quiebra de un modo llamativo ante el caso cubano. Pareciera no importar que allí se fusila y encarcela, que no hay libertad de prensa, ni de expresión, ni de asociación, ni de disenso. Que nadie puede salir del país sin el debido permiso. Que rechazar el régimen equivale a cadena perpetua. Que existe una dictadura, mucho más larga, coherente y, por lo tanto, inmisericorde, que la que padecimos acá. Cuba es un santuario fortificado dentro de cuyos muros se inflige toda clase de tropelías, muchas de ellas bien documentadas. Sin embargo, nuestro canciller dijo que "no podía, no se atrevía a decir que en Cuba se violaban los derechos humanos". Y por una razón que en algún momento se elucidará, dio súbitamente marcha atrás en su propósito de recibir a los disidentes cuando visitó La Habana.

En los amoratados tiempos de nuestra propia dictadura, millares de argentinos fatigamos toda suerte de malabarismos para establecer contactos con el exterior y lograr que desde afuera nos ayudasen a frenar la tormenta que arrasaba vidas, bienes, afectos, ley. Cuando por fin se conseguía el arribo de emisarios extranjeros, empezaba a soplar el alicaído céfiro de la esperanza. El presidente de los Estados Unidos mandó varias veces a Patricia Derian, cuyas insolentes indagaciones enfurecían a los represores. También vinieron funcionarios de la OEA. Recuerdo que Ernesto Sabato recibió a una delegación en la calle, en Santos Lugares, ante testigos, para que después no lo acusaran de haber dicho algo demasiado inconveniente, lo cual demuestra qué mal estábamos. En contraste, ni la Unión Soviética ni Fidel Castro -muchos de cuyos simpatizantes languidecían indefensos- hicieron un solo reclamo por desapariciones, torturas ni asesinatos, porque mantenían cordiales vínculos con los déspotas, como si las diferencias ideológicas no fuesen importantes.

¿Por qué entonces esta actitud argentina actual con el régimen de Fidel Castro, que la convierte en cómplice de violaciones a los derechos humanos? O, para decirlo más suavemente: ¿por qué esta reticencia a defender cubanos como los argentinos queríamos que nos defendieran cuando pasábamos por iguales penurias? Los disidentes que luchan por una democratización pacífica, por una participación real, sólo piden lo mismo que pedíamos nosotros cuando sufrimos el Proceso. ¿Por qué aliarnos con una oligárquica nomenklatura que, tarde o temprano, acabará en derrumbe? ¿Los ciudadanos de ese país no merecen gozar de la libertad de expresión? ¿De prensa? ¿De entrar y salir cuando quieran? ¿De tener ideas diferentes de las del oficialismo? ¿Son niños tan irresponsables que deben ser humillados con correa en el cuello y bozal en la boca, porque se mueven mal y hablan peor?

Quienes se resisten a proclamar el fracaso de la otrora romántica y aplaudida revolución cubana actúan del mismo modo que muchos honestos comunistas en los tiempos de José Stalin. Estaban convencidos de que ese genocida paranoico era un conductor genial, que las denuncias sobre sus crímenes monumentales eran fantasiosas construcciones de la CIA, que las hambrunas, purgas y juicios sumarios respondían a la propaganda imperialista. Hasta que en el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, Nikita Krushev descargó su "informe secreto". Dejó mudo al universo. Pese a que la denuncia procedía de la fuente más confiable, muchos comunistas de todos los niveles se negaron a aceptarla. Resultaba intolerable que quien había sido ensalzado como un jefe omnisciente, un padre y abuelo cariñoso, un estratego excepcional, hubiera sido en realidad uno de los criminales más espantosos de la historia. Recuerdo El dios caído , un libro del escritor comunista norteamericano Howard Fast -autor, entre otros, de Espartaco y Mis gloriosos hermanos - que publicó en esos años para elaborar su duelo. Las páginas me dieron la sensación de estar empapadas en lágrimas. Pero hubo otros que no pudieron soportar ni elaborar el develamiento y se suicidaron.

Con la utopía cubana sucede lo mismo. Cuarenta y cinco años de tiranía, privaciones, sufrimiento y opresión no lograron parir el tan anhelado "hombre nuevo". En Cuba se uniformó para abajo. El voluntarismo del jefe, sus delirios omnipotentes, su pastosa adherencia al poder, su obstinación cerrada lo llevaron a una derrota tras otra, pero siempre negadas, por supuesto. La desinformación a que está sometido el pueblo es superior a la de cualquier país atrasado de América latina. Y esto no se debe al estúpido embargo norteamericano -funcional a Castro, no a su pueblo-, sino a un sistema obsoleto que ha demostrado hasta la náusea su incapacidad para crear riqueza. La tragedia de Fidel Castro es que sigue las huellas de Stalin, de Mao, de Pol Pot: obliga a consumir tantos años, tantas vidas y tanto sudor para nada. Recién después de su muerte vendrá el cambio.
Entre los grandes delitos de este régimen figura la violación sistemática de los derechos humanos, como inevitablemente ocurre en toda tiranía. Negar esa evidencia es otra violación: la de los principios morales. ¿Cómo se puede calificar, si no, el arresto por 27 años a Omar Rodríguez Saludes por tomar fotos periodísticas? ¿No es una violación de los derechos humanos la condena a 26 años de cárcel a Víctor Arroyo Carmona por comentar estadísticas? El escritor Fernando Ruiz compara a la presidenta argentina de Conciencia con la cubana Martha Beatriz Roque Cabello, presidenta de la Asamblea para Promover la Sociedad Civil; esta mujer, por ese "pecado", debe soportar ahora veinte años de reclusión.

¿Qué dirían los defensores de derechos humanos que toleran el arresto de Roque Cabello, si en Buenos Aires se aplicase la misma sanción a la presidenta de Conciencia? Por supuesto que la lista merecería extenderse a los 75 disidentes pacíficos que fueron condenados mientras el mundo se ocupaba de la guerra en Irak, pero el espacio no lo permite. Lo importante, sin embargo, es asumir que los derechos humanos deben respetarse en todas partes y bajo cualquier régimen. Son universales: así fue suscripto por todas las naciones en 1948. Si nuestro gobierno quiere destacarse por su defensa, no puede renquear con excepciones. No es serio. No es digno.

http://www.lanacion.com.ar/04/01/25/do_567043.asp