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09.12.11

CFK reasumirá en su segundo mandato presidencial con el desafío de apagar el incendio que el propio kirchnerismo comenzó

Las dificultades económicas ya golpean la puerta -de hecho, ya entraron en la sala- y arruinaron en parte la luna de miel de dos meses que debería haber gozado CFK entre su consagración electoral y su reasunción este 10 de diciembre de 2011. El clima ya cambió: el triunfalismo imparable de los primeros días fue súbitamente interrumpido por la pelea cambiaria, asunto que en Argentina trae a la memoria las peores épocas de crisis de los años 70 y 80, y la imparable ola inflacionaria sobre los productos de consumo masivo de las fiestas navideñas. Y si bien la “corrida” cambiaria se frenó a golpes de teléfono, amenazas y otras arbitrariedades, los problemas de fondo permanecen intactos. La táctica kirchnerista de tratar cada problema a medida que se presenta y con herramientas de corto plazo no alcanzará para enderezar el barco. Y cuando se trate de medidas de fondo, inevitablemente restrictivas y algunas dolorosas, CFK no podrá echar mano al consabido “sangre, sudor y lágrimas”, ni nada parecido, como hacen hoy los estadistas europeos.

Sencillamente, el kirchnerismo no está programado para hacer ajustes de gasto y de consumo y bajar la inflación. Ellos han dicho mil veces que esas son las “recetas neoliberales” que llevaron al país al desastre, y que Europa repite ahora ese error por someterse a los dictados de “los mercados”. De manera que en el futuro inmediato hay una gran incógnita: un gobierno con ninguna otra opción real que apretar los frenos del consumo, la inflación y el gasto público y un discurso de ese mismo gobierno institucionalizado durante años que repudia dichas medidas.

Por Pablo Díaz de Brito

En cuestión de horas, Cristina Fernández de Kirchner reasumirá su cargo como presidenta de la Argentina por otros cuatro años. Más los primeros cuatro de su finado esposo Néstor, el kirchnerismo se apresta a sumar el período continuado de poder más prolongado en la historia política nacional: mayo de 2003/diciembre de 2015.

Esta semana, previa a la asunción,  terminó con un prolongado silencio, cargado de incertidumbre e intrigas de palacio que la llenaron de gozo perverso a la presidenta, dado que Cristina y sólo ella tenía los nombres decididos. Los ministros, casi todos ratificados, se enteraron de su continuidad por la televisión. Ya había ocurrido lo mismo con la designación del titular de Economía, Amado Boudou, como su compañero de fórmula.

El dedo regio de CFK lo decide todo, en absoluta soledad. El asunto es que el gris gabinete de CFK sufrió mínimos retoques: el fulminado peronista de vieja escuela Aníbal Fernández desciende de la Jefatura de Gabinete a un oscuro puesto de senador; en su lugar asciende dos escalones el joven Juan Manuel Abal Medina (h.), hasta ahora secretario de Medios. El secretario de Finanzas, Hernán Lorenzino, ocupará la cartera que deja Boudou, con la misión más o menos expresa de reabrir los mercados financieros a la Argentina, paria financiera desde 2001, cuando defaulteó su enorme deuda en medio de una celebración nacional.

 Lorenzino dijo, apenas fue designado para el nuevo cargo, que ese default fue un enorme error.  No hay mucho más: el canciller Héctor Timerman, contra todos los pronósticos, fue ratificado. Es imaginable el desencanto en Washington con este hombre que encabezó el allanamiento de un avión militar estadounidense y ordenó romper los candados de material de alta seguridad, lo que obligó a todo el US Army a cambiar sus códigos de seguridad en plena guerra en Afganistán.

El caso es que CFK seguirá el 10 de diciembre prácticamente con el mismo gabinete de los últimos años. Los principales columnistas políticos han señalado el riesgo de esta decisión: un doble riesgo, porque por un lado se pierde el efecto de un “nuevo comienzo” renovando con caras nuevas y creíbles al elenco de gobierno; y por otro lado el ciclo económico en el que ya ha entrado la Argentina es de signo casi opuesto al hiperexpansivo que le tocó en suerte a CFK en su primera presidencia. A ese ciclo el kircherismo lo “drogó” con todos los instrumentos a su alcance: expansión sin par del gasto público y de la emisión monetaria, estímulos a consumo de toda clase, etc. El récord de salida de capitales alcanzado este año, sin embargo, le puso un límite, junto con la inflación, también desbocada, a ese “modelo” de expansión económica desorbitada. A fines de octubre la fuga había llegado a 22.000 millones de dólares en el año. Todo un índice de la desconfianza que el gobierno genera en los actores económicos, y sobre todo de la percepción generalizada de que el tipo de cambio está realmente atrasado, luego de 5 años continuados de inflación de  dos dígitos y dólar casi “anclado”. Llegó así en noviembre un verdadero “cepo” cambiario. Mediante controles arbitrarios de las autoridades fiscales se cerró la salida de pesos a dólares en el nivel minorista, mientras que las operaciones superiores a 500.000 U$S necesitan autorización expresa del Estado.

Muchas órdenes de no comprar o sí hacerlo la dicta por teléfono el secretario de Comercio, Guillermo Moreno. Esta estrategia brutal ha terminado súbitamente con cientos de rubros de comercio alimentados casi exclusivamente con la importación, hoy condenados al cierre, a menos que el cepo cambiario se levante. Los afectados van desde pequeños negocios de artículos de computación y electrónicos a librerías y tiendas de ropa. Incluso comprar a Amazon.com u otras librerías online se ha vuelto una aventura incierta y de largo plazo.  El efecto recesivo será inevitable, por más que por ahora los stocks de las grandes cadenas aguanten la demanda de fin de año. Al mismo tiempo que subía la presión sobre el dólar, se disparaba la tasa de interés, que ha llegado a superar cómodamente el 24% para lo que se llama “descubierto en cuenta corriente”, un tipo de financiación al que recurren tradicionalmente las empresas argentinas.

Con todo esto en el frente de tormenta interno, llega la crisis internacional. La falacia propagandística del “blindaje” argentino se sostuvo por unos días, pero luego el gobierno optó por archivarla, sabiamente, y comenzó con los recortes de subsidios al consumo de energía y transporte. Pero lo hizo en su estilo: la palabra “ajuste” está prohibida y para recortar unos absurdos subsidios al consumo de energía de los sectores altos se habló de “redireccionar recursos”. Se recurrió incluso a campañas de propaganda oficial con testimonios de conocidos actores oficialistas (una variedad de artistas que ha crecido exponencialmente en la Argentina K). Pero ya se sabe que los recortes, para ser significativos, deberán afectar a casi toda la clase media, que  además ve cómo las administraciones locales y provinciales también practican “tarifazos” de fin de año, muchos de dos o tres cifras.

Frente a este panorama de ajuste con inflación alta (siempre por encima del 20%) los sindicatos, sin distinción de sectores, ya anticipan una verdadera batalla en la negociación anual de aumentos salariales. El gobierno anticipa un techo del 18%, pero los sindicatos responden que no es serio lanzar ese número sobre la mesa. El gremialismo peronista era hasta hoy un aliado histórico del kirchnerismo, pero desde este fin de año se erige en la principal oposición. Con una oposición política barrida en las elecciones de octubre y en franca minoría en el Congreso, y un empresariado a la defensiva, cuando no en franca amistad con la Casa Rosada, no queda mucho más que la central gremial CGT y los medios de comunicación independientes para enfrentar al kirchnerismo.

Las dificultades económicas ya golpean la puerta -de hecho, ya entraron en la sala-  y arruinaron en parte la luna de miel de dos meses que debería haber gozado CFK entre su consagración electoral y su reasunción este 10 de diciembre de 2011. El clima ya cambió: el triunfalismo imparable de los primeros días fue súbitamente interrumpido por la pelea cambiaria, asunto que en Argentina trae a la memoria las peores épocas de crisis de los años 70 y 80, y la imparable ola inflacionaria sobre los productos de consumo masivo de las fiestas navideñas. Y si bien la “corrida” cambiaria se frenó a golpes de teléfono, amenazas y otras arbitrariedades,  los problemas de fondo permanecen intactos. La táctica kirchnerista de tratar cada problema a medida que se presenta y con herramientas de corto plazo no alcanzará para enderezar el barco. Y cuando se trate de medidas de fondo, inevitablemente restrictivas y algunas dolorosas, CFK no podrá echar mano al consabido “sangre, sudor y lágrimas”, ni nada parecido, como hacen hoy los estadistas europeos.

Sencillamente, el kirchnerismo no está programado para hacer ajustes de gasto y de consumo y bajar la inflación. Ellos han dicho mil veces que esas son las “recetas neoliberales” que llevaron al país al desastre, y que Europa repite ahora ese error por someterse a los dictados de “los mercados”.  De manera que en el futuro inmediato hay una gran incógnita: un gobierno con ninguna otra opción real que apretar los frenos del consumo, la inflación y el gasto público y un discurso de ese mismo gobierno institucionalizado durante años que repudia dichas medidas como traiciones al “pueblo” de parte de una caterva de gobernantes traidores y vendidos a los banqueros y el FMI.

Pablo Díaz de Brito es redactor especial de www.analisislatino.com