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16.09.11

La región ante un futuro de menor crecimiento global: efectos políticos del eventual fin del boom de las materias primas

Si en dos-tres años, el panorama económico ha mutado a uno de bajo o muy moderado crecimiento, definitivamente alejado de las "tasas chinas", el centroizquierda regional se verá en problemas ante su electorado. Su principal carta de legitimación, el gasto social nivelador de la brecha, ya no tendrá fondos, o no tan generosos como hasta ahora.
Por Pablo Díaz de Brito

Europa afrontó otra semana de montaña rusa en los mercados financieros, con crecientes rumores de default de Grecia. Muchos, sobre todo en Alemania y Holanda, impulsan un default ordenado de Grecia y su salida del euro, y tal vez también de Portugal. Aseguran que no tendría efecto dominó sobre Italia y España, aunque difícilmente alguien apostaría sus zapatos a que esto no ocurrirá.

Del otro lado del Atlántico, Barack Obama se debate entre un país económicamente postrado, una oposición radicalizada que no quiere ceder un ápice en cuanto a recortes profundos de gasto público y la reiteración de sus planes de "estímulo" keynesiano, que hasta ahora han aportado poco crecimiento y mucha deuda pública.

Esta doble recaída de Estado Unidos y Europa en una cuasi-recesión (por ahora, pero puede empeorar mucho), luego de la débil recuperación de la crisis de 2007/09 ya está teniendo efectos entre los países emergentes. América latina no podrá escaparle al problema. El último en advertir sobre este efecto global de los problemas del antaño llamado Primer Mundo fue Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial. "Si Europa, Estados Unidos y Japón no logran afrontar sus responsabilidades, no sólo se hundirán ellos, sino que arrastrarán al resto de la economía global", declaró el habitualmente flemático Zoellick.

Ante este panorama, Brasil ha comenzado a paso firme a devaluar su real, mientras Argentina no puede frenar la fuga de capitales, pese  la segura reelección de la presidenta Cristina Kirchner en octubre próximo y la virtual desaparición de la oposición. Los otros países, exportadores casi todos de commodities, se preparan como mejor pueden.

La debilidad del modelo de crecimiento de la región aparece nuevamente en escena, como ya pasó en 2008, cuando estalló la burbuja de las hipotecas subprime y cayó Lehmann Bros.

De los países de la región, sólo Brasil, Argentina y México tienen mercados internos del suficiente volumen como para absorber una parte sustancial de su producción industrial. Pero en los tres casos es del todo insuficiente para sustituir la demanda externa de bienes primarios. Los gobiernos de la región han oscilado entre acentuar el perfil productor de commodities y el de complementar este papel casi "colonial" con un industrialismo protegido, fiscalmente costoso, subsidiado directa e indirectamente. Como sea, un nuevo bajón de la economía mundial  parece estar a la vuelta de la esquina, y la región se apresta lo mejor que puede a pasar la tormenta.

Ahora bien, ¿son los gobiernos progresistas o de centroizuierda que dominan en la región los mejor preparados para una futura etapa de bajo crecimiento? Dejamos fuera de esta interrogación a los gobiernos de izquierda populista, que han dado pruebas acabadas de su total falta de racionalidad económica, muy en especial en el caso de Venezuela. Pero en Perú, por ejemplo, Ollanta Humala se apresta a cumplir su palabra electoral, de llevar bienes públicos básicos a los sectores menos favorecidos de la sociedad. ¿Qué pasará con esos planes si Asia y Estados Unidos reducen su demanda de bienes peruanos?

Brasil, bajo la dura guía de Dilma rousseff,  implementó recortes del gasto, primero, en enero, con fines antiinflacionarios, y ahora, junto con una baja de las tasas de interés, para aumentar el superavit primario y tener así un colchón para el pago de la deuda. Medidas necesarias y maduras, pero poco compatibles con un gobierno que tiene como sello de identidad la agenda social y la permanente búsqueda de la movilidad social ascendente. Las medidas económicas que está implementado hoy Brasil podrían ser suscriptas por cualquier gobernante de centroderecha.

En cuanto a la peculiar Argentina kirchnerista, simplemente sigue como si nada ocurriera. Oculta el déficit fiscal con retiros compulsivos de reservas de su banco central y de la agencia estatal de  pensiones. Según cálculos de institutos provinciales de estadísticas  y de consultores privados presentados esta semana en el Congreso, en los primeros 8 meses de 2011 hubo una inflación acumulada del 23.6%. Como es bastante sabido, los números oficiales de inflación en Argentina son una especie de broma costosa a cargo del Estado nacional, en la que no creen ni los propios funcionarios que los confeccionan. Pero en cualquier caso, a nadie parece preocuparle mucho esa altísima inflación, incluso fuera del gobierno. Este se despreocupa y apuesta a China, voraz compradora de soja, pero ya pone un ojo atento en Brasil, principal destino de sus exportaciones industriales.

En resumen, con seriedad o con inconciencia, la región se apresta a encarar un nuevo tiempo internacional, de menor demanda de su producción primaria. Porque si China por ahora no muestra ningún signo de debilitamiento de su actividad industrial, nadie puede afirmar que seguirá inmune ante una segunda recaída de los países desarrollados. Si Estados Unidos y Europa entran en un escenario de tipo japonés, de estancamiento crónico y de largo plazo, como tantos temen, el comercio sur-sur, y aún el de Asia-América latina, no podrán suplantar a la caída de demanda de las dos mayores economías del mundo (Estados Unidos y la Europa en su conjunto). Por un lado, la UE y los países del Nafta siguen siendo socios comerciales lo suficientemente importantes de la región como para recortar en caso de recaída el crecimiento de las economías sudamericanas, como ya se comprobó en 2009. A su vez, la anemia de Estados Unidos y Europa tarde o temprano se sentirá en Asia, y rebotará sobre la demanda de materias primas sudamericanas de esta última.

Ahora bien, el auge de gobiernos de izquierda y centroizquieda en la región vino precisamente de la mano del boom de las ventas externas de materias primas, a partir del inicio del nuevo milenio. Munidos con estos fondos, esos gobernantes dieron respuesta a las demandas sociales que las reformas de mercado de los años 90 no habían tenido en cuenta. La pregunta de fondo es si podrán estos gobiernos, cuyo ADN es el gasto público alto, con fuertes impuestos a las ganancias y al capital, afrontar un período prolongado de bajo crecimiento, con tasas modestas, del orden de 2-3%. Brasil claramente se apresta a enfrentar este panorama.

Bajo el mando nada populista de Dilma Roussef, una laborista atípica por su sentido del rigor contable y su exigencia de  gestión con resultados, Brasil se alista para la tormenta. Como se dijo, en Buenos aires reina la más inconsciente alegría, mientras la inflación rompe récords y el ministro de Economía, Amado Boudou, vuela en su Harley Davidson a los recitales de rock. Pero pese a esta actitud diametralmente opuesta, ambos gobiernos tienen el mismo perfil ideológico. Y en Brasil, Lula por ahora calla, pero está claro que no dejará mansamente que se ponga en peligro su eventual retorno triunfal en 2014 porque su pupila "exagera" con el rigor fiscal. En cuanto a temperamento, Lula es lo opuesto a Dilma, él tiene toda la batería de recursos del líder carismático, tendencialmente populista. Y a ese tipo de líder, los sacrificios y la austeridad permanente no le gustan.

En definitiva, si en dos-tres años, el panorama económico ha mutado a uno de bajo o muy moderado crecimiento, definitivamente alejado de las "tasas chinas", el centroizquierda regional se verá en problemas ante su electorado. Su principal carta de legitimación, el gasto social nivelador de la brecha, ya no tendrá fondos, o no tan generosos como hasta ahora. Como se comprueba en Brasil, el gasto social puede crear una dupla virtuosa con el mercado, que pone los puestos de trabajo de calidad que junto con aquél generan movilidad social. Si este mecanismo se traba o se debilita mucho, los gobiernos moderados de centroizquierda se verán cuestionados por sus electores. A su vez, los gobiernos radicales no necesitan de grandes crisis para ahondar en su populismo y apropiarse de rentas como sea. Ante un panorama externo austero, no hay dudas de que un populista relativamente "racional" como el ecuatoriano Rafael Correa se lanzará a seguir el imprudente camino de Hugo Chávez y sus desastrosas políticas antimercado.

Por otra parte, frente a una campaña electoral en la que tendrá poco que ofrecer, la centroizquierda en el gobierno siempre podrá agitar ante sus votantes el fantasma de la derecha egoísta, que vendrá a quitarles todo lo que se ganó en estos años. Los "socialdemócratas" brasileños, los blancos y colorados uruguayos y la centroderecha argentina del alcalde de Buenos Aires Mauricio Macri, tendrán el desafío de convencer al votante independiente de que ellos, además de "sensibilidad social", no declamada sino real y programática, también tienen una aptitud que les falta a sus adversarios progresistas: "sex appeal" con los inversores, en especial con los extranjeros. Y está claro que si la región se estabiliza en niveles bajos de crecimiento en los próximos años, las inversiones serán la única llave para mejorar la performance de la economía. En este terreno, el Frente Amplio uruguayo o el PT de Lula y Dilma podrán mostrar una excelente foja de antecedentes ante sus competidores electorales; pero esa rara avis política que es el kirchnerismo, en cambio, solamente podrá exhibir la crónica fuga de capitales que sufre la Argentina  desde 2008 y la permanente guerra de guerrillas que mantiene con los empresarios y productores agropecuarios. 

Pablo Díaz de Brito es redactor especial de www.analisislatino.com