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09.09.11

Las derechas latinoamericanas ante la disyuntiva de cambiar o desaparecer: las lecciones chilena y peruana

Los partidos y dirigentes de centro y derecha que no comprendan este dato clave, este cambio en el clima de época y en la agenda de reclamos sociales, perderán irremediablemente en las urnas, rechazados por unas mayorías que exigen de sus gobernantes mucho más que lo que les exigían hace apenas unos años.
Por Pablo Díaz de Brito

La última encuesta de la empresa Adimark, en Chile, mostró un cuadro demoledor para el presidente Sebastián Piñera, su gobierno y su coalición de derecha. El mandatario cayó a 27% de apoyos. Su gobierno recabó 70% de rechazos y su coalición, la Alianza, sumó apenas 22% de simpatías. Así, el único gobierno de derecha que queda en el Cono Sur está realmente en problemas.

Señalábamos en esta columna hace unas semanas (Las décadas opuestas en América latina) que las décadas de los 90 y los 2000 invirtieron los "colores" e ideologías de los gobiernos regionales. Del consenso pro-mercado de Washington se pasó en pocos años al dominio casi absoluto de las dos izquierdas, la moderada de Brasil y Uruguay, y la radicalizada y populista de Venezuela y Bolivia.

Hoy nos proponemos interrogarnos sobre si este giro drástico y perdurable se debe solamente a la accidental combinación del boom de las commodities con los límites intrínsecos de aquél modelo noventista (el aumento de la desigualdad y la consecuente percepción mayoritaria de que el auge económico favoreció a los más privilegiados); o si a esta combinación no se suma una evidente impericia de las fuerzas políticas de centroderecha regionales para adaptarse al nuevo escenario, al nuevo "clima de época" que surgió a partir de los años 2000.

El caso de la derecha chilena parece indicar un límite intrínseco, casi epistemológico o cognitivo, de este sector político para aceptar el nuevo cuadro general y actuar eficazmente en este nuevo medio ambiente. Aunque Piñera es un líder con valores y cualidades indiscutibles, que pareció comprender correctamente esta nueva situación, hoy se lo ve muy atado a una coalición con demasiados rasgos arcaicos. En esta coalición, la Alianza, tienen roles decisivos figuras que realmente ponen los pelos de punta a cualquier demócrata. El senador (designado) Carlos Larraín calificó recientemente a los estudiantes que toman las calles de "inútiles y subversivos". Larraín no es cualquier senador: es el presidente de Renovación Nacional, uno de los dos partidos que conforman la Alianza.

Terminología como "subversivos", propia de los dictadores militares de los años 70, costaría la vida política a quien la utilizara en cualquier otro país. Por suerte, no todos en la derecha chilena son como Larraín, pero es claro que estos personajes retrógrados tienen roles determinantes en ella. También resulta cada vez más claro que la actual crisis del gobierno chileno se debe en buena medida a que la sociedad lo ve como representante de las élites y sus privilegios, y apegado o condicionado por estos dirigentes antediluvianos.

Poco tiempo atrás el Perú, otro bastión del libre mercado y el "neoliberalismo", era tomado por el coronel Ollanta Humala, pese al auge de una década de la economía peruana. Dos gobiernos moderados y centristas (Alejandro Toledo y Alan García) pilotearon ese crecimiento pero sin prestar la atención suficiente a la agenda social. El resultado fue una segunda vuelta electoral en la que gran parte del "liberalismo" peruano, y sin dudas todo el establishment empresario, apostaron a Keiko Fujimori sin ruborizarse. Como se sabe, en el ballottage del 5 de junio se impuso Humala por 51,5% a 48,5%.

El Perú es el caso más evidente del problema que aquí se plantea: la fórmula del éxito de las derechas y centroderechas en los 90, apertura y altos índices de crecimiento, ha dejado de ser suficiente, pero esos sectores no han tomado debida nota del cambio ocurrido. Es como si esas élites se interrogaran incrédulas: "¿Cómo, no se contentan con los que les toca? ¿Por qué, si durante los últimos 20 años les bastó?"

La continuidad entre mundo de los negocios y partidos políticos de derecha o centroderecha explica en buena medida esta miopía extrema, esta incapacidad gnoseológica, de las derechas regionales. El hombre de negocios latinoamericano, o el extranjero que representa en la región a una multinacional, no destacan por su fineza de análisis al momento de revisar el cuadro político regional o nacional. Las élites latinoamericanas, y al parecer aún más aquellas de los países de la cuenca del Pacífico, presentan fuertes rasgos arcaicos, como evidencia el inaceptable vocabulario de Larraín. La mixtura entre dirigencia política y empresariado parece ser la causa de una buena parte de esa rusticidad de análisis, que tiene un tufillo inconfundible a reunión de directorio o a charla en el club house de una cancha de golf.

No es en esos sitios desde donde se comprenderá mejor a la sociedad, a sus complejidades y reclamos. Lo que bastó en los 80 y 90, incluso en los 2000 para el caso peruano, hoy no alcanza más. Las sociedades latinoamericanas reclaman que sus democracias distribuyan mejor la riqueza que generan, que se cierre la brecha, en lugar de hacerse crónica. Que haya en los gobernantes verdadera preocupación por la pobreza y la marginalidad y no mera retórica electoralista. Por eso las mayorías peruanas optaron por Humala cuando este les prometió en serio seguir a Lula -y ya no más a Hugo Chávez- y por esto fracasa tan tristemente Sebastián Piñera en Chile, pese a que el país no ha dejado de crecer bajo su corto mandato a las tasas que lo hicieron mundialmente famoso.

Los partidos y dirigentes de centro y derecha que no comprendan este dato clave, este cambio en el clima de época y en la agenda de reclamos sociales, perderán irremediablemente en las urnas, rechazados por unas mayorías que exigen de sus gobernantes mucho más que lo que les exigían hace apenas unos años.

Es a este respecto esperanzador que, al menos en ciertas fundaciones y think tanks, surja ¡por fin! una renovación de ideas y figuras, donde en los congresos y seminarios de estas organizaciones ya no convoquen solamente a las caras de siempre sino a politólogos jóvenes con una mucho más elaborada comprensión de las demandas sociales que esos eternos señores de traje oscuro y gesto arrogante que siguen repitiendo un análisis viejo y esquemático para satisfacción endogámica de los empresarios y ejecutivos que les pagan sus honorarios.

Pablo Díaz de Brito es redactor especial de www.analisislatino.com