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19.08.11

El “cristinismo”: un exitoso mix de reformismo real y retórica radical

(Análisis Latino) Paradójicamente, la muerte de Néstor Kirchner en octubre de 2010 revivió al movimiento que lleva su nombre. La viudez de la presidenta fue magistralmente explotada por sus asesores de imagen. Súmese a eso a una economía que crece al 7-8%, pese a una inflación del 25-30% anual y un consumo estimulado de todos los modos posibles por el gobierno, y así se tienen los resultados en las primarias del domingo 14 de agosto. Ahora, ¿cuál es el kirchnerismo o “cristinismo” que viene en los próximos 4 años? ¿Uno más radicalizado, como parecen anticipar las listas de diputados impuestas por Cristina a sus lugartenientes provinciales? ¿O, como indicaría la racionalidad política y económica, un gobierno más centrista y menos confrontador, que baje los decibeles de la retórica contra la oposición y la prensa independiente y equilibre la recalentada economía?
Por Pablo Díaz de Brito

(Análisis Latino) Cristina Fernández de Kirchner (CFK) arrasó en las urnas y habrá kirchnerismo (desde ahora, “cristinismo”) para otros cuatro años. Así de categórico fue el resultado de las elecciones primarias nacionales obligatorias del domingo 14 de agosto en la Argentina. Ese mecanismo había sido previsto por Néstor Kirchner para facilitar su futura reelección, pero murió de manera súbita el  28 de octubre de 2010. En ese momento estaba en serias dificultades, con la popularidad en baja, y por eso diseñó este mecanismo, para así debilitar a la oposición. Su viuda y presidenta de la Nación mantuvo las primarias, en parte porque notó que la oposición, efectivamente, estaba dividida y debilitada.

El domingo 14, CFK superó por unas centésimas el 50% (en Argentina rige un ballottage atenuado: basta el 45% para ganar en 1a primera vuelta, o incluso el 40% si el segundo contendiente queda a 10 puntos o más del primero). Fue sorprendente, porque casi todos estimaban que CFK iba a estar entre el 37 y el 43%. Y lo más contundente es que sus competidores se quedaron muy por debajo del 20%: el radical Ricardo Alfonsín, hijo del extinto presidente de los años 80, recaudó 12,17%, y el peronista ortodoxo y ex presidente interino Eduardo Duhalde, 12,16%. Cuarto, con apenas 10,26% se ubicó el gobernador de la provincia de Santa Fe, el socialista Hermes Binner, visto por muchos en las semanas previas al voto como la alternativa de centroizquierda civilizada y republicana al centroizquierda de raigambre peronista y autoritaria que plantea el gobierno. Ninguno de ellos tres tiene la más mínima chance de siquiera acercarse a disputarle el poder a CFK en la elecciones presidenciales del 23 de octubre próximo.

Antes del 14 de agosto se especulaba, aunque sin convicción, con un ballottage en el que el opositor más votado concentraría todo el voto no kirchnerista. Una ilusión. Hoy, al contrario, se proyectan algunos puntos adicionales para CFK, aplastando aún más a los pobres candidatos opositores, cuyos rostros del lunes pos-electoral hablaban por sí solos. Los columnistas argentinos no oficialistas se repartieron entre los que analizaron el “fenómeno Cristina” y los que se dedicaron a regañar a la escuálida oposición.

Esta cometió el doble error estratégico de dividirse y dar por derrotado al kirchenirsmo cuando éste perdió terreno en las elecciones legislativas de 2009. Allí salió derrotado el mismísimo Néstor Kirchner, quien quedó segundo en la decisiva provincia de Buenos Aires ante un peronista de centroderecha, Francisco de Narváez. Una agrupación ya extinguida, el Acuerdo Cívico y Social, que reunía a radicales y socialistas, además de la ex dirigente radical Elisa Carrió, recaudó entonces a nivel nacional el 27,4%%. Pero rápidamente los tres componentes de este Acuerdo se dividieron, creyendo que el kirchernismo ya estaba vencido y que se trataba de disputarse anticipadamente entre ellos la presidencia. Lo mismo pasó, como en un calco, en el peronismo disidente no kirchnerista.

Paradójicamente, la muerte de Néstor Kirchner en octubre de 2010 revivió al movimiento que lleva su nombre. La viudez de la presidenta fue magistralmente explotada por sus asesores de imagen. No hubo aparición pública presidencial desde entonces en que el anacrónico vestido negro y la voz quebrada por la emoción de la mandataria no les recordaran a los argentinos la pérdida sufrida. Súmese a eso a una economía que crece al 7-8%, pese a una inflación del 25-30% anual y un consumo estimulado de todos los modos posibles por el gobierno, y así se tienen los resultados del domingo 14 de agosto.

CFK ganó en distritos en los que había perdido incluso en 2007, cuando accedió a la presidencia en primera vuelta. Las grandes provincias centrales, como Córdoba y Santa Fe, y la ciudad de Buenos Aires, que entonces la habían relegado al segundo o tercer lugar, ahora le dieron el primer puesto. Fue notoria la recuperación del voto “del campo”, sector económico clave con el que Néstor y Cristina Kirchner se habían enfrentado a inicios de 2008, al aumentar de manera brutal los impuestos a las exportaciones de soja. Los Kirchner se vieron sorprendidos entonces por la masiva adhesión de la sociedad urbana a la causa de los agricultores. El largo conflicto, que terminó con el archivo en el Congreso del aumento impositivo, fue una derrota estratégica del kirchnerismo que lo llevó a la mala performance electoral del año siguiente. Pero como se dijo, la oposición hizo a partir de ahí todo mal, se dividió y luego la fuerte recuperación de la economía del breve bajón causado por la crisis mundial en 2008/9, hizo el resto.

Ahora, ¿cuál es el kirchnerismo o “cristinismo” que viene en los próximos 4 años? ¿Uno más radicalizado, como parecen anticipar las listas de diputados impuestas por Cristina a sus lugartenientes provinciales, en las que destacan jóvenes de la nueva camada kirchnerista, formados en el llamado “secentismo”, afines a los movimientos armados de la izquierda peronista de esos años que se enfrentaron al mismísimo Perón? ¿O, como indicaría la racionalidad política y económica, un gobierno más centrista y menos confrontador, que baje los decibeles de la retórica contra la oposición y la prensa independiente y equilibre la recalentada economía? Tal vez se vea un mix de ambas opciones.

La legión de jóvenes K que entrará al Congreso en diciembre hace prever que este sector tendrá un espacio protagónico, pero siempre subordinado a las órdenes que lleguen desde la Casa Rosada. Los parámetros de la economía y la renovada crisis internacional suman puntos para apostar a un viraje al centro, al menos en política económica.

Los industriales de línea proteccionista agrupados en la Unión Industrial Argentina (UIA), ya salieron a pedirle a Cristina moderación y, sobre todo, que ponga un ojo en el creciente retraso del tipo de cambio. Asimismo, la inflación, que supera cómodamente el 1,5% mensual y muchas veces el 2%, erosiona el salario real, mucho más de ese 40% que trabaja de manera irregular, “en negro”.

Y el estandarte macroeconómico de los buenos tiempos K, “los superávits gemelos” (fiscal y comercial) están muy deteriorados o han desaparecido. El primero, el superavit fiscal, se perdió hace ya un par de años; el segundo, el de la balanza comercial, apenas se sostiene gracias a medidas de facto que toma el gobierno, mediante la prohibición de importaciones, cupos informales ordenados verbalmente y medidas similares. Argentina, vale recordarlo, mantiene una emisión monetaria que supera holgadamente el 30% anual y un aumento anual del gasto público que no le va en zaga. Estos números tendrán que modificarse, más temprano que tarde, si el llamado “proyecto” kirchnerista no quiere volver a darse un feo revolcón como en 2008/9.

La presidenta tiene espaldas para hacer un ajuste monetario, fiscal y cambiario suave, sin necesidad de esperar a que la fuerza de la realidad le imponga un “aterrizaje brusco”. Cuando inicie su segundo mandato en diciembre, con una oposición reducida a escombros, con todo el apoyo popular (no sería raro que alcance un 55%) y el “momentum” propio del inicio de un nuevo período con todo a favor, CFK podría, como hizo en enero pasado Dilma Rousseff, aplicar el freno a una economía recalentada. Pero es dudoso que esas medidas “ortodoxas y neoliberales” puedan ser admitidas por ella. Porque aplicarlas sería una derrota ideológica de proporciones para CFK, a diferencia del pragmatismo de Lula y Dilma, que nunca renegaron de una buena dosis de ortodoxia pro-mercado.

Son innumerables los discursos presidenciales contra medidas como ésas. Su fallecido esposo, “creador” de la inflación alta y del impulso sin freno del gasto público, no sólo criticó esas medidas, sino que efectivamente frenó toda iniciativa tendiente a limitar la inflación y el gasto. El impulso al gasto llegó a su clímax con dos medidas impensables en cualquier economía de mercado mínimamente digna de tal nombre. En noviembre de 2008 los Kirchner ordenaron estatizar los fondos de pensión privados, apropiándose así de un enorme volumen de fondos que, pese a las promesas hechas -y fijadas por ley- fueron finalmente a solventar gastos corrientes del Estado. Un año después, en diciembre de 2009, se intervino el Banco Central, se echó a su presidente y comenzó la apropiación de las reservas de la entidad, que además comenzó a emitir moneda según la demanda del Tesoro y no según su programa monetario.

El kirchnerismo es una especie de depredador omnívoro: donde ve fondos, ahí va por ellos. No es de extrañar que luego de estos dos episodios se haya disparado la fuga de capitales, que nunca más se detuvo, pese a los buenos “números” que presenta la economía, si se le resta la inflación. Durante 2011 la fuga volvió a empinarse, en agudo contraste con Brasil, cuyo problema de tipo de cambio proviene del excesivo ingreso de capitales.

Por lo demás, aquellas medidas “ortodoxas” que debería adoptar CFK en el inicio de su segunda presidencia no serían bien digeridas por el establishment kirchnerista. Si bien el kirchnerismo es “verticalista” al extremo, ha creado un fenómeno poco conocido en el exterior: el de un universo de medios para-estatales y de intelectuales y artistas que conforman una suerte de coro mediático fanático del gobierno. Estas usinas son de una agresividad nunca vista en la democracia argentina.

Además, se estima que los medios privados ya “comprados” por la portentosa billetera del gobierno son unos 150. Muchos de ellos fueron creados ad-hoc, para recibir esos fondos. Ahora bien, en esos medios y en esos coros mediáticos no se postula un reformismo más bien moderado, como de hecho practica el kirchernismo, sino una doctrina revolucionaria y anticapitalista frontal. Por motivos prosaicos, meramente dinerarios, el kircherismo ha tenido mucho éxito entre artistas y actores. Pero también ha ganado a un sector de la izquierda académica anticapitalista, que hoy desecha la vía revolucionaria clásica y opta por el autoritarismo populista, bajo la inspiración del filósofo político argentino Ernesto Laclau.

Todos ellos, artistas e intelectuales, hacen fuerza para que Cristina, de una buena vez, abandone la “moderación” y se pase al radicalismo en serio. Porque si bien las medidas antes mencionadas resultan impresionantes para un extranjero, lo cierto es que el kirchnerismo nunca optó por la vía “bolivariana”. Se apropió de los ahorros previsionales privados, de las reservas del Banco Central y amagó luego con copar los directorios de muchas empresas mediante un cambio de las normas derivadas de aquella expropiación de fondos de pensiones. Pero rápidamente “arregló” con las empresas afectadas y sus directores en esas grandes firmas mantienen una “paz fría” con los dueños.

Puede decirse que la expropiación de empresas es el límite infranqueable del kirchnerismo, que prefiere cebarse con las rentas que producen, tanto ellas como los ciudadanos, sea mediante impuestos o medidas como las citadas. Es que el kirchnerismo ha visto los resultados devastadores de las expropiaciones masivas de Chávez, y ha tomado nota. También recuerda bien la pésima experiencia que dejaron las empresas de servicios estatizadas por Perón en los años 40 y privatizadas en los 90 cuando ya estaban en un estado de agonía.

Por otro lado, el estilo kirchnerista es mucho más de clase media (a la que reconquistó en buena medida con estas elecciones) que el  chavismo y sus asociados; y su radicalismo es más retórico que real. El fallecido Néstor Kirchner, que era un rentista prolijo, amaba apropiarse de las rentas privadas pero desconfiaba de hacer lo mismo con las empresas: su pragmatismo astuto le indicaba que las empresas en manos del Estado funcionan mal y a la larga crean más problemas que ventajas.

CFK no caerá en este error, eso puede darse por seguro. Pero ¿tomará el amargo brebaje ortodoxo del ajuste fiscal/monetario/cambiario? Resulta arduo imaginarla ordenando esas medidas. Su vicepresidente electo y actual ministro de Economía, Amado Boudou, proviene del liberalismo económico químicamente puro. Si bien en la profesión de los economistas nadie se lo toma muy en serio, tiene los conocimientos como para alertar a la mandataria sobre los peligros que asoman.

Es muy probable entonces que, sin tomar medidas drásticas, CFK y Boudou apuesten a un aterrizaje suave, mediante un ajuste gradual: bajar la emisión monetaria, bajar la tasa de aumento anual del gasto, dejar escapar un poco al dólar, pero todo en dosis y largas cuotas. A la vez, cuanto más tiempo dejen pasar, menos efectivo será ese gradualismo, así que de optar por él deberían verse medidas y virajes suaves a partir de enero próximo.

Al mismo tiempo, la retórica radical en los medios del Estado y en esa legión de medios paraestatales continuará sin dudas, con las acostumbradas apologías del guerrillerismo, del Che Guevara y de Evo Morales, y la denigración de la oposición y los medios independientes. El mix de reformismo real y retórica radical funciona bien, se dirán Cristina y Boudou. Sigamos por ese camino entonces.   

Pablo Díaz de Brito es redactor especial de www.analisislatino.com