Entrevistas

09.08.11

Rubén Chababo:

«El dato histórico frío sirve de poco si no logramos ponernos en el lugar de aquellos que sufrieron la violencia de lo injusto»

Existe una dimensión moral de la responsabilidad social frente al pasado que es imposible soslayar. El que no quiso ver lo que sucedía, el que denunció, el que colaboró con entusiasmo para que el dolor fuera aún más extenso, el que se negó a darle lugar al que dolido reclamaba justicia. Todos ellos son parte de ese sistema atroz generado por el proyecto autoritario, y todos deberían estar obligados a revisar su lugar en ese momento oscuro en los que lo encontró la historia.

Perfil: Rubén Chababo (1962) es Profesor en Letras por la Universidad Nacional de Rosario. Docente de la Cátedra de Literatura Iberoamericana de la Facultad de Humanidades y Artes. Ha desarrollado trabajos de investigación como becario de Naciones Unidas en la Universidad Central de las Villas (Cuba), en el Instituto Iberoamericano de Berlín y en el Instituto de Cooperación Iberoamericano de Madrid. Ha dictado conferencias en carácter de profesor invitado en diferentes universidades del país y del extranjero, entre otras la Universidad de Pescara (Italia), Vassar College, Bowling Green y Holly Cross (Estados Unidos), entre otros centros académicos. Trabajos de su autoría han sido publicados en revistas especializadas del país y del extranjero. Desde 2003 dirige el Museo de la Memoria, institución dependiente de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario.

-¿Cómo surgen históricamente los Museos de la Memoria y que aspectos de experiencias internacionales fueron tenidos en cuenta en su creación en la Argentina?

Rubén Chababo: Los museos de la memoria referidos a períodos traumáticos de la historia comenzaron a ver la luz en el siglo XX luego de la Segunda Guerra Mundial. Su surgimiento está estrechamente ligado a la brutal experiencia del nazismo que asoló a buena parte de Europa y en particular a las comunidades judías. Se trata de experiencias culturales de reparación simbólica, intentos por evitar que el olvido se despliegue sobre países, ciudades y comunidades que fueron protagonistas de esa oleada de barbarie encarnada en el proyecto de conquista territorial y exterminio humano diseñado por el III Reich.
En el caso argentino y latinoamericano es hacia finales de la década del 90 cuando en diferentes países de la región comienzan a surgir proyectos de similares características que hacen centro en la narración de las experiencias vividas por las comunidades que fueron golpeadas por el impacto de las dictaduras. No es un proceso homogéneo y el surgimiento de estas instituciones está estrechamente ligado a la debilidad o la fuerza de los procesos de democratización. No es casual que países como Paraguay o Guatemala, por solo poner dos ejemplos de países en los que la crueldad de las dictaduras golpeó con dureza su epidermis social, no posean instituciones de estas características y que sí las tengan Chile o Argentina, países en los que se ha discutido el pasado reciente, sociedades donde la amenaza de la barbarie bajo la forma de Terrorismo de Estado ha sido expulsada de su horizonte de posibilidad y donde se han constituido Tribunales para el enjuiciamiento de los responsables de crímenes de lesa humanidad.
El Museo de la Memoria de Rosario es único en sus características en el país. Para construirlo se estudiaron otras instituciones de memoria, se mantuvieron reuniones con sus equipos de trabajo y se discutieron miradas y perspectivas. El Museo de la Cruz Roja y  de la Media Luna roja de Ginebra, el Museo de la Resistencia y la deportación de la ciudad de Grenoble y el de Lyon operaron como referencias. De igual modo, algunas instituciones norteamericanas como el Museo del Holocausto de Los Angeles. Esas referencias no necesariamente funcionaron de manera especular, es decir, para copiar lo ya realizado, sino por el contrario, para observar qué de esos proyectos en muchos casos considerábamos alejados de nuestros objetivos o formas o recorridos que no queríamos transitar aquí. En definitiva, el gran dilema que se despliega frente a la construcción de un Museo de la Memoria es el de la transmisión. Dilema arduo y complejo que no se resuelve de un día al otro sino que exige un trabajo cotidiano de observación y permanente corrección.

-¿Cuál es el objetivo del Museo de la Memoria en Rosario y qué desafíos enfrenta para garantizar la continuidad de su actividad e independencia con la alternancia de los gobiernos?

Rubén Chababo: El objetivo de nuestro Museo es, tal lo establece la Ordenanza sancionada por el Concejo municipal hacia finales de los años ‘90, hacer memoria de los hechos que tuvieron lugar en nuestro país durante los años de la última dictadura militar, las consecuencias y el impacto del Terrorismo de Estado sobre la trama social argentina. Sin embargo nuestro relato, nuestra mirada, nuestras actividades, desbordan esas fechas acotadas del calendario y descienden en la historia o avanzan más allá de los años de la restauración democrática hasta llegar al presente. Tampoco nos atenemos a trabajar o relatar con exclusividad los años de la última dictadura porque nos interesa además, y de manera especial, abrir los ojos para ver dónde, en qué lugar del mundo, en este presente, hay alguna comunidad que sufre o que anhela la llegada de justicia.
La forma de garantizar la independencia de este museo respecto al Ejecutivo municipal se resolvió con la decisión de que su dirección fuera concursada cada cuatro años. Por otra parte, desde que asumí la dirección por primera vez hace ya ocho años nunca se me propuso, por parte del ejecutivo municipal, cambiar un relato o proponer otra perspectiva en el tratamiento de una temática por razones ideológicas, algo que pone en evidencia la libertad con la que he trabajado desde el inicio de mi gestión.

-¿Qué aspectos de la Memoria son los más fundamentales para preservar y consolidar una cultura de los derechos humanos en las futuras generaciones?

Rubén Chababo: En primer lugar se debe evitar hacer un culto de la memoria como garante de la no repetición de la barbarie. Con recordar que algo penoso sucedió en el pasado no alcanza para que estemos alertas respecto a su reaparición en el presente. Pueblos poseedores de memoria de ultrajes padecidos en el pasado pueden ocasionar en este presente los mismos o parecidos sufrimientos a otros pueblos. La maravillosa película de Gillio Pontecorvo La batalla de Argel lo pone de manifiesto cuando muestra a los generales franceses que pocos años atrás habían luchado activamente en la resistencia contra el nazismo, aplicar tortura a la población argelina. No es que esos generales hubieran olvidado la ofensa de la tortura y la humillación que supone aplicarla a un semejante, sino que no podían establecer un vínculo o una relación entre los sufrientes del pasado y los de ese presente.
En este sentido me gusta evocar una distinción que hace Tzvetan Todorov quien señala que hay dos tipos de memoria, una literal y otra ejemplar. La memoria literal recuerda el pasado bajo el modo de un sermón o una letanía (muy similar al estilo en que en nuestras escuelas nos enseñaban Historia, repitiendo capítulos de un manual). La memoria ejemplar en cambio retorna al pasado para formularle preguntas con el riesgo de que las respuestas a esas preguntas que les hemos formulado no sean precisamente las que quisiéramos escuchar. La memoria ejemplar extrae lecciones y enseñanzas de ese ayer. La memoria literal construye frisos, estatuas de bronce, la ejemplar baja los nombres de los grandes frisos y visualiza a los que nos precedieron en su más extrema grandeza y vulnerabilidad, como hombres y mujeres de carne y hueso.
Creo además que no hay proyecto de memoria que pueda ser efectivo si no está atravesado de una dosis importante de sensibilidad. El dato histórico frío sirve de poco si no logramos ponernos en el lugar de aquellos que sufrieron la violencia de lo injusto, si no intentamos imaginar, aunque solo sea por un segundo, qué se siente cuando la vida humana es arrojada a la más inclemente de las adversidades. La empatía con el dolor del semejante es esencial para poder dimensionar lo que ocurre en su verdadera escala. De otro modo tutsis, palestinos, guatemaltecos, afganos o yemenitas son meros nombres, cifras, nunca personas de carne y hueso atravesadas por el pavor al hambre, la persecución o el exterminio.

-¿Qué nivel de aceptación (conocimiento) de los crímenes cometidos durante la dictadura militar considera que existe actualmente en la sociedad argentina?

Rubén Chababo: Es difícil saberlo. Una cosa es lo que uno desea, y otra lo que el dato frío de la realidad puede arrojarnos como evidencia. Depende siempre dónde, en qué sectores, en qué franjas etarias uno proponga la pregunta por el pasado. Lo que sí puedo asegurar es que esta sociedad, como muy pocas otras sociedades latinoamericanas y europeas, ha discutido y discute su pasado. No hablo de consensos respecto a lecturas sobre ese ayer, digo que en la Argentina del 2011, y en especial a partir de la ubicación del pasado reciente por parte del kichnerismo en un lugar destacado de la agenda pública, los años de la dictadura se volvieron más cercanos. Libros de ficción, ensayos, reportajes, programas en la televisión pública, películas, obras de teatro que giran en torno a aquellos años, así lo demuestran. Todo esto hace que el conocimiento acerca de ese ayer se extienda mucho más que si el tema fuera obviado. El hecho de que en los manuales escolares esté incorporado el tema de la dictadura, como el de Malvinas o la crisis de 2001 habla de una sociedad en la que estos temas poseen vigencia.
Ahora bien, acerca de cada uno de estos episodios, habrá relatos diferentes, visiones o interpretaciones que no necesariamente coincidan o con los que yo acuerde de manera exhaustiva. Pero es saludable y necesario que se hable del tema si se quiere hacer de ese pasado algo útil para la conformación de los ideales ciudadanos del presente.

-¿Está de acuerdo con la propuesta de Graciela Fernández Meijide de ofrecer tratos especiales a quienes participaron de la represión ilegal si es que brindan información sobre el destino de las víctimas de la dictadura?

Rubén Chababo: Es una pregunta difícil de responder. En lo personal considero que cada crimen, que cada vulneración a la dignidad humana debe ser llevada a la justicia, que cada criminal debe responder ante la sociedad en su conjunto por el daño que ha causado. No creo que deba haber tratamiento especial alguno. Y si digo que es una pregunta difícil de responder es porque entiendo que quien hace esa propuesta es una madre que ha perdido a su hijo y que esa madre quiere, como es más que entendible, saber, antes de morir, dónde está su cuerpo. Por ese solo motivo, por reencontrarse con el cadáver o por saber su destino final, puede pretender que las leyes se modifiquen incluso beneficiando a quien la ha dañado en lo más íntimo.
No soy yo quien ha perdido a un ser querido para decirle a ella que es lo que debe reclamar. Escucho con atención su opinión. Tengo una idea contraria a la de ella, pero la respeto y la entiendo. No sé qué haría yo en su lugar si hoy me arrebataran lo que más amo.

-¿Debe ser parte de la Memoria todo lo vinculado a la violencia política en los setenta y la responsabilidad de la dirigencia partidaria previa al golpe o se la debe limitar exclusivamente al terrorismo de estado?

Rubén Chababo: La memoria no puede ser nunca sujetada, la memoria fluye, toma caminos impensados. Hay sí, intentos por ceñirla, por ajustarla, por dejarla anudada a ciertos hechos y territorios, pero son intentos vanos que tarde o temprano fracasan en su empeño.
Los años de la última dictadura en Argentina no fueron responsabilidad absoluta del ejército. Para que el Ejército haya tomado el poder fue necesario que contaran con el apoyo de sectores tan variados y diversos como la policía, la Iglesia, sindicatos, partidos políticos, intelectuales. La dictadura fue una creación colectiva de la sociedad argentina, como lo es toda dictadura. Una vez que estos períodos atroces concluyen la sociedad elige verse a sí misma como ajena a los hechos, encontrando la culpabilidad absoluta en un puñado de hombres o de instituciones. El nazismo no fue obra exclusiva de Hitler y de un puñado de camaradas alucinados así como tampoco el stalinismo fue la obra de Stalin y sus ministros. Hubo una sociedad que acompañó esos procesos y que de algún modo debiera hacerse responsable de ese pasado.
En el caso argentino el golpe fue saludado por grandes mayorías, bendecido por los dirigentes políticos, incluso por los de muchos partidos que hoy intentan negar aquello que está escrito en las páginas de los periódicos. No hay más que revisar las revistas y publicaciones de época para confirmar esto que aquí se dice. Para no pocos argentinos Videla era un hombre noble que venía a salvar a la patria del caos social. La dictadura argentina fue una tarea conjunta en la que también colaboraron activamente otras naciones, los Estados Unidos y Francia a través de la cooperación militar y el asesoramiento estratégico. No hay que olvidar tampoco que la ya desaparecida Unión Soviética mantenía estrechos lazos comerciales con aquellos mismos que fronteras adentro perseguían y aniquilaban al llamado enemigo comunista. Se trata de un capítulo oscuro y vergonzoso ya estudiado por muchos autores pero tristemente poco conocido, salvo en reducidos grupos de personas que se interesan por el tema.
Pero no todos los actores poseen la misma responsabilidad frente a lo ocurrido. El célebre Karl Jaspers, tratando de pensar y analizar un tema similar para el caso alemán diferenció dos tipos de responsabilidades, una la criminal y la otra moral. La sociedad no es responsable por el crimen, de él deben dar cuenta sus ejecutores, pero existe una dimensión moral de la responsabilidad social frente al pasado que es imposible soslayar. El que no quiso ver lo que sucedía, el que denunció, el que colaboró con entusiasmo para que el dolor fuera aún más extenso, el que se negó a darle lugar al que dolido reclamaba justicia. Todos ellos son parte de ese sistema atroz generado por el proyecto autoritario, y todos deberían estar obligados a revisar su lugar en ese momento oscuro en los que lo encontró la historia.
Respecto a la violencia política, es parte de la memoria. Libros como La voluntad, de Caparrós y Anguita, Poder y desaparición de Pilar Calveiro, Recuerdo de la muerte de Bonasso o los propios documentos escritos por Rodolfo Walsh a sus compañeros de lucha dan cuenta de esa íntima y compleja relación. Se trata de textos que exploran con dureza crítica las opciones que en muchos casos eligieron las agrupaciones armadas. Lo mismo sucede en el cine de carácter documental que comienza a aparecer o en la literatura de ficción. Novelas como La casa de los conejos de Laura Alcoba pueden servir de muestra. También es posible rastrear un tema tan complejo como éste en las páginas del debate abierto por Oscar del Barco reunido en volumen que lleva por No matarás y del que participaron tantos nombres centrales del campo intelectual argentino. Negar que la violencia política fue un modo de dirimir conflictos y diferencias en los años setenta es no querer entender lo dramático del escenario en el que se jugaron la vida y la muerte  miles de argentinos. No discutir esas opciones que ya forman parte de la historia, es negarse a penetrar el duro núcleo de una historia trágica para poder entenderla en su más amplia dimensión. También es importante, a la hora de analizar estos procesos históricos hacer el esfuerzo por reconstruir los llamados climas de época. Desconocerlos puede llevar a anacronismos incomprensibles. Como bien señala Héctor Schmucler, los climas de época no diluyen necesariamente las culpas, ni  tampoco aminoran las responsabilidades. Entender lo que pasó está lejos de justificarlo. De todos modos, reconocer la existencia de esa violencia no debiera implicar, en absoluto homologarla con la que desplegó el aparato estatal. Porque el Estado, jamás, bajo ningún concepto, amparado en ninguna excusa, puede convertirse en máquina de destrucción, humillación o muerte. Y eso es lo que sucedió en este país y en tantos otros, y es lo que con tanta claridad se explica en las primeras páginas del Nunca Más cuando se evoca el caso Moro en relación a las Brigadas Rojas.

Ante la crueldad de los métodos utilizados por la dictadura, ¿Qué refleja el hecho que algunas personas todavía hoy justifiquen el terrorismo de estado argumentando que el golpe evitó un mal mayor?

Rubén Chababo: Esa justificación refleja de que peligroso modo en nuestras sociedades anida y perdura el germen autoritario. También demuestra la falta absoluta de sensibilidad frente al dolor y padecimiento del semejante. Quien justifica la dictadura no es diferente de aquel que justifica los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaky o las bombas que cayeron sobre la ciudad de Dresde hacia el final de la Segunda Guerra. Según esa visión, un horror serviría para detener otro horror. Pero la historia nos demuestra de manera palmaria y transparente que ese tipo de pensamiento solo puede provenir de aquellos que no sufren en carne propia ni en la de sus seres queridos esa forma de resolver los conflictos. Es fácil desde la lejanía y la comodidad del living pensar que hay que destruir Bagdad con todos sus habitantes dentro para acabar con Hussein. Es fácil porque un hijo o hermano nuestro no está en ese momento caminando por las calles de Bagdad.
La dictadura bajo cualquiera de sus formas es siempre un recurso atroz e inmoral. Por otra parte siempre existen mecanismos para resolver los conflictos que no necesariamente desembocan en el derrocamiento de un gobierno legalmente constituido.

-¿Considera que los organismos de derechos humanos tienen que ser imparciales y pluralistas o por el contrario deben responder a determinada ideología?

Rubén Chababo: Es imposible pensar a los Organismos de Derechos Humanos por fuera de las ideologías. Están conformados por personas que viven en un país, en una sociedad, y por lo tanto, atravesados por las pasiones sociales y políticas – también ideológicas- propias de esa sociedad.
Lo que los Organismos de Derechos Humanos debieran siempre evitar, en cualquier país del mundo, es perder su autonomía. Mucho menos verse a sí mismos como voceros o intérpretes de los aparatos gubernamentales. Si eso sucede, su función se desnaturaliza y su prédica pierde eficacia y credibilidad. Los Organismos de Derechos Humanos deben recordarle siempre al poder el olvido de su responsabilidad de cuidado y protección de la dignidad humana. Señalarle sus faltas, sus arbitrariedades. De allí que su voz debiera repercutir en la sociedad, pero fundamentalmente en los pasillos de cualquier gobierno de turno, con la eficacia de la picadura de un tábano sobre un cuerpo débil.

-¿Por qué predomina en las universidades y en el ambiente de los organismos de derechos humanos el relato de que el golpe militar fue un plan deliberado para instalar el “neoliberalismo” económico?

Rubén Chababo: Darle una sola explicación al por qué del golpe de estado es empobrecer las lecturas históricas. Creo que el golpe de estado en Argentina como en el resto de América latina se inscribe en el gran esquema de mundo bipolar que regía en los años sesenta y setenta en el que la llamada Guerra fría se dirimía en diferentes territorios. Fue “la amenaza comunista” una de los lemas más poderosos que repercutía en la cabeza de estas dirigencias militares y cívicas que terminaron derrocando a los gobiernos de Uruguay, Chile o Perú. Detener la amenaza del comunismo a cualquier precio figuraba en sus manuales y en sus discursos. Claro que ningún proceso histórico está despojado de su relación estrecha con lo económico, pero reducir el golpe de estado a una cuestión exclusiva de aplicación de plan económico me parece una lectura reduccionista, que deja afuera muchas variables.
Si esa visión perdura – habría que aclarar que no es precisamente en el campo académico donde encuentra predominancia-  es porque muchas veces suelen instalarse ideas o explicaciones a los hechos históricos que pueden haber servido en algún momento para explicar un fenómeno pero que el paso del tiempo las vuelve débiles o insuficientes. A veces se suele elegir responder con lo que ya está cristalizado como respuesta en lugar de penetrar en la complejidad de un período o de un acontecimiento, y eso es posible que sea lo que suceda en este caso.
Por otra parte, como lo ha demostrado la historia de los años ‘90, no es siempre necesario desplegar un plan represivo y de exterminio para aplicar políticas antipopulares. El menemismo produjo un daño que nos costará reparar acaso décadas, y lo hizo con amplios apoyos y consensos, con el beneplácito de sectores que hoy niegan haber apoyado esas medidas, y sin la necesidad de construir campos de concentración ni requerir el apoyo de ningún Ejército.

¿Debe incluirse en la Memoria el papel de la comunidad internacional durante la dictadura?

Rubén Chababo: El rol de la comunidad internacional durante los años de la última dictadura ya forma parte de la memoria. De a poco el mundo académico comienza a entregar interesantes trabajos dedicados a ver de qué modo la comunidad internacional dio respuesta o negó ayuda frente a una situación tan brutal como la que se vivía en aquellos años.
Si por comunidad internacional entendemos todo aquello que está fuera del país, podemos decir que si bien la gran mayoría de países cerró sus ojos ante lo que sucedía, millones de hombres y mujeres anónimos se solidarizaron con las víctimas del horror a través de organizaciones e instituciones. También hay que reconocer el papel que desempeñaron algunos diplomáticos como es el caso de Enrico Calamai, ex cónsul italiano en la Argentina, que dio testimonio de su no pacto con la barbarie en momentos en que sus colegas participaban alegremente de la convivencia con las autoridades de facto. El trabajo de instituciones clave como Amnistía Internacional tampoco puede ser desconocido. También hay que recordar la política de asilo que muchos países aplicaron para recibir a los huidos, no solo de nuestro país, sino del resto de países de la región Pero un balance frío da como respuesta que hubiera sido esperable una actitud de mayor compromiso y denuncia que la que realmente existió. Por otra parte,  el caso argentino no es diferente a otros que tuvieron lugar en el pasado y que ocurren en el presente: los intereses económicos hacen que muchas veces se acepte o se niegue lo inaceptable. Durante años los gobiernos europeos definidos como democráticos saludaron regímenes como el de Muhammad Gadaffi o el de Hafez el Assad en Siria, fueron sus aliados, a pesar de sus fuertes rasgos autoritarios y represivos. Lo mismo sucede con China o con los Estados Unidos, países que se encuentran fuera del juzgamiento y la condena efectiva por el peso que tienen en el espacio económico y geopolítico.

-¿Afecta la credibilidad en la defensa de los derechos humanos en la Argentina el hecho que muchos de sus principales referentes simpaticen con un régimen como el de la revolución cubana?

Rubén Chababo: A decir verdad, esa credibilidad no se ve afectada en demasía porque buena parte de la sociedad argentina, incluso muchas personas que no son necesariamente de izquierda, poseen una visión benévola de la Revolución cubana y en muchos casos no visualizan a Cuba como un  país en el se violen los Derechos Humanos. Perduran o prevalecen otras imágenes, poderosas, que se sobreimprimen a ese dato negativo de la realidad.
Por otra parte, para mucha gente, los exiliados cubanos no son personas que huyen de un régimen injusto o de condiciones adversas para sus vidas como el resto de los exiliados de otros países, sino gusanos, un calificativo de pleno corte fascista que los excluye de cualquier posibilidad de empatía al asociarlos al mundo de los insectos. Se los visualiza como detractores o traidores al sueño y nunca o escasas veces como pasajeros de ninguna pesadilla.
La Revolución cubana logró una adhesión innegable en los primeros años sesenta, y es más que comprensible que eso sucediera. Incluso muchos intelectuales cubanos que luego llegaron a padecer los arrebatos y la hostilidad del régimen, visualizaron en un principio a la Revolución como la encarnación del Evangelio en la tierra, así lo postulaba un gran escritor como Lezama Lima y tantos otros intelectuales como Carlos Franqui o Cabrera Infante. Pero la Revolución cubana no es homogénea, como cualquier proceso histórico tiene etapas, ciclos. Una es la Revolución que saludó Jean Paul Sartre en las páginas de su Huracán sobre la Isla o el mismo Mario Vargas Llosa en sus excelentes crónicas reunidas en Contra viento y marea y otra la que comenzaría a revelarse promediando los setenta, de manera casi contemporánea al caso Padilla, cuando el régimen comienza a encerrarse en sí mismo y a organizar su discurso y sus acciones bajo el formato de un dogma. Son los llamados años grises, aquellos en los que centenares de ciudadanos son encerrados en campos de trabajo forzado conocidos bajo el nombre de UMAP, Unidades de Ayuda a la Producción. Son los años en los que la vida pública y privada comienza a ser reglada, parametrizada, sujeta a la mirada constante del poder. Una situación que tristemente se prolongó en el tiempo y que generó tanto dolor y sufrimiento. Tampoco se quiere reconocer la dimensión de esa tumba inabarcable que se extiende entre las costas de Cuba y los Estados Unidos, una tumba de agua y sal que se ha devorado a miles de hombres y mujeres que han querido huir o buscar otros horizontes. Algún día se deberá escribir esa historia, la de una frontera de agua tan cruel e impiadosa como la de alambres electrificados que separa México de los Estados Unidos, Israel de los territorios ocupados, o la que en el pasado dividió las dos Alemanias. Ideologías y razones geopolíticas diferentes, motivaciones diversas, han trazado esas líneas fronterizas, pero el sufrimiento y la humillación para los que pretenden o pretendían cruzar de un lado al otro era o es la misma.
Muchos de los referentes, líderes nobles de la causa por los Derechos Humanos en America latina no han podido o no han querido leer ese pasaje histórico ni tampoco reconocer la gravedad de esas situaciones. Han quedado anclados en el pasado, hechizados por los destellos que emanó la isla en los años de emergencia revolucionaria, y no han querido reconocer que existen principios morales y éticos que debieran  impedirles simpatizar con acciones de gobierno reñidas con los principios básicos de la libertad y la justicia.  Muchos sostienen aún la falsa premisa que dicta que denunciar los atropellos de los gobiernos de izquierda es una forma de darle letra al enemigo. Pero esa lógica ya demostró su fracaso en el plano ético y humanitario en los años 50 cuando los intelectuales europeos callaban o negaban los atropellos del stalinismo cerrando sus oídos ante los relatos de lo que ocurría en países como Rumania, Polonia o la Unión Soviética. ¿Cómo denunciar la Rumania de Caucescu o la Alemania de Honecker? Sería darle la razón al mundo capitalista, de ese modo razonaban. Y muchos hoy, razonan siguiendo la misma variable: querer reconocer que alertar sobre las graves violaciones a los derechos fundamentales que comete un Estado, sea cual sea ese Estado, no necesariamente debe ubicarlo a uno del lado de su oponente ideológico. Y que callar es una forma de convalidar lo injusto y por extensión ser uno más en la trama de la complicidad. Hay que recordar que las víctimas de la represión política necesitan siempre que alguien las reconozca, las vea, y de ese modo las salve del anonimato. Tal vez no podamos hacer mucho con quienes padecen persecución o injusticia en territorios lejanos a los nuestros, pero intentar saber qué les sucede y hacerlo saber ya es algo y ese algo no es poca cosa.

-¿Cuáles son las similitudes y diferencias entre dictaduras militares como la Argentina y la de Pinochet en Chile, con la de Cuba, debido a la percepción tan distinta que tienen entre la opinión pública?

Rubén Chababo: No son comparables, responden a procesos históricos y políticos diferentes, deben ser estudiadas en su singularidad. No es lo mismo el caso de Pinochet o el de las juntas militares argentinas que llegaron al poder por un golpe de Estado que el caso de Fidel Castro que asume el liderazgo de una revolución acompañado por una parte importante de una sociedad que se enfrenta al determinismo absoluto de las políticas del Departamento de Estado norteamericano autodefinido a sí mismo como tutor y custodio absoluto del destino social, económico y político de los países ubicados al sur del río Colorado.
Como ya lo expliqué anteriormente, esto no significa que no deba evaluarse en qué devino esa Revolución con el paso de los años y que graves faltas a los Derechos Humanos existen en su haber. En el caso de las dictaduras del Cono Sur se trató de procesos represivos y de exterminio traducidos en la desaparición forzosa de personas, en la implementación de un sistema concentracionario, en la aplicación también sistemática de la tortura entre tantas otras aberraciones cometidas contra la dignidad humana. La Revolución cubana en absoluto responde a ese paradigma. Hubo sí un proceso de encapsulamiento y de dogmatización creciente que se evidenció con el paso del tiempo y que trajo consecuencias dolorosas para la trama social de ese país, visibles en la prohibición de asociación libre, en las restricciones a la libertad de expresión y en el hostigamiento sistemático a los opositores políticos, pero no creo que sea aconsejable comparar un proceso con otro. Y esto no significa, en absoluto, avalar ni una sola de las graves violaciones a los Derechos Humanos que han tenido lugar en la isla de Cuba a lo largo de estos últimos cincuenta años ni mucho menos restarle gravedad a las denuncias que desde dentro o fuera de la isla se enuncian casi cotidianamente.

-¿A qué atribuye la simpatía que despierta la figura del Che Guevara en los jóvenes?

Rubén Chababo: El Che Guevara encarna figuraciones e imaginarios muy poderosos. Su figura ha sido referencial para diferentes generaciones en casi todos los países del mundo. Encarna la rebeldía, la dimensión de los sueños y los proyectos utópicos, cierta imagen de la libertad y del enfrentamiento y la lucha contra los males más oscuros de la sociedad capitalista. De esto se han ocupado numerosos ensayos y no creo que sea necesario abundar. A personajes como el Che Guevara se los debe leer inscripto en los dilemas y las realidades de su tiempo histórico. Es cierto que muchas de sus acciones pueden ser observadas a la luz del paso del tiempo, pero sucede lo mismo con cualquier otro personaje elevado a la categoría de héroe de la historia latino americana o universal. No existen héroes puros. Sus biografías o sus legados deben estudiarse y analizarse con miradas múltiples. Reducir la figura del Che a los fusilamientos de la Cabaña es tan pobre como elevarlo al pedestal de los mártires y cubrirlo del frío bronce, transformándolo en un santo contemporáneo. Ni una ni otra actitud ayudan a entender el verdadero espesor de la historia.

-¿Cuáles son los países en los que considera que actualmente se registran las situaciones más dramáticas en materia de derechos humanos y los que representan la mayor amenaza por su incidencia internacional?

Rubén Chababo: No podría hacer un index exhaustivo porque seria injusto dejar fuera a decenas de comunidades ante la acechanza y la pérdida de sus derechos. Puedo señalar aquellos casos que por razones personales llaman mi atención en la prensa diaria: la justificación de la tortura como método de alcanzar metas por parte de un Estado, en el caso norteamericano, me parece de una gravedad imposible de callar, lo mismo que la justificación y la defensa de la existencia y perduración del campo de concentración de Guantánamo. Me preocupa la represión a la disidencia y la aplicación de la pena de muerte en países como China, los bombardeos con fósforo sobre la Franja de Gaza que despliega el Ejército israelí, el hostigamiento que padecen las Damas de Blanco y la disidencia interna en Cuba, la perduración la situación carcelaria de los presos comunes en casi toda América latina quienes viven en prisiones que son verdaderos campos de concentración, privados de derechos elementales, la reducción a servidumbre de los pueblos originarios en muchos países de la región, algo que acontece ante la mirada pasiva de las autoridades, los bombardeos indiscriminados sobre las poblaciones de Afganistán o Irak amparados en causas justas, el sostenimiento y perduración de regímenes autocráticos de fuerte y violento carácter represivo en muchos países del Medio Oriente o el olvido de las dictaduras, muchas de ellas sostenidas con apoyo internacional, en amplias regiones africanas.
Así y todo, los Estados Unidos como país referencial, como potencia militar hegemónica, han dañado, a lo largo del siglo pasado, como ninguna otra nación conceptos tan sagrados como los de justicia, paz y libertad. El siglo que comienza esta plagado de comunidades humanas sangrientamente destruidas en pos de ideales nobles, en muchos casos explicadas esas masacres como daños colaterales. Los Estados Unidos son, a mi juicio, la mayor amenaza a la vigencia de estos derechos fundamentales. Y aún más grave es el carácter justificatorio de cada una de esas violaciones haciendo uso de conceptos en los que se ubica a la dignidad humana como garante y justificación de acciones criminales.

-¿Quiénes son los referentes de derechos humanos internacionales y locales que más admira y por qué?

Rubén Chababo: A nivel internacional admiro el trabajo de todas y cada una de las organizaciones, instituciones y personas individuales que, en medio de las adversidades, intenta hacer escuchar su voz ante el avance de lo injusto. Sigo con atención los informes de Amnistía Internacional y los de Human Right Watch, trato de buscar en la red las informaciones que suelen dar a conocer los miembros de Betzelem para el caso del Medio Oriente, entre tantísimas organizaciones humanitarias.
En el caso puntual argentino he admirado la trayectoria histórica de nuestras Organizaciones de Derechos Humanos. Madres de Plaza de Mayo, Abuelas, el SERPAJ cumplieron en el pasado reciente un rol referencial no solo para la escena local sino internacional ya que modelaron estrategias y modos de resistencia frente a lo injusto. Hoy sigo con atención  las acciones de grupos de madres que trabajan por denunciar el gatillo fácil y la violencia policial u otras organizaciones que trabajan denunciando el despojo de los bienes materiales y simbólicos de los grupos originarios. Me interesa la batalla que algunas organizaciones dan por desmantelar las redes de trata de personas o las que denuncian el sometimiento a trabajo esclavo en campos o talleres textiles. Pero es solo una breve mención de un amplio universo de luchadores que merecen mi respeto y admiración por su compromiso con causas que de otro modo quedarían en la invisibilidad.

-Volviendo a la Argentina: ¿No es contradictoria la percepción sobre la política de derechos humanos del kichnerismo con sus expresiones de intolerancia política?

Rubén Chababo: Creo que se trata de dos cuestiones diferentes. Desde el 2003 a la fecha la Argentina avanzó en la conquista de derechos y reparación histórica y social como pocos países de la región. Y no me refiero solamente al juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad, sino a la extensión del universo de derechos entre los que se incluye la sanción de la ley de matrimonio igualitario o la asignación universal por hijo, por citar solo algunas de estas conquistas que considero relevantes.
Respecto a la intolerancia, diría que lejos de ser un patrimonio exclusivo del kichnerismo, lo siento como parte de una práctica social extendida, que atraviesa horizontalmente a diferentes partidos, sectores e ideologías. Me preocupa tanto la voz de un kirchnerista cuando marca el territorio entre amigos y enemigos o cuando descalifica al adversario político, como cuando lo hace la Iglesia católica que expulsa de sus prédicas públicas a quienes no comulgan con sus ideas y principios, o cuando algunos sectores de la oposición califica de yegua a la presidente. Lo mismo percibo en amplios sectores de la derecha que llaman a veces con eufemismos y otras de manera clara al exterminio de los pobres, como también me alarma que sectores de la izquierda crean justo enfatizar la razón de sus reclamos con expresiones de fuerte contenido autoritario. La intolerancia está arraigada en nuestra historia social y cultural, no hay más que leer las páginas de La refalosa de Hilario Ascasubi, algunas novelas de Eugenio Cambaceres, cuentos como La fiesta del monstruo de Borges y Bioy Casares o Cabecita negra de Germán Rozenszmacher o también recordar lo que se hizo con algunos monumentos o cadáveres de personalidades célebres para comprobar esto que aquí se dice. Pero también hay que reconocer que la intolerancia no es algo exclusivo de los argentinos. Los llamados países centrales diseñan muchas veces plataformas de convivencia para sus ciudadanos que no aplican en absoluto en terceros países. La culta y correcta Bélgica es la madre paridora de esa hecatombe que tuvo lugar en el Congo: en las calles de Bruselas sus habitantes se saludaron durante años con cortesía y amabilidad, pero a orillas de los ríos africanos o en el corazón de las aldeas decapitaban y mutilaban a niños y ancianos por puro placer. Y así podríamos seguir nombrando países y casos alrededor del mundo.
Pero en el caso específico nuestro, creo que los argentinos nos adeudamos reconstruir los canales de diálogo y de convivencia política, desanudar las redes que diseñan los discursos altisonantes, darle valor a la palabra y un mayor lugar al disenso. Me niego a pensar que siempre son los otros los intolerantes y a no incluirme yo como parte del problema.