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10.06.11

El triunfo de Humala y el enigma peruano

¿Cómo es que un país latinoamericano que crece a ritmos asiáticos durante una década optó por los dos postulantes más radicales del espectro de candidatos que se presentó a las urnas el 10 de junio? ¿No debería haberse impuesto cómodamente cualquiera de los que prometía el mayor grado de continuismo con el exitoso modelo de economía abierta? Hay que revisar la elección del primer turno para contestar a este enigma.
Por Pablo Díaz de Brito

Los mercados de Lima saludaron el lunes 5 de junio la llegada del militar nacionalista Ollanta Humala a la presidencia del Perú con un bajón histórico que obligó a la suspensión, primero, y al adelantamiento del cierre de la jornada bursátil, después.

No por esperada la señal dejó de impactar en el debate peruano pos-electoral, que se centró desde ese momento en si Humala debía dar a conocer a su premier, a su ministro de Economía y al titular del Banco Central de inmediato para tranquilizar a esos angustiados mercados, o si debía esperar y tomar esas cruciales decisiones con toda calma, habida cuenta que asume recién el 28 de julio.

Fue una demostración del poder que tienen los mercados en la vida política peruana. Estaba claro que habían jugado en el ballottage del 5 de junio a fondo por Keiko Fujimori, la candidata de la derecha populista que se rodeó de un esperpéntico círculo de asesores afines a su padre. Finalmente, la candidata del establishment perdió por un 3% (con el 98,16% de los votos escrutados al cierre de esta columna, Humala lograba 51,46% contra 48,53% de su oponente), porcentaje de votos que parece haber provenido de las clases medias urbanas, espantadas con ese circo de los milagros que presentó "Keiko".

Enfrente, Humala, hizo desde la semana siguiente a la primera vuelta del 10 de abril, todo lo posible por virar al centro de manera creíble: apenas unos días de haber recabado 31% en las urnas, presentó un equipo de economistas profesionales, mayormente provenientes del que gobernó con el presidente Alejandro Toledo. Los gestos de cambio y racionalidad de Humala continuaron: firmó públicamente documentos que lo comprometen con el respeto de la democracia y la Constitución y hasta depositó ante la autoridad electoral una enmienda a su programa original, para modificar sus proyectos económicos nacionalistas e intervencionistas. En agudo contraste, Fujimori se limitó a echar a un asesor que había hablado de manera truculenta sobre la represión fujimorista y a prometer que no liberaría a su padre de prisión, donde cumple condena por delitos de lesa humanidad. La campaña de Humala fue además más profesional, afirman los expertos en marketing electoral, mientras la de Keiko Fujimori quedó en manos de ese círculo de fujimoristas de vieja estampa y demasiado pegada al establishment limeño.

Ahora bien, más allá de estos aciertos y errores tácticos de los candidatos, el enigma peruano sigue siendo éste: ¿cómo es que un país latinoamericano que crece a ritmos asiáticos durante una década optó por los dos postulantes más radicales del espectro de candidatos que se presentó a las urnas el 10 de junio? ¿No debería haberse impuesto cómodamente cualquiera de los que prometía el mayor grado de continuismo con el exitoso modelo de economía desregulada y abierta? Hay que revisar la elección del primer turno para contestar a este enigma.

Se alega que ese voto mayoritario pro-modelo se dividió por tres: Toledo, Pedro Pablo Kuczynski ("PPK") y Luis Castañeda. PPK, que salió tercero, recibió el 18,5% del voto válido, Toledo el 15,6% y Castañeda el 9,8%. Es verdad entonces que existió esa división, pero sigue sin explicación porqué no pasó al menos uno de ellos al ballottage, o dos, si el modelo económico suma tanto consenso como se afirma.

En un "país normal" hubiera ocurrido eso, seguramente. En el Perú, en cambio, los sectores más populares optaron por candidatos radicales: los del área metropolitana de Lima y el Callao votaron en esa primera vuelta a Keiko, los del sur andino y la Amazonia, por Ollanta Humala (por el "original", el anterior a su vertiginosa metamorfosis centrista).

Así que una primera conclusión es que los sectores bajos definieron la elección. Sumando el 31,7% de Humala y el 23,5% de Fujimori en la primera vuelta, un 55% de los electores peruanos optó por candidatos radicalizados. Un dato sin lugar a dudas inquietante: ¿cómo serían las cosas si el Perú en lugar de crecer como lo hace estuviera postrado en una crisis económica profunda?

Perú rompe así el molde de la normalidad demócratica regional, donde los gobernantes y candidatos que encarnan el éxito económico se aseguran el triunfo. Ese 55% está diciendo que, claramente, falla algo importante que ni el establishment ni los candidatos centristas han percibido.

Tal vez en su discurso de triunfo en la madrugada del lunes, Humala nos dé una pista: luego de ratificar la continuidad del modelo económico, levantó aplausos a rabiar cuando prometió...¡un hospital en cada provincia! Es que hay provincias enteras en el Perú profundo que sólo tienen "postas", pequeñas salas o consultorios donde un médico aislado hace lo que puede. En la rebelde Puno, donde los aymaras resisten a las mineras en medio de una miseria secular, hay un solo hospital con 60 camas. En Puno, Humala trepó a un vertiginoso 77% en el ballottage, contra un raquítico 22% de Fujimori. Es este Perú olvidado, que ha visto pasar de largo el boom económico, el que ha llevado a Humala al poder, sumando -en una inusual alianza de clases-  el voto de las clases medias urbanas que repudian al fujimorismo.

Todo un mensaje para los sectores duros del establishment, y no sólo del peruano. Es que hay en América latina una resistencia de estos sectores a aceptar las lecciones de la Historia. Ante el avance sistemático de los gobiernos bolivarianos, por ejemplo, atinan solamente a la condena in limine, a la descalificación del populismo, sin preguntarse seriamente por las raíces del fenómeno. "Explicar" que las masas son engañadas por caudillos que les prometen lo imposible y compran su voto con asistencia clientelar es quedarse en el dato inmediato, no ir en búsqueda de las causas.

El caso peruano debería servirles de advertencia final: si, a diferencia de Venezuela, Bolivia y Ecuador, donde el populismo autoritario de izquierda llegó al poder catapultado por crisis económicas de magnitud, una versión atenuada triunfa en un país con 10 años continuados de crecimiento, ¿no convendría interrogarse seriamente sobre el problema de fondo?

Los sectores "neoliberales" no han dado en estos casi 15 años de bolivarianismo (Chávez comienza en 1998) más que reacciones instintivas, defensivas, como se vio por enésima vez con el atrincheramiento detrás de Keiko Fujimori. Esta, encantada, se lanzó en brazos del establishment limeño. Y perdió.

Podemos apostar a que desde fundaciones y think tanks conservadores se va a repetir, como un reflejo pavloviano, la letanía contra el populismo sin hacer un diagnóstico crítico, mucho menos autocrítico. Podemos llamar  a este sector y a esta conducta "liberalismo de country", por esa psicología de amurallarse y construirse una realidad ad hoc. Así que esta ardua tarea diagnóstica y de sociología política queda en manos de los liberales demócraticos, esos que ni con una pistola en la cabeza hubieran votado a Keiko.

Desde este lugar surgen dos hipótesis, combinables entre sí: a) en Perú hay mucho crecimiento pero muy mal distribuido (tanto social como geográficamente), lo cual es una obviedad repetida hasta el cansancio, pero vale la pena partir de aquí; y b) existen en la sociedad peruana amplias franjas de población con explícitas inclinaciones autoritarias, refractarias a los valores democráticos. Ahí están ese núcleo duro de 23% de fujimorismo de las zonas urbanas y el 31% del interior que votó al "verdadero" Humala.

Es el voto humalista el que se explica por la mala distribución de la riqueza, claramente. Se trata de ese tercio de la población que está desenganchada del proceso económico modernizador. A ellos habrá que darles hospitales y agua potable, claro está: es un mandato moral para cualquier demócrata de verdad. A la vez se los deberá integrar de manera exigente en el desarrollo. Esto significa lo opuesto a lanzar dinero desde un helicóptero. Por ejemplo, mucho campesinado pobre practica agricultura de subsistencia. Ahora bien, y siendo Perú un país exportador de bienes primarios, estos campesinos, tal vez asociados en cooperativas, podrían recibir del Estado paquetes tecnológicos y créditos subsidiados para llevar adelante cultivos de alto valor comercial para los mercados internacionales. Pasarían así de la economía de subsistencia a la economía del bienestar. Es difícil, por favor, pero vale la pena el intento. Y para eso se necesita un Estado, no benefactor, sino activo y presente, que detecte no sólo necesidades primarias insatisfechas, sino también potencialidades, y que las estimule. Esto implica terminar con el dogma liberal-conservador del Estado mínimo, reducido a hacer de custodio policial de los ganadores del modelo económico. La alternativa a negarse a hacer estas reformas sociales es conocida y francamente aterradora: la pesadilla del chavismo, del bolivarianismo andino.

Por último, el modelo de capitalismo popular peruano, tan marketineado en el exterior, ha mostrado sus claros límites en estas elecciones: por un lado, sus bases son tendencialmente autoritarias, y esto para un demócrata es muy grave (salvo que se compartan secretamente esas tendencias). Por otro, ese modelo de capitalismo popular espontáneo no parece extendible a todo el territorio peruano, ni mucho menos. Y la única chance de arrancar el campesinado pobre de los Andes al populismo indigenista de un Evo Morales es involucrarlo activamente en su transformación económica. Tal vez Humala haya comprendido este desafío, o pueda hacerlo en el curso de su presidencia.

Pablo Díaz de Brito es analista de CADAL y redactor especial de www.analisislatino.com