Artículos

20.05.11

Similitudes y diferencias en ambas orillas del Río de la Plata: El Frente Amplio gasta capital político de Mujica en una amnistía fallida y CFK va por la cabeza de su aliado más temible

(Análisis Latino) - Existe una similitud en la comparación de los procesos en principio tan diferentes de Uruguay y Argentina. En ambos un presidente y una coalición de gobierno de centroizquierda, sobrados de poder y con una oposición débil, se dan a una faena que en una situación política más equilibrada no se atreverían a afrontar. Porque ni Mujica y el FA hubieran sacado a la palestra la derogación de la amnistía del modo desprolijo y políticamente costoso como lo hicieron, ni CFK se animaría a pelearse con su temible aliado sindical si ambos gobernantes tuvieran a una oposición fuerte y con buenos reflejos enfrente.
Por Pablo Díaz de Brito

Uruguay pasó estas semanas por una situación política muy particular, a raíz de la aparición en la agenda política y parlamentaria de un proyecto de ley de derogación de la amnistía para militares que violaron derechos humanos durante la última dictadura. Después de una dramática sesión en el Congreso, el proyecto quedó sepultado en la madrugada del viernes 20 de mayo.

El presidente José Mujica estaba abiertamente en contra de la iniciativa de su propia coalición, el Frente Amplio (FA). Invocaba como razón principal los dos referendos en los que, en 1989 y 2009, la ciudadanía desechó derogar la amnistía para los militares. Después de la media sanción en el Senado, el pasado 12 de abril_-ciertamente traumática, por la renuncia a su banca del histórico ex guerrillero Eleuterio Fernández Huidobro- de dos plenarios del FA y de una inusual visita del presidente Mujica al bloque oficialista en la Cámara de Diputados, finalmente se fue a la votación decisiva.

Allí hundió la iniciativa un diputado disidente, Víctor Semproni, quien incluso rechazó una apelación del propio Mujica, que invocó razones de unidad partidaria para formular ese peculiar pedido.

La oposición blanco-colorada señaló además que el expediente hallado por el FA para conformar al presidente Mujica, o sea, convocar por ley a un referendo sobre la ley derogatoria de la amnistía, era claramente inconstitucional. Es que para convocar a referendo la Constitución determina que debe reunirse determinada cantidad de firmas de ciudadanos (el 25% del cuerpo electoral), en lugar de hacerlo meramente por una ley ordinaria.

En cualquier caso, el enrevesado proceso ha dañado ciertamente la imagen de Mujica: según el último sondeo de Interconsult, publicado el 16 de mayo, el presidente cayó a 41% de apoyos del 50% de hace tres meses. Este viernes 20 de mayo, horas después de la dramática votación en Diputados, César Aguiar, director de la consultora Equipos Mori, consideró que “este es un punto de inflexión para el presidente. Parece difícil que salga indemne de este episodio”. Su colega Luis E. González, de la empresa Cifra, aseguró que “la posición del presidente fue derrotada y habrá consecuencias negativas para su liderazgo”.

La lectura política que puede hacerse de este confuso y ciertamente costoso proceso, es que la izquierda interna del FA, que es muy ideologizada y dogmática, encontró la oportunidad para “darse el gusto”, después de años de vivir a dieta moderada bajo la presidencia de Tabaré Vázquez y en este primer año de Mujica. “¡Por fin logramos meter una!”, habrán exclamado viejos comunistas, artiguistas y los otros sectores radicalizados del Frente Amplio, que por algo lleva ese nombre. Mientras, los socialistas de Vázquez y el sector de Mujica, el MPP, sufrieron  al ver cómo la oposición encontraba, como dijo el presidente, “una espada” para entrarle duro al gobierno.

Lo que ocurrió estos días en Uruguay es la salida a la luz pública de esa alma radicalizada, más o menos oculta, del FA (especialmente afuera del país), que las caras civilizadas de la coalición tapan con esmero. Por algo Mujica sumó a Vázquez y al vice Danilo Astori en su ofensiva para frenar la nueva ley. Ellos no sólo son los líderes naturales del socialismo en el FA, sino también los mejores “presidenciables” que tiene la coalición para el próximo turno electoral.

Astori, por ejemplo, lamentó que por los mecanismos internos del FA haya sectores sobre-representados en los congresos y plenarios, que luego aportan pocos votos al momento de las elecciones.

El episodio también significó dañar al gabinete de gobierno, dado que hubo una indisciplina del Canciller Luis Almagro, quien se le habría escapado de control al presidente para impulsar la iniciativa, según admitió el propio mandatario.

Sin embargo, la oposición también tiene –indirectamente- su parte de responsabilidad en el enredo. Es que desde al menos 2008/9 se habla de crear entre blancos y colorados una coalición permanente, un Frente Amplio de centroderecha. Pero nunca se concreta. Las sensibilidades, y sobre todo las identidades, son demasiado fuertes. Entre ellos corrió sangre, como se sabe.

“Este anillo lo heredé de mi abuelo, Luis Alberto Herrera”, le dijo el ex presidente blanco Luis Lacalle a este cronista cuando se le planteó el asunto hace un par de años. La referencia a la historia familiar (Herrera fue el máximo caudillo blanco durante medio siglo) cierra cualquier discusión sobre una coalición.

Pero como es obvio, este bloqueo identitario le hace la tarea más fácil al centroizquierda frenteamplista. Que al ver el terreno despejado, hasta se puede dar estos “gustos” largamente postergados -y finalmente costosos- de satisfacer a esa izquierda interna poco presentable en la escena pública pero tan decisiva en la coalición.

Así, todo el episodio de la derogación fallida de la amnistía tiene como razón de fondo un exceso de poder y de confianza de la coalición gobernante, que puede “malgastar” algo de su capital político acumulado porque ve un futuro despejado de verdaderos competidores.

Del otro lado del Río de la Plata, la “Argentina K” atraviesa por un momento que es a su modo similar. El tema excluyente de estos días en Buenos Aires es el enfrentamiento de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) con su aliado Hugo Moyano, el cacique gremial más poderoso que ha visto la Argentina desde los años 70.

Es claro que la presidenta, que aún no formalizó su candidatura a la reelección (todas las encuestas la dan como amplísima favorita), eligió ajustar cuentas con su díscolo aliado antes de iniciar su segundo mandato.

La coalición de poder real en que se asienta el kirchnerismo va más allá del Partido Justicialista (peronista) y de la clase política, y en ese terreno la central gremial -CGT de Moyano- es su principal aliado. Pero así como es poderoso, Moyano es violento e imprevisible.

Apenas días después de cerrar un acuerdo de aumento salarial de “apenas” 24% para su gremio de camioneros (en la Argentina K todo aumento menor al 30% es considerado “moderado”), lanzó a sus fuerzas de choque a las rutas, en reclamo de un “plus” salarial por transporte de combustibles.

Poco después, un minúsculo gremio aeronáutico que responde a Moyano dejó en tierra a miles de pasajeros en los dos principales aeropuertos de la capital argentina. Cristina decidió actuar y sacó el látigo. La pelea está en pleno desarrollo y debería terminar con el triunfo de la presidenta y el reemplazo de Moyano al frente de la central gremial, pero esto no es nada seguro.

¿Por qué decidió la presidenta dar esta batalla interna ahora, en vísperas de su lanzamiento y del inicio de la campaña? Está claro que factores detrás de esta decisión estratégica de la presidenta argentina hay muchos, pero uno decisivo fue este: en la competencia política “Cristina no tiene a nadie enfrente”, como se explica en el lenguaje popular. Esto es, no hay ningún opositor de peso, que le haga sombra y compita seriamente para las presidenciales de octubre de este año.

El 8 de mayo pasado, el mayor exponente del centroderecha argentino, el alcalde de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, desistió de competir por la presidencia y decidió volver a hacerlo en la capital argentina. Fue el tercer precandidato presidencial del centroderecha que desertaba en poco tiempo: antes lo habían hecho el vicepresidente Julio Cobos y el senador Ernesto Sanz, ambos del partido radical. Esta formación, que había quedado profundamente postrada luego de la crisis de 2001 que expulsó del poder al presidente radical Fernando de la Rúa, ha recuperado aire y todo indica que presentará al postulante presidencial de mayor proyección dentro de la fragmentada oposición argentina: Ricardo Alfonsín, hijo de Raúl, el fallecido presidente que gobernó entre 1983 y 1989.

A Alfonsín Jr, un socialdemócrata a la criolla, nadie le augura serias chances de éxito frente a Cristina. Su objetivo parece ser mucho más modesto: “perder bien” y cosechar un buen caudal de votos y de diputados. Reposicionará así al radicalismo en la escena nacional como partido líder de la oposición.

Así las cosas, y con las encuestas favorables que se acumulan en su despacho, CFK se ve más fuerte que nunca desde que empezó su mandato en 2007 y ante una competencia presidencial que parece ganada antes de empezar (habrá unas elecciones primarias obligatorias el 14 de agosto para elegir a los candidatos; luego se votará la primera vuelta presidencial el 23 de octubre; y en caso de ser necesario se hará un ballottage el 20 de noviembre).

Y por eso surge la purga interna adelantada del sindicalista Moyano. A falta de adversarios políticos de peso enfrente, se inicia anticipadamente la lucha interna, que por tradición en el peronismo es brutal, así que no deberían descartarse episodios de violencia.

Una similitud surge así en la comparación de los procesos en principio tan diferentes de Uruguay y Argentina. En ambos un presidente y una coalición de gobierno de centroizquierda, sobrados de poder y con una oposición débil, se dan a una faena que en una situación política más equilibrada no se atreverían a afrontar. Porque ni Mujica y el FA hubieran sacado a la palestra la derogación de la amnistía del modo desprolijo y políticamente costoso como lo hicieron, ni CFK se animaría a pelearse  con su temible aliado sindical si ambos gobernantes tuvieran a una oposición fuerte y con buenos reflejos enfrente. Pero no la tienen, y actúan en consecuencia.

Pablo Díaz de Brito es periodista, analista de CADAL y redactor especial de http://www.analisislatino.com