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05.01.11

La década pasada en América Latina y los progresismos no equiparables: lulismo, chavismo y kirchnerismo

No son equiparables los diversos gobiernos progresistas de la región, a los que a veces las usinas propagandísticas locales y regionales quieren presentar como un bloque unido que enfrenta al "neoliberalismo".
Por Pablo Díaz de Brito

El cambio de turno presidencial en Brasil marcó el final de la primera década del siglo XXI en América latina. Un breve análisis comparativo de los diversos modelos políticos que entraron en juego en esta década en la región da un resultado muy claro en favor de quienes, como el Brasil de Lula y Dilma Rousseff, optaron por una relación pragmática y amigable con la economía de mercado y quienes, por el contrario, como Hugo Chávez y Evo Morales, optaron por confrontarla con resultados ruinosos, como se comprobó también por estos días.

Hasta fines del siglo XX, el modelo de democracia latinoamericano era, básicamente, el mismo que el vigente en Europa y el resto de las naciones desarrolladas (los países de la OCDE). Conservadores y progresistas latinoamericanos y democristianos y socialdemócratas europeos compartían el modelo liberal-representativo de democracia. Esta matriz liberal era enriquecida con derechos sociales. Estos son derechos por definición lábiles, desde el momento que dependen del estado de salud de la economía. Por eso, estos derechos sociales se hicieron realidad en Europa con el "milagro" económico de la posguerra pero quedaron en el tintero en la subdesarrollada América latina. Esta diferencia abismal persiste hoy, pese a que América latina gozó en esta década última de "tasas chinas" de crecimiento gracias a la globalización, mientras Europa y los Estados Unidos pasan por un largo período de tasas negativas o de muy bajo crecimiento.

Pero pese a esa crisis nadie, en la comunidad democrática de los países avanzados, se plantea una ruptura del modelo político construido luego de la II Guerra, el de la "economía social de mercado" con democracia representativa clásica.

No pasó lo mismo en estos últimos 10 años en América latina, como es bien sabido. En buena parte de la región se buscó superar el modelo constitucional liberal-representativo como respuesta a los magros resultados sociales obtenidos desde el retorno a la democracia en la región, a mediados de los años 80. Los ajustes estructurales operados en los 90 (inevitables en su gran mayoría, ante el estado terminal del modelo proteccionista- estatista) actuaron de disparador del desencanto, al menos en los países donde estuvieron mal formulados, como Argentina y Venezuela. No fue así allí donde las reformas estructurales fueron pausadas pero claras, como en Brasil con Fernando Henrique Cardoso.

El experimento que intentó dar respuesta a esa insatisfacción social se montó, en todos los casos, sobre el auge de las materias primas generado por el crecimiento explosivo de las nuevas economías de mercado asiáticas. O sea, gracias a la globalización capitalista, que proveyó a la región de una "renta" extraordinaria y de lo que los economistas llaman términos de intercambio favorables, dos grandes beneficios que los demócratas "tradicionales" no tuvieron en los años 80 y 90.

El cambio impuesto ha sido radical en Venezuela, Ecuador y Bolivia, mucho más mesurado en Argentina y francamente moderado y continuista en Brasil y Uruguay. Los demás países, Chile, Perú y Colombia, mantuvieron el sistema político tradicional junto a políticas económicas pro-mercado. De hecho, en Brasil y Uruguay tampoco ha habido ruptura del modelo liberal-representativo de democracia, y sólo se registró un persistente cambio del signo político de los gobiernos que apartó a los partidos conservadores tradicionales del poder al que estaban acostumbrados. Junto con el respeto por el modelo político, las políticas económicas implementadas por estos países han sido siempre prudentes y en sintonía con las reglas de la economía de mercado.

La triunfal ceremonia del 1º de enero en Brasilia da cuenta del gran éxito de esta fórmula. Y que las primeras medidas anunciadas o filtradas a la prensa por el gobierno de Dilma, ajuste fiscal, política monetaria ortodoxa, privatización de los aeropuertos de San Pablo, sean las que querían escuchar los mercados no es casual.

Por esto, en un balance de fin de década, está claro que han sido estos últimos países latinoamericanos los que mejor salen parados en todos los indicadores socioeconómicos y de respeto de las libertades políticas y económicas. Este modelo incluye desde la centroderecha a la centroizquierda, desde el conservadurismo popular al socialismo democrático o el laborismo (Lula), e implementa políticas de redistribución. Pero tiene el ojo atento a no descuidar la economía de mercado (Lula, de nuevo, y por cierto Tabaré Vázquez y José “Pepe” Mujica), y es el claro ganador comparativo en la región. Basta con observar la crisis en la que se acaba de hundir Bolivia (causada por el régimen de subsidios de los combustibles combinado con la gran desinversión en el sector que trajo la nacionalización ordenada por Evo en mayo de 2006), o la megadevaluación con que terminó el 2010 Venezuela, economía que continuó en recesión por 2º año seguido mientras el resto de la región crece a "tasas chinas".

Por eso, no son equiparables los diversos gobiernos progresistas de la región, a los que a veces las usinas propagandísticas locales y regionales quieren presentar como un bloque unido que enfrenta al "neoliberalismo". El "lulismo", por ejemplo, es completamente diverso de esa combinación de caos macroeconómico y autoritarismo desmadrado que es el chavismo, pero también de la rara avis que encarna el kirchnerismo, un híbrido de neopopulismo radical con centro-izquierda tradicional.

Dos kirchnerismos. El kirchnerismo es violento y enardecido en sus modos, en su comunicación, en su armazón de régimen mediante la construcción de un aparato propagandístico y de militancia rentada como no se vio nunca en los 27 años de democracia en la Argentina. Pero a la vez es francamente moderado en sus propuestas sociales y económicas: la asignación universal por hijo, por ejemplo, tan tardíamente aplicada, es compartida por todo el arco político. Tampoco incurre en esas estatizaciones seriales que han hecho famoso a Chávez y que están arruinando a Venezuela. Pero sí es comparable con Venezuela en la altísima y creciente inflación, generada por la expansión permanente del gasto público y la gran emisión de moneda. También es antiliberal en su praxis política, que siempre intenta saltarse las instituciones y sus mediaciones, y en su abierto afán hegemónico, esgrimido como una necesidad vital "para defender el proyecto" frente a sus enemigos.

De aquí que existan dos kirchnerismos. Uno, el de los medios y la militancia, que tiene todas las características del dispositivo de guerra propagandística propio de un gobierno revolucionario, donde no se toleran disensos ni matices. El otro, el de la prosaica gestión diaria, el que habla con empresarios y negocia con el Club de París y el FMI, el de los ministros Julio De Vido y Amado Boudou. Sobre los primeros, el periodista Jorge Lanata ironizaba: "Se creen que están bajando de Sierra Maestra". Por esto, es ilusorio ejercer cierta crítica contra el régimen kirchnerista para, luego de hecha la catarsis, llamar a "cerrar filas" con él contra "la derecha y su agenda restauradora".

El ajuste cubano. En la primera semana de enero de 2011 también comenzó en Cuba el ajuste del Estado. Son 500 mil despidos en tres meses a partir de los primeros días de enero y serán 1,3 millones en los próximos tres años. Se trata de enormes costos humanos, más aún si se toma en cuenta la proporción: Cuba tiene 9 millones de habitantes. Comparado con esto, el ajuste del Estado de Carlos Menem en la Argentina fue una minucia. Además, los despedidos se iban con decenas de miles de dólares de indemnización. La diferencia a favor, parece, es que los sueldos son tan bajos que muchos creen que podrán suplantarlos con un mínimo éxito en el cuentapropismo. Téngase en cuenta que se habla de salarios del orden de los 15 a 20 dólares mensuales. Además, como dijo Yoani Sánchez en Twitter, esa gente dejará de estar obligada a mostrar alineamiento ideológico con el régimen.

En cualquier caso, el Estado comunista demuestra, una vez más, que es capaz de aplicar ajustes brutales, mucho peores que los países capitalistas. Y admite así, tácita pero claramente, su total fracaso. Cuba ha entrado hoy en su etapa "china" de "economía socialista de mercado", según el eufemismo que se inventaron en el PC chino.

Pablo Díaz de Brito es periodista y analista de CADAL.