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06.10.10

El Brasil de Lula: nada más opuesto a lo que se hace en la Argentina K

Se habla en Brasil de la “nueva clase C”, la nueva clase media baja. Ahí están esos 30 millones que antes estaban más abajo. Este proceso se inicia a mediados de los 90, con Fernando Henrique Cardoso, pero desde Lula (2003) tiene una aceleración. El admirable proceso de ascenso social masivo en Brasil contrasta con la inmovilidad social de la Argentina K.
Por Pablo Díaz de Brito

Se calcula que ya son un 50% de la población, unos 100 millones de personas, las que integran la clase media brasileña. Se dice que 30 millones entraron a esa franja durante los 8 años de presidencia de Lula. Se habla en Brasil de la “nueva clase C”, la nueva clase media baja. Para estar en ese sector hay que tener un ingreso de entre mil y 2.500 reales mensuales. Se puede imaginar a una familia de la nueva clase media con uno o dos sueldos medios, que en Brasil está hoy en 800 dólares, un departamento alquilado, algo de acceso al crédito y, en algunos casos, un auto económico.

Ahí están esos 30 millones que antes estaban más abajo. Un caso de ascenso social a gran escala. Conviene recordar que este proceso se inicia a mediados de los 90, con Fernando Henrique Cardoso, pero desde Lula (2003) tiene una aceleración, entre otros factores por la enorme mejora de la competitividad internacional de la economía brasileña —es cuando muchas empresas brasileñas se vuelven multinacionales de primera línea— el boom mundial de los commodities y una mejora del salario real, que era históricamente bajo en Brasil. También mejora algo, no mucho, la distribución de la riqueza. En suma, una revolución social silenciosa.

Por este camino, el de combinar una pujante economía de mercado con políticas sociales, el Brasil de Lula es el éxito que deslumbra al mundo. Se construyó muy lejos, más bien en las antípodas, del camino confrontativo con el mercado y la democracia representativa, “burguesa”, elegido por el bolivariano Chávez, que está devastando a Venezuela, sumida en una profunda recesión combinada con alta inflación y fuga de capitales. Y luego de su neto retroceso electoral, Chávez eligió “profundizar el modelo” con más expropiaciones. Nada más contrario a la política “market friendly” de Lula y Rousseff.

También vale señalar que el camino de Lula no es un retorno, por la simple vía del voto, a los "sueños de los 70", como se ha dicho por estos días en alguna cobertura argentina de la campaña brasileña. Es una simplificación grosera, apoyada en el pasado guerrillero de Dilma o en el de sindicalista de izquierda de Lula. Bastaría comparar la vieja literatura original del setentismo latinoamericano, violenta y autoritaria, con el modelo de democracia de mercado (o sea: sistema constitucional, pluralismo, y economía de mercado) que hoy Lula y Dilma llevan adelante con tanto éxito.

Ocurre que se está ante una operación mediática a gran escala. La izquierda recalcitrante latinoamericana, luego de repudiar indignada a Lula en 2003 por su política económica "ortodoxa", por haberse "vendido a los mercados", se ha reconciliado, muy tardíamente, con el exitoso presidente brasileño. Pero no advierten que la misma contundencia del éxito de Lula es el mejor índice del fracaso de su maximalismo dogmático. No se puede abrazar al mismo tiempo a Chávez y a Lula, no son procesos homologables, por más refugio que se busque en los particularismos de cada sociedad nacional.

Lula es lo que se ha dicho: economía de mercado con políticas sociales, democracia constitucional con respeto del pluralismo político y división de poderes. Tendrá, por cierto, rasgos populistas y cierto afán hegemónico, como se ha visto en el último tramo de campaña, con Lula peleado con la prensa de mala manera, pero eso entra en la "normalidad" democrática regional. Es propio de un presidente latinoamericano que, luego de 8 años, tiene que irse con 80% de consenso, porque así se lo ordena la Constitución. Otro dato que contrasta enormemente con el reeleccionismo vitalicio de Chávez y el resto de los bolivarianos.

Este sector olvida además que las contundentes políticas sociales de Lula se pudieron aplicar a gran escala sólo después de tres presidencias (12 años) dedicadas a la lucha contra la inflación y a consolidar el crecimiento económico (los dos mandatos de Cardoso y el primero de Lula), a lo que se puede sumar, desde 2002-03 el auge de los commodities que tanto benefició al gigante sudamericano y lo proveyó de fondos para expandir un programa social muy costoso, como es Bolsa Familia.

Obviar estos datos históricos y estructurales es sin embargo necesario para forzar la lectura maniquea, setentista, del proceso brasileño, que forma parte de esa reconciliación tardía con Lula. En este procedimiento, se intenta remedar una confrontación del tipo "noventas neoliberales-vs. años 2000 desarrollistas", tomada de la experiencia argentina pero que no es trasladable a Brasil: Cardoso no es, ni fue Menem y goza hoy de un altísimo prestigio en su país y en el exterior. Hubo perfecta continuidad entre las políticas económicas de FHC y Lula, y de ahí precisamente la ruptura de 2003 y la crisis interna que hubo en el PT. Claramente, este sector especula con que Dilma haga un viraje estatista y tercermundista, apoyada en el ala dura del PT. Cifran sus mayores esperanzas en un jacobinismo recidivante. Pero esa apuesta es muy improbable: si bien el ala dura del PT se muestra hoy muy activa, Dilma ya ha dado sobradas muestras de moderación y pragmatismo en todos los terrenos. Como jefa de gabinete de Lula durante años, sabe muy bien que la economía de mercado y la buena relación con los mercados internacionales son claves para asegurar el éxito de su país.

Por otro lado, aquel admirable proceso de ascenso social masivo en Brasil contrasta con la inmovilidad social de la Argentina K. Porque, después de tantos años de crecer “a tasas chinas”, y más allá de que resulte imposible desestimar la recuperación lograda a partir de 2002, ¿dónde está esa nueva clase media baja en la Argentina? En ningún lado, no existe.

Es evidente que el crecimiento argentino no se tradujo en movilidad social real y concreta, y se quedó en mejora del consumo. Esto se debe en gran medida a la baja calidad de ese crecimiento. Sumar muchos puntos del PBI por sí solo no alcanza.

En Argentina hay poca inversión, además, claro, de mucha inflación, de fuerte efecto regresivo, y evidente hostilidad hacia la economía de mercado y sus reglas. A mediados de año, cuando la inflación dio un respingo en Brasil, Lula ordenó medidas monetarias restrictivas. No se puede imaginar nada más opuesto a lo que se hace en la Argentina K.

Pablo Díaz de Brito es periodista y analista del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).