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27.08.10

Un apunte sobre los modelos de prensa en debate

En la democracia, el pluralismo es, ante todo, de los medios; luego, dentro de cada uno de esos medios, el periodista debe acatar la línea editorial, que impone el propietario, pero que a su vez no puede esgrimir como un dogma ni como un poder indiscutible, sino como un conjunto de valores con los que sus lectores se sienten representados.
Por Pablo Díaz de Brito

Los gobiernos latinoamericanos que, por oportunismo o travestismo dialéctico, se han dado en llamar progresistas, tienen especificidades cada uno que impiden claramente hablar, por caso, de “avance del chavismo” como se ha hecho por estos días en Argentina, a propósito del caso Papel Prensa perpetrado por el gobierno argentino.

Pero sí está claro que hay un mínimo común denominador en estos gobiernos que surgieron al calor de la reacción a las reformas de mercado de los 90 y, en una perspectiva menos corta e inmediata, a la crisis terminal del modelo estatista y mercado-internista que las precedió, y que puso en jaque a las jóvenes democracias latinoamericanas desde mediados de los años 80.

De esta compleja conjunción histórica surgen, en 1998-99, Chávez; en 2003, los Kirchner; Evo Morales en 2005-06; Correa en 2007; y Lugo en 2008. Dejamos de lado a Lula, porque su gobierno no nace como respuesta a una crisis, dado que Fernando Henrique Cardoso le entregó el sistema económico y político andando a pleno régimen, y porque (precisamente por esa falta de crisis previa) no comparte las características autoritarias y antimercado de los demás citados. Lo mismo vale para Uruguay, con Tabaré Vázquez y José Mujica.

En los otros casos, en los que una izquierda populista y autoritaria llega al gobierno, todos tienen un leit motiv, que es parte de aquel mínimo común denominador: denuncian que la prensa distorsiona, miente, tergiversa y, de ese modo, manipula a los ciudadanos. Chávez es el campeón mundial de este discurso, pero ni Correa ni Evo le van muy en zaga. También, en todos estos casos, el cambio de un sistema de prensa independiente, o sea, de empresa privada, se plantea como una necesidad insoslayable para que avance el nuevo proyecto político, que sería por fin, el de la auténtica democracia. Destruir a la prensa tal como la conocemos es necesario entonces para avanzar en el proceso “emancipatorio”. Así ocurre con Chávez, con Evo, con Correa, e, innecesario es decirlo, así es con los Kirchner.

Lo que se ataca en todos los casos es, efectivamente, un obstáculo: para desmontar a la democracia representativa hay que destruir el ejercicio del periodismo tal como se concibe en ese sistema político, y eso es lo que hacen o intentan hacer todos estos gobiernos, en diverso grado y estilo (por ejemplo, Chávez apuesta todo a los medios comunitarios; los K por ahora juegan a comprar o cooptar medios privados y dejan a los medios comunitarios en espera, dentro de la futura ley de medios). Pero todos ellos se envuelven en una retórica del “campo popular” para desde ahí caracterizar a las empresas periodísticas como agentes de la manipulación informativa, de la construcción de un falso consenso en torno a la democracia representativa, que es falsa democracia, una parodia montada por las “oligarquías” (Chávez) o una democracia castrada y condicionada (los K, Carta Abierta).

Un buen ejemplo de todo esto puede verse, en Argentina, en los grupos que, amparados por el enorme poder oficial, impulsaron e impulsan la ley de medios. Según este planteo, siempre presentado con empalagosos despliegues retóricos sobre la heroica lucha del campo popular (campo que, curiosamente, está normalmente poco poblado, salvo cuando, como ahora, llueven los dineros públicos) contra los poderosos medios de comunicación privados, presentados como “monopolios”.

La prensa privada es el enemigo a batir por una razón sencilla: son los únicos medios que, por definición, son independientes del poder político (salvo que hagan acuerdos espurios, claro está). Por eso se los opone a los medios “comunitarios”, “populares”, que son todos rigurosa y militantemente oficialistas, subordinados al poder central del nuevo “proyecto”. Pese a esa uniformización, son presentados como medios de la sociedad civil que se opondrían a las odiadas empresas privadas, que son factorías de legitimación y reproducción del capitalismo. Valgan como ejemplos las radios y otros medios comunitarios chavistas, controlados con disciplina militar por ese régimen; o los nuevos medios K que pululan en Argentina, como el pujante grupo Szpolski, provistos de publicidad oficial como casi único pero jugoso ingreso.

Acá hay un pequeño cortocircuito teórico para los propagandistas del campo popular, porque en este segundo caso se trata de empresas privadas, aunque rigurosamente disciplinadas y puestas al servicio gubernamental. No importa, todo aporta en esta lucha maniquea: son etapas del proceso, se aduce; también Chávez tuvo y tiene sus burgueses a sueldo, pero ya sabemos cuál es la tendencia de fondo. Además, las contradicciones teóricas, como se sabe, poco importan al matrimonio Kirchner.

A los medios comunitarios se los presenta como agentes sociales que inyectarían diversidad y, sobre todo, verdad en una comunicación sesgada a favor del capital y los “grupos concentrados”. Pero basta ver la uniformidad y la bajísima calidad de estos “nuevos” medios, meros propagandistas del gobierno que los financia, para darse cuenta que no son precisamente un avance sobre el sistema de medios que pretenden superar. Además, resultan infalibles en espantar audiencias, como comprueba Chávez al destruir al popularísimo RCTV y suplantarlo con un canal estatal que nadie sigue.

Así que, hecha la comparación, resulta mejor, mucho mejor, el sistema de medios propio de una democracia representativa madura: valga el ejemplo, culturalmente muy cercano, de España, pero también se podrían citar a los demás países europeos, a los Estados Unidos y los demás países sajones. El amplio pluralismo político de esas sociedades se refleja en un pluralismo de medios que presenta una rica paleta de opciones al ciudadano.

Este punto, el del pluralismo de medios, lleva a otro que también fogonean los partidarios de la ley K de medios o los medios bolivarianos chavistas. Falsamente, reclaman a los medios privados independientes por una presunta “censura” que sufrirían sus periodistas por no compartir la línea editorial que impondría, autoritaria y verticalmente, la propiedad, o sea, el capital. Pero ocurre que en los sistemas de medios de las democracias, especialmente en las avanzadas pero también, con menos abundancia y variedad de medios, en las menos desarrolladas, el pluralismo de medios refleja el pluralismo de los lectores. Y el de los periodistas. Así que, normalmente, el periodista liberal tenderá a trabajar en un medio liberal; el socialista, en uno socialista; el católico, en uno democristiano, etc. Una obviedad, pero hoy es muy necesario recordarla ante esta acusación falaz.

En la democracia, el pluralismo es, ante todo, de los medios; luego, dentro de cada uno de esos medios, el periodista debe acatar la línea editorial, que impone el propietario, pero que a su vez no puede esgrimir como un dogma ni como un poder indiscutible, sino como un conjunto de valores con los que sus lectores se sienten representados.

De ahí que sea ilegítimo esgrimir la autoridad que da la propiedad para, por ejemplo, dar arbitrariamente espacio a un grupo político por encima del valor informativo que pueda tener. Eso no es línea editorial, es “hacer negocios”, vender espacio a cambio de dinero o favores políticos. En definitiva, corrupción.

Por lo demás, en todo medio con una Redacción más o menos numerosa, existe un visible pluralismo interno. Vaya como ejemplo el diario La Nación de Buenos Aires, donde uno puede leer a una obamista convencida, como la corresponsal en Washington, Silvia Pisani; o a una crítica feroz de Sarkozy en París, Luisa Corradini; a un progre de manual, como Ezequiel Fernández Moores, en Deportes; y a la vez a gente bien de centroderecha en Economía y en gran parte de Política. Lógico, no hay ni puede haber en esa Redacción kirchneristas ni chavistas, pero existe un amplio espectro dentro de los valores políticos democráticos.

Pablo Díaz de Brito es periodista y miembro de la Red Puente Democrático Latinoamericano.

Fuente:Bitacora Liberal