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10.02.09

En la era del gasto irresponsable

El viento del gasto público sopla a favor, y todos se dan cuenta. No solo en los Estados Unidos, sino en todo el mundo. En este aspecto hoy el Capitolio no se diferencia mucho del Parlamento italiano o del argentino. Solamente unos pocos responsables resisten sumarse a la moda. Hemos entrado de lleno en la era del gasto irresponsable.
Por Pablo Díaz de Brito

En la jerga de Washington los llaman "pets programs", programas mascota. Son programas de gasto que se adosan a una ley de gran dimensión y que cuestan "poco". El mecanismo es simple: un representante logra introducir un anexo para los boy scouts; otro, para las enfermeras de Iowa; un senador consigue que se prohíba por razones falazmente sanitarias la venta de sonajeros chinos. Etcétera. Por estos días están surgiendo como hongos después de la lluvia y se le suman al mega-programa de estímulo de Obama, en trámite en el Senado (aún sigue ahí, aunque algunos medios ya lo dieron por hecho).

De esta forma, la cifra global del plan del presidente demócrata ha ido creciendo y el viernes 6 de febrero rozaba los 920 mil millones de dólares. En un día y medio engordó 150 mil millones, según el Washington Post. Sin embargo, el sábado 7 adelgazó por presión republicana a sólo 720 mil, o algo así. El Washington Post cita, entre los programas agregados, uno para los veteranos de Filipinas, u otro la compra de rompehielos. Qué puedan tener que ver con la reactivación, nadie lo sabe.

El líder demócrata del Senado, Reid, comentó que se había adelgazado la cifra en "sólo 63 mil millones". Y la speaker de Representantes, Nancy Pelosi, ya promete meter de nuevo en el paquete a muchos programas recortados en el Senado, así que es más que probable que el valor global vuelva a subir locamente.

Como sea, 920 o 720 mil millones, la cifra es inconmensurable, se vuelve una abstracción, dado que ningún humano llega a dimensionar lo que semejante enormidad significa de hecho. Por esto, pero sobre todo porque esa plata es de "nadie", o sea, del Estado, resulta fácil sumar y sumar partidas a cambio del voto. El viento del gasto público sopla a favor, y todos se dan cuenta. No solo en los Estados Unidos, sino en todo el mundo. En este aspecto hoy el Capitolio no se diferencia mucho del Parlamento italiano o del argentino. Solamente unos pocos responsables, demócratas y republicanos, resisten sumarse a la moda. Es que hemos entrado de lleno en la era del gasto irresponsable.

El gurú de moda, Paul Krugman, pide poner una cifra máxima estimada de lo que puede gastar Estados Unidos y luego sumarle otro 50%: todo es poco para el niño mimado del progresismo neoyorkino. Es en este contexto que en Inglaterra, cuna del liberalismo, surgen focos de xenofobia laboral: "Britons first, Trabajos británicos para los británicos", rugen los obreros ingleses. Y los estadounidenses ponen lo suyo con lo del hierro Made in Usa (tres veces más caro que el europeo), la cláusula "compre americano" del plan de Obama, que parece surgida de un libro de Aldo Ferrer de los años 60. Si los anglosajones se comportan así, qué se puede esperar de los europeos continentales, siempre tan dados al proteccionismo.

El proteccionismo es la versión racionalizada y económica de la xenofobia. Al decir "compro lo hecho acá aunque sea malo y caro", indirectamente se les está negando trabajo a los que producen mejor. El proteccionismo es así moralmente miserable, aunque se lo presente como lo contrario, una expresión de los más altos valores comunitarios. Y en el plano de los hechos está visto que sólo puede agregar recesión a la recesión, al menos a nivel global.

Volviendo a la orgía de gasto público, hasta ahora no ha probado tener ningún efecto milagroso de los que prometían Krugman y Cía. Solamente los bancos Citi y Bank of America se han devorado 300 mil millones, y sin resultados a la vista. Nada alcanza para sanear e estos gigantes y se baraja su estatización lisa y llana. Todo con el arbitrario argumento de que "son bancos que no pueden caer". ¿Quién lo determina? ¿Qué puede ser peor, una serie de quiebras ordenadas hoy o una bola de nieve de deuda pública inmanejable en el futuro?

Hacer paralelos con los años 30 es peligroso: la Gran Depresión puede resultar una guía turística vieja, de esas en las que las direcciones nos llevan a locales cerrados hace añares. Pero es este paralelo lineal el que continuamente se hace, como si estructuralmente el mundo de los 30 y el actual no fuesen abismalmente diferentes. Detrás de este anacronismo está la fe tácita en que el Estado todo lo resuelve. Y el ideologismo de quienes, como los Kirchner, siempre renegaron de la globalización y soñaron con un retorno a un pasado mitologizado, recordado como un paraíso perdido.