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21.01.09

Cristina dejó en Cuba la poca credibilidad que tenía sobre su honesta defensa de los derechos humanos

El kirchnerismo ha utilizado políticamente el tema de los derechos humanos y carece de la mínima convicción sobre los mismos. El viaje de Cristina a Cuba ya no deja ninguna duda al respecto, especialmente cuando como ''broche de oro'' fue recibida por el anciano dictador Fidel Castro y tuvo la ligereza de considerar ese hecho como ''una distinción para todo el pueblo argentino''.
Por Gabriel C. Salvia

En el último tramo de su visita a Cuba, la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner manifestó: “Esperamos que algunas barreras definitivamente se derrumben y puedan tener todos ustedes ese potencial económico, de conocimiento y político para desarrollar”. ¿Acaso Cristina tuvo el coraje de criticar públicamente en La Habana a la dictadura cubana? Todo lo contrario. Cristina no se estaba refiriendo a la falta de libertades elementales en Cuba, sino que interpretando al pie de la letra el discurso propagandístico de la dictadura cubana, la presidenta argentina culpaba al embargo norteamericano de los problemas de desarrollo que padece la isla de los hermanos Castro. Así, en sintonía con otros presidentes de la región, Cristina considera que el principal problema de Cuba es el embargo y no las características represivas y empobrecedoras de su sistema político, económico y social.

En consecuencia, Cristina no hizo en Cuba nada de lo que se espera de un mandatario comprometido con la promoción internacional de los derechos humanos: reclamar por la liberación de presos políticos y reunirse con opositores pacíficos. Si la presidenta y sus funcionarios piensan que estos comportamientos no corresponden frente a una dictadura, entonces no tendrían que haber ido a Cuba.

En efecto, después de 50 años todavía hay que aclararle a los funcionarios argentinos y a una buena parte de la opinión pública, que la categorización de Cuba como dictadura se desprende de su propia normativa legal, es decir, su constitución, código penal, leyes especiales como la 88 –conocida como “mordaza”- y las sentencias de los tribunales populares. De esta manera, en la isla gobernada represivamente por los militares hermanos Castro, se encarcela a opositores pacíficos a penas que rondan los veinte años de prisión acusándolos de delitos que en el resto de los países de América Latina y en cualquier democracia son derechos muy básicos.

Así, la dictadura cubana justifica el encarcelamiento por posesión de “propaganda enemiga” a quienes les encontró ejemplares de la Declaración Universal de los Derechos Humanos; ha fusilado hace sólo cinco años a tres personas por “intento de salida ilegal del país”, aplicando la pena de muerte tras juicio sumarísimo, es decir, sin debido proceso; y recurre a una figura penal para intimidar a sus opositores llamada “peligrosidad predelictiva”. Está claro que ningún progresista puede defender un régimen represivo como el cubano, el cual es denunciado por prestigiosas organizaciones como Human Rigths Watch y Amnistía Internacional, que no son precisamente de derecha.

En cuanto a la situación de la médica Hilda Molina, cuyo caso genera una enorme sensibilidad en la opinión pública, Cristina se terminó subordinando a las exigencias de la diplomacia cubana, que por supuesto nunca cede en nada a cambio de su inflexibilidad. Y así seguirán prologando la respuesta hasta que en la Argentina cambie el gobierno y las nuevas autoridades de la Cancillería, si continúan el caso, lo deberán comenzar desde cero. Esta es una ventaja indiscutible en las relaciones exteriores que tiene un régimen que logró perpetuarse ilegítimamente en el poder durante medio siglo y que descaradamente exige respeto e igualdad de trato con los gobiernos democráticos.

Lo cierto es que en materia de derechos humanos el balance del viaje de Cristina a Cuba es totalmente negativo, pero al mismo tiempo despeja todo tipo de dudas sobre sus convicciones en un tema que el kirchnerismo tenía como bandera.

Es que, por un lado, resulta contradictorio este comportamiento en Cuba por parte de la presidenta argentina y de su Canciller Jorge Taiana, cuando anteriormente han premiado a personalidades extranjeras que denunciaron a la dictadura militar argentina y a diplomáticos que se reunieron en esos años de plomo con perseguidos políticos y activistas de derechos humanos. ¡Qué duda cabe que todos ellos se entrometieron –y por suerte- en los asuntos internos de la argentina durante la dictadura militar! Por eso mismo, ¿qué pensará ahora de Cristina la ex secretaria de Derechos Humanos del presidente norteamericano James Carter -Pat Derian- que tan valientemente denunció a la dictadura militar argentina y que ya le había sugerido a Néstor Kirchner y señora que de viajar a Cuba tendrían que actuar como lo haría un defensor de los derechos humanos?

Otro aspecto contradictorio en fortalecer las relaciones políticas argentinas con el gobierno cubano es la conocida complicidad de Fidel Castro con la dictadura militar argentina, bloqueando en Ginebra la condena por violación a los derechos humanos que se producía en nuestro país. Sin embargo, esta “extraña alianza”, como muy bien la documentó Kezia McKeague, es deliberadamente excluida de la memoria por parte del gobierno, los organismos de derechos humanos y por muchos medios de comunicación, como si no fuera cierto.

Una contradicción más de la presidenta argentina fue la actitud diferente que tuvo en Cuba frente al único antecedente elogiable que se le registra en materia de política exterior y derechos humanos. Al respecto, vale la pena recordar que en febrero del 2008 recibió al dictador de Guinea Ecuatorial en la Casa Rosada y en dicha oportunidad le expresó a Teodoro Obiang que su país “cuenta con inmensos recursos hidrocarburíferos en un mundo donde el petróleo y el gas son indispensables. Pero no puedo dejar de expresarle, señor presidente, nuestra honda preocupación por la situación de los derechos humanos en su país”.

¿Por qué Cristina no hizo un reclamo similar ante Raúl Castro en Cuba? Para muchos la respuesta es más que obvia: el kirchnerismo ha utilizado políticamente el tema de los derechos humanos y carece de la mínima convicción sobre los mismos. Y el viaje de Cristina a Cuba ya no deja ninguna duda al respecto, especialmente cuando como "broche de oro" fue recibida por el anciano dictador Fidel Castro y tuvo la ligereza de considerar ese hecho como "una distinción para todo el pueblo argentino".

Gabriel C. Salvia es Presidente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).