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19.12.08

El efímero retorno de la pequeña burguesía radicalizada

Junto con el kirchenirsmo llega a su rápido ocaso la remake del setentismo impulsada desde el gobierno y apoyada por una intelligentsia nostálgica, avejentada y estéril.
Por Pablo Díaz de Brito

La obsesiva invocación del setentismo por parte del universo K es a la vez una cobertura retórica rápidamente creada ad hoc por Néstor y Cristina Fernández de Kirchner en 2003 y un fenómeno sociocultural. Porque, más allá del evidente oportunismo de Néstor y su compañera de militancia y de fortuna, es evidente que todo un sector “compró” esta proposición, aún sabiendo de su precaria calidad.

Había una necesidad compulsiva de creer, de poder decir “volvimos”. El retorno setentista tiene todos los visos de una remake de provincias, tardía y precaria, hecha con poco presupuesto y malos actores. No por falta de dinero, claro, sino por falta de ideas, valores, articulación comunicacional, referentes; en suma, de una cultura de izquierda radical lozana y proponible. En los 70, el fenómeno de la radicalzación revolucionaria fue protagonizado casi al 100% por las clases medias. No fue un fenómeno proletario, pero sí tuvo masividad en las clases medias. Hoy no sale del círculo de los iniciados. Esto se aprecia claramente al estudiar el peronismo setentista. A la JUP de la Tendencia la conformaban militantes de carreras como Ingeniería, Medicina, Derecho, es decir, las masivas, no era sólo cuestión de Filosofía y Letras y Sociales (al contrario: estas carreras eran dominadas por la izquierda marxista, muy activa en lo cultural pero siempre minoritaria políticamente).

La actual radicalización pequeñoburguesa neoperonista no tiene ni por asomo aquella masividad a la que remite constantemente la evocación oficial. Se limita a los “aparatos”, como La Cámpora, al ambiente de la intelectualidad universitaria, a algunos medios y no mucho más. Otro problema evidente es que este sector hoy no cuenta ni por asomo con un Paco Urondo, un Walsh, ni ninguna figura apenas brillante, que tenga menos de 35-40 años. Se repiten así las firmas y los rostros avejentados de aquel entonces: los sobrevivientes, con toda su carga nostálgica y rencorosa. Carta Abierta, el Perro Verbitsky, Hebe de Bonafini. Si se ven caras jóvenes es de “cuadros” del kirchnerismo de dudosísima calidad intelectual (Máximo K y La Cámpora, el temible hijo de Carlotto).

Este bajón de nivel no es casual. Por un lado es parte de la época. Los estándares dominantes en la UBA de los primeros 70, por caso, dejarían afuera a casi todos los chicos que militan en sus actuales centros de estudiantes. Pero también es un hecho que la izquierda no tiene “baterías” para sostener ninguna Kulturkampf, ni soñar con hegemonías gramscianas. Fenómenos como el del Centro Editor de América Latina y tantos otros de aquellos años son por eso irrepetibles. No se pasa así de sumar a Canal 7 y los demás medios estatales, Página 12 y poco más que eso. Después están, como siempre, las Academias estatales, pero ya se señaló con qué caída de calidad y falta de ideas nuevas.

La razón de fondo de este fracaso apenas encubierto es que las reivindicaciones sociales y culturales, terreno por definición de la izquierda, ya no van en el sentido de buscar un cambio total y cataclísmico de la realidad social-histórica, con un plan de acoso y derribo del capitalismo. En los países centrales los reclamos son menos ambiciosos y con fuerte identidad grupal: los gay, el feminismo, los ambientalistas, los trabajadores precarios, etc. En esos países la izquierda radical tuvo un renacimiento como reacción a la globalización, pero ese fenómeno (Seattle 2001) ya se asentó y muestra sus clarísimos límites.

Ahora, gracias a la crisis financiera, tiene chances de renacer, pero en todo caso tampoco allí hay una generación de intelectuales de categoría que aporte un marco teórico novedoso y a la vez políticamente revolucionario. Algunos viejos, como Vattimo, se quieren engañar a sí mismos con América latina, simulando esperanzarse con Chávez y Evo. Una impostura crepuscular, un radicalismo senil que no atrae ni entusiasma a nadie. En cuanto a las expectativas locales o regionales, también las izquierdas populistas surgidas del fermento de la globalización y los 90 muestran signos de agotamiento, a comenzar por su figura principal, Chávez, en pleno retroceso.

Con CFK en profunda crisis y dando golpes de timón a la desesperada, la pequeña burguesía radicalizada vio en el acuerdo de los K con Aldo Rico y, más en general, con el pejotismo bonaerense, la oportunidad ideal para el esperado distanciamiento crítico. Se vuelve así al ostracismo de siempre. A los libros, a la facultad, a las vacaciones con un matrimonio amigo en Gesell, al analista, a la lectura del último maitre á penser salido de la inagotable factoría cultural francesa. Por ello, en estos círculos la actual crisis financiera internacional no se vive con expectativas ni entusiasmo. Apenas se la ve pasar. En toco caso, y muy pequeñoburguesamente, se temen sus efectos sobre la propia cotidianidad y no mucho más.