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24.09.08

Del espesor cultural que no tiene nuestro liberalismo

Hoy se pierde la batalla cultural en América latina contra una izquierda grotesca y tosca (en lo político), que plantea programas improponibles por su antimodernidad, en parte por la falta de una cultura liberal sólida y con raíces en la sociedad.
Por Pablo Díaz de Brito

Acá se habla, una vez más, del espesor cultural (que no tiene) el liberalismo latinoamericano. Decía antes: hay que ir a buscar a la izquierda la creación o producción cultural que no surge del regazo estéril del liberalismo. Se responderá: ahí están Vargas Llosa, Krauze, y otros pocos, en lo que atañe a la región. Se puede invocar además a los Grandes Muertos: Octavio Paz, Borges. Perfecto: ahora citen a alguien de menos de 40 años, por favor. Un novelista, un poeta, un director de cine, alguien. Nada, silencio. Se dirá: ¿qué importa? ¿qué tiene que ver esto con consolidar un sistema de sociedad abierta y economía de mercado? Algo. Veamos.

Creo profundamente en la necesidad urgente de una cultura liberal sólida y con raíces en la sociedad. Porque hoy se pierde la batalla cultural en América latina contra una izquierda grotesca y tosca (en lo político), que plantea programas improponibles por su antimodernidad, en parte por esta falta. Por no tener una verdadera y extendida cultura liberal, tanto a nivel popular como entre la elite universitaria. Se paga la falta de ese bagaje complejo denominado cultura. De otra forma la izquierda populista no podría ganar como lo hace, y mucho menos tener el espacio que tiene en la "prensa burguesa", en buena medida ganado por ella gracias a ese vacío cultural. No basta con tener una legión de "técnicos", triste y reductiva designación que se da a los economistas, ellos también, en otros tiempos, hombres de la cultura. Las universidades privadas producen camadas de yuppies, impermeables a toda forma "alta" de cultura. Estos muchachos se dedican a hacer negocios y luego se van a jugar tenis, golf o fútbol, que ya no es más grasa. Pero, contra lo que creen los yuppies, se necesita de mucho más, de una cultura precisamente, para poder definir, postular y defender un modelo de sociedad. No basta la tecnocracia privada.

Esta carencia se evidenció en los 90 con el auge del menemismo: todos los presuntos liberales fueron al pie de Carlos Saúl 1º, sin dudar un segundo en tirar por la borda cuanto valor republicano hubiera que tirar. En esos años se desnudó la debilidad cultural del liberalismo, el que debió reencarnarse en el menemismo para hacerse, por una vez, popular, al menos mientras duró el "modelo". Es cierto que en los 90, de la mano del relativo éxito de la Convertibilidad, se creó un cierto clima de "capitalismo popular". Pero eso duró poco, como se sabe, y además faltaba lo que acá reclamo, una cultura, para que ese clima arraigara. Debería ser obvio todo esto, pero es algo que no se entiende, que no se debate. La Generación del 80 no sólo tenía "cuadros" y poder económico, tenía también una hegemonía cultural indisputable. Se ha olvidado. Hoy los medios empresarios y sus fundaciones creen, simplemente, que deben adornar con algún escritor de nota sus seminarios. Así, su lectura del avance de las izquierdas populistas en la región es inevitablemente tuerto y autoexculpatorio. Está muy bien señalar las aberraciones que Chávez impone a Venezuela, pero habría además que preguntarse qué pasó para que Chávez (y Evo, y Correa, y los K, y Lugo, y casi Humala, y casi López Obrador) sean posibles. Se dirá que confundo las cosas, que lo que falló en Argentina y la región fue la "macro" (horrible expresión, por cierto), lo que llevó a la marea populista, que se benefició providencialmente con el alza espectacular de las materias primas. Es verdad, pero es una explicación corta, incompleta. De haber existido una extendida cultural liberal en los sectores medios hubieramos afrontado como mucho una ola de gobiernos socialdemócratas, como pasó en Europa a fines de los 90. Porque, como la Generación del 80 hizo con los socialistas de su tiempo, los valores republicanos se extenderían a todo el arco político. Y eso se hace con una cultura, no con mero poder económico.

El caso de los medios es ejemplar al respecto. Hoy vemos empresarios editoriales que se muestran totalmente desentendidos de los contenidos de sus medios. A esto se suma la astucia de ese subsector social que es la clase media intelectualizada, que bajó al ruedo de los medios allá por los años 80 a disputar espacios clave, al detectar esa debilidad estructural, ese olvido displicente de los propietarios. Y la estrategia le funciona. Un ejemplo, glamoroso y conocido: la revista cultural de La Nación, ADNcultura. Pueden hallarse amplios textos cuyo background teórico-cultural es de izquierda. Netamente de izquierda: las bibliográficas de filosofía y ciencias sociales, por ejemplo; los extensos extractos del último libro de Negri, publicados a dos páginas centrales. Ojo: no hago maccartismo, sólo señalo una gruesa contradicción. Porque un gran diario liberal debería presentar los textos de Negri pero dándoles un contorno crítico. Muy crítico. ADN no lo hizo, los editó pelados. Una publicación liberal que marca tendencia no puede ceder un terreno tan decisivo como el teórico y filosófico a exponentes de la academia de la izquierda contemporánea. Hay aquí una evidente cesión de terreno, en el que el editor dice "no importa, lo que cuenta es el targeting del producto". Una deserción, en suma, en nombre del marketing. La línea editorial, se esgrime asimismo en un nivel algo menos frívolo, no se construye en las páginas de una revista o en un suplemento cultural, sino en el cuerpo central del diario, en las secciones de política y economía, en las columnas firmadas y los editoriales. Será así, pero no deja de ser un retroceso y un error. Vayan a ver si el diario italiano "hermanado" con La Nación, el Corriere della Sera, hace esas concesiones en sus abundantes páginas diarias de cultura. Verán que no, que hay un diálogo y un debate intenso con la poderosa "sinistra", pero el medio trabaja y edita esas páginas con las categorías correspondientes a una publicación liberal europea. Nada más, nada menos.