Trumpismo: herida abierta en la democracia
No puede extrañar que el pasado 6 de enero Trump haya apostado al golpe de Estado burdo, cuando sus intentonas previas habían encallado en la institucionalidad que, con sus fisuras, es una tradición norteamericana. Desde el inicio de su campaña electoral amenazó a la prensa y durante los años de su mandato incrementó sus ataques contra los periodistas y medios. Siendo candidato prometió inconstitucionalidades como la de prohibir el ingreso de musulmanes a los Estados Unidos o incitar al homicidio contra su contrincante en la campaña electoral.Por Hugo Machín Fajardo
«La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa», pero la propia historia ha desautorizado esa conocida cita de Marx. «La historia vuelve a repetirse», como escribió Enrique Cadícamo en Por la vuelta. Con nuevos personajes.
Donald Trump no representó los valores republicanos desde la campaña electoral iniciada en 2015. Declaraciones confirmatorias de ello realizadas por líderes del partido del elefante lo demuestran. Tampoco puede sorprender que una vez en el poder haya inficionado al Partido Republicano con lo que hoy se denomina «trumpismo», que no es otra cosa que un modelo fascista para gobernar. Actualizado al siglo XXI, pero en la misma línea impulsada por Mussolini, quien comenzó su labor como dirigente socialista, pero terminó en el corporativismo del fascio.
Ojo que no es un problema exclusivo de los Estados Unidos. Atañe a Latinoamérica y a las democracias en general.
Perón ganó las elecciones argentinas de febrero de 1946 como candidato del Partido Laborista. Asumió en junio y días después proscribió en los hechos al laborismo y demás sectores que le habían postulado como candidato. Creó una nueva organización política— Partido Único de la Revolución Nacional— que devendría en el Partido Peronista.
Perón sostenía que los partidos políticos estaban destinados a desaparecer como tales y ser sustituidos por movimientos corporativos: «este es un proceso que está viviendo el mundo, y es una cosa natural. Observen ustedes que la organización política es una organización circunstancial», consignan los autores Peyrou y Villanueva en su libro Documentos para la historia del peronismo, publicado en 1969.
Por algo autócratas del presente tuvieron expresiones ambivalentes respecto a la asonada contra el Capitolio en Washington donde fascistas, nostálgicos de la esclavitud y neonazis convocados por el líder comandaron las acciones.
El régimen chino comparó el intento golpista con las manifestaciones por democracia que tienen lugar en Hong Kong, donde el mismo 6 de enero más de mil policías arrestaron el a 53 personalidades que luchaban por las libertades, entre ellos un abogado estadounidense.
El gobierno venezolano emitió un comunicado en el que «condena la polarización política y el espiral de violencia (que) refleja la profunda crisis por la que atraviesa el sistema político y social de los Estados Unidos», al mismo tiempo que emprendía un nuevo apriete contra medios y periodistas que no acatan la información oficial del régimen.
Incluso la declaración de Bergoglio del 10 de enero suaviza la gravedad de lo ocurrido el 6 de enero en Washington, calificado de «asedio» el intento de golpe de Estado. Y agrega la habitual insustancialidad para no comprometer opinión ante lo que fue un contundente y premeditado ataque a la democracia no solo de Estados Unidos.
LA ESTRATEGIA. Pero lo cierto es que luego de innúmeras actitudes descabelladas y por sobre todo falsas de toda falsedad, no puede extrañar que el 6 de enero Trump haya apostado al golpe de Estado burdo, cuando sus intentonas previas habían encallado en la institucionalidad que, con sus fisuras, es una tradición norteamericana.
Desde el inicio de su campaña electoral amenazó a la prensa y durante los años de su mandato incrementó sus ataques contra los periodistas y medios, una estrategia de desacreditación de esa profesión y de utilización espuria de las redes sociales que hizo carne entre sus seguidores.
Siendo candidato prometió inconstitucionalidades como la de prohibir el ingreso de musulmanes a los Estados Unidos o incitar al homicidio contra su contrincante en la campaña electoral: en un discurso realizado en Carolina del Norte instó a sus seguidores a hacer uso de la Segunda Enmienda (que autoriza al porte de arma) para impedir que Hillary Clinton llegara a la presidencia: «Aunque con la segunda enmienda, puede que haya (una solución) no lo sé».
El nacionalismo blanco está en ascenso en Estados Unidos, sostiene el economista Daron Acemoglu, profesor de economía en el MIT. Según la Liga Antidifamación, en 2018 y 2019 hubo 6768 incidentes de extremismo y antisemitismo (mayoritariamente desde la derecha). Esa cifra es significativamente mayor a la de años anteriores, lo que lleva a muchos a la conclusión de que el alza del extremismo local es culpa del presidente Trump.
La investigación de los economistas Karsten Müller y Carlo Schwarz (Del hashtag al crimen de odio: Twitter y el sentimiento contra las minorías,) de octubre 2019, establece que entre los tuits antimusulmanes de Trump y la comisión de crímenes de odio antimusulmanes hay un vínculo causal directo, con un aumento del 38% en esos crímenes. Los ataques verbales de Trump y sus seguidores en redes sociales contra las minorías abarcan a las mujeres, latinos—en especial mexicanos—homosexuales, extranjeros, veteranos de guerra y hasta minusválidos.
Trump perdió la elección popular de 2016 por una diferencia de 2 millones de votos, pero el sistema electoral, acordado por una elite hace 232 años, permitió mediante la ley del Recuento Electoral diseñar una democracia recortada, donde 538 electores eligen presidente y vicepresidente según el voto popular en sus respectivos estados. Así fue que Trump se sentó en el mismo sillón del republicano Abraham Lincoln.
ANTECEDENTES DEL 6/01. Este golpe del 6 de enero fue por etapas. Trump intentó escamotear la voluntad popular mediante la Corte Suprema, donde contaba con obtener apoyo en seis de sus nueve miembros, tres de ellos nombrados durante su presidencia. La demanda presentada por el estado de Texas, apoyada por varios fiscales generales estatales republicanos y 106 miembros republicanos del Congreso, apuntó a invalidar los resultados electorales en los estados de Georgia, Michigan, Pennsylvania y Wisconsin, antes de que sesionara el Colegio Electoral, el 14 de diciembre. La Corte Suprema rechazó unánimemente la moción de Texas por falta de méritos constitucionales.
Después, Michael Lynn, ex Asesor de Seguridad Nacional de Trump, sugirió la realización de nuevas elecciones con respaldo militar en los estados cuestionados por Trump, lo que fue recusado por las Fuerzas Armadas en un tuit del Secretario del Ejército McCarthy y el Jefe de Estado Mayor del Ejército McConville, diciendo que «no hay ningún papel para el ejército estadounidense en determinar el resultado de una elección estadounidense».
El 3 de enero los 10 exsecretarios de defensa vivos —incluidos Dick Cheney y Don Rumsfeld— advirtieron en un artículo de opinión del Washington Post contra «los esfuerzos para involucrar a las fuerzas armadas de los Estados Unidos en la resolución de disputas electorales».
Hay testimonios que de que los golpistas querían tomar como rehenes al vicepresidente Mike Pence y a la jefa de los demócratas Nancy Pelosi, por considerarlos los responsables máximos de lo que horas antes Trump en un mitin seguía calificado de fraude. Ochenta jueces han dejado en claro que no existe una sola denuncia que tenga pruebas sobre fraude electoral.
Trump fue votado por 75 millones de estadounidenses en noviembre 2020 y casi 34 millones de ellos aprueban la asonada contra el Capitolio realizada por centenares de sus seguidores más consecuentes (nostálgicos del esclavismo, racistas,). Este dato surge de una encuesta efectuada el jueves 7 de enero por el Instituto YouGov realizada sobre 1.397 votantes registrados.
El FBI: BUSCANDO INFORMACIÓN. Violencia en el Capitolio de Estados Unidos ¿Conoce a alguien de los que aparecen en estas fotografías? Autoridades apelan a la colaboración pública para identificar a los agresores.
RIESGO LATENTE. Mientras que la mayoría de los votantes de todo el país (62%) percibe el ataque del miércoles 6 de enero como una amenaza para la democracia, el 45% de los votantes republicanos aprueba el asalto a la sede del Congreso por una turba que portaba armas y garrotes en muchos casos, así como esposas de plástico en otros casos, en clara intención de inmovilizar a congresistas e impedir la confirmación constitucional del triunfo de Joe Biden.
En los votantes republicanos solo una cuarta parte de los encuestados piensa que la intrusión en la sede del Poder Legislativo —donde cinco personas murieron incluido un policía y hubo 82 detenciones— debería verse como un peligro para el estado de derecho. Por el contrario, dos tercios de ellos (68%) dicen lo contrario, pese a que el presidente electo Biden calificó a los protagonistas del asalto como «casi sediciosos». Y la mayoría de los republicanos (56%) está convencida, como ha dicho en múltiples ocasiones el presidente saliente, de que el 3 de noviembre se produjo un fraude electoral.
Ahí reside el mayor riesgo para la democracia occidental: en el trumpismo que, independientemente de su fundador, ofrece un inmejorable escenario para nuevos Donald Trump, quizás más inteligentes, menos elefantes en un bazar y, por ende, más peligrosos. Los senadores Ted Cruz (50), Texas, y Josh Hawley (41), Missouri, aparecen como eventuales sucesores en la conducción del movimiento: «A todos mis maravillosos seguidores: sé que están decepcionados, pero también quiero que sepan que nuestro increíble viaje no ha hecho más que comenzar», alentó Trump, horas después del intento de autogolpe.
TRABAJADORES. La mayoría de los seguidores de Trump y que conformarán el eventual trumpismo que suceda a esta etapa, son trabajadores de cuello azul, del sector manufacturero, pertenecientes «a la clase media baja y que hace años se sienten excluidos de los beneficios económicos que otros disfrutan», documentan Diana Castañeda y Pablo Álamo en su libro El fenómeno Trump, de 2016. Inmigrantes y el crecimiento chino son visualizados como enemigos a los que Trump es el único capaz de vencer.
American Factory. El documental de Netflix que narra la peripecia de una planta de General Motors cerrada en 2008 con la pérdida de miles de puestos laborales y reabierta en 2014 por una multinacional china que reabsorbe a unos dos mil ex operarios a los que se suman 200 chinos. En 110 minutos se aborda la peor cara de la globalización postmoderna, el choque cultural entre ambos países, la necesidad de que existan sindicatos —que no son admitidos por el capitalismo neocomunista chino— el deterioro salarial (sueldos que eran de 30 dólares, en seis años pasaron a ser de menos de 13 dólares) y hasta el proteccionismo económico, que es la base de la guerra comercial entre China y Estados Unidos, puede ser objeto de justificación.
El documental es elocuente respecto a quiénes y qué sienten los trabajadores estadounidenses que han perdido su estatus fruto de un sistema económico generador de desigualdad.
Entre 1980 y 2016— año en que gana Trump— «el 1% de mayores ingresos captó el 28% del aumento total de los ingresos reales en Estados Unidos, Canadá y Europa Occidental, mientras que el 50% de menores ingresos capto tan solo un 9%», documentaba Financial Times en diciembre 2017.
Pero si se considera solo el caso de América del Norte, el 1% de mayores ingresos captó tanto como el 88%, según el Informe sobre Desigualdad Global 2018 del World Inequality Lab (Laboratorio sobre la Desigualdad Global), o sea que desde 1980 la desigualdad de ingresos aumento rápidamente en América del Norte.
Lo anterior explica la base social de Trump que se mide en millones de votantes, un capital político sobre el que querrá abalanzarse más de un republicano con aspiraciones presidenciales, o nuevos outsiders, en el caso de que prosperen los juicios a enfrentar por el Presidente saliente, o su citación ante diferentes tribunales que resulten en una inhabilitación de por vida. Trump, estuvo involucrado en 3.500 juicios (incluidos 1.450 como acusado) antes de su elección. «En Nueva York, informa la revista francesa Marianne, la investigación del fiscal de distrito de Manhattan, que había comenzado sobre los pagos del equipo de campaña de Trump a la actriz porno Stormy Daniels (para silenciarla), se ha ampliado y ahora involucra a la Organización Trump, el negocio inmobiliario de propiedad familiar. Se investiga si Trump mintió sobre el tamaño de sus activos — como se ha jactado—para obtener exenciones fiscales».
Biden ganó las elecciones por siete millones de votos populares y 306 votos de electores en favor contra 232 electores. Su partido es mayoría en la Cámara de Representantes y en el Senado, pero en esta coyuntura no tendría otra prioridad que tender la mano para que el Grand Old Party (GOP) rectifique rumbos. Para que la sociedad estadounidense no ahonde la grieta en el tejido social laboriosa y diariamente ensanchada por un demagogo. Tender la mano que proteja a las minorías del odio racial y supremacista. Tender la mano para que vuelva la institucionalidad. Y no es solo por Estados Unidos.
«La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa», pero la propia historia ha desautorizado esa conocida cita de Marx. «La historia vuelve a repetirse», como escribió Enrique Cadícamo en Por la vuelta. Con nuevos personajes.
Donald Trump no representó los valores republicanos desde la campaña electoral iniciada en 2015. Declaraciones confirmatorias de ello realizadas por líderes del partido del elefante lo demuestran. Tampoco puede sorprender que una vez en el poder haya inficionado al Partido Republicano con lo que hoy se denomina «trumpismo», que no es otra cosa que un modelo fascista para gobernar. Actualizado al siglo XXI, pero en la misma línea impulsada por Mussolini, quien comenzó su labor como dirigente socialista, pero terminó en el corporativismo del fascio.
Ojo que no es un problema exclusivo de los Estados Unidos. Atañe a Latinoamérica y a las democracias en general.
Perón ganó las elecciones argentinas de febrero de 1946 como candidato del Partido Laborista. Asumió en junio y días después proscribió en los hechos al laborismo y demás sectores que le habían postulado como candidato. Creó una nueva organización política— Partido Único de la Revolución Nacional— que devendría en el Partido Peronista.
Perón sostenía que los partidos políticos estaban destinados a desaparecer como tales y ser sustituidos por movimientos corporativos: «este es un proceso que está viviendo el mundo, y es una cosa natural. Observen ustedes que la organización política es una organización circunstancial», consignan los autores Peyrou y Villanueva en su libro Documentos para la historia del peronismo, publicado en 1969.
Por algo autócratas del presente tuvieron expresiones ambivalentes respecto a la asonada contra el Capitolio en Washington donde fascistas, nostálgicos de la esclavitud y neonazis convocados por el líder comandaron las acciones.
El régimen chino comparó el intento golpista con las manifestaciones por democracia que tienen lugar en Hong Kong, donde el mismo 6 de enero más de mil policías arrestaron el a 53 personalidades que luchaban por las libertades, entre ellos un abogado estadounidense.
El gobierno venezolano emitió un comunicado en el que «condena la polarización política y el espiral de violencia (que) refleja la profunda crisis por la que atraviesa el sistema político y social de los Estados Unidos», al mismo tiempo que emprendía un nuevo apriete contra medios y periodistas que no acatan la información oficial del régimen.
Incluso la declaración de Bergoglio del 10 de enero suaviza la gravedad de lo ocurrido el 6 de enero en Washington, calificado de «asedio» el intento de golpe de Estado. Y agrega la habitual insustancialidad para no comprometer opinión ante lo que fue un contundente y premeditado ataque a la democracia no solo de Estados Unidos.
LA ESTRATEGIA. Pero lo cierto es que luego de innúmeras actitudes descabelladas y por sobre todo falsas de toda falsedad, no puede extrañar que el 6 de enero Trump haya apostado al golpe de Estado burdo, cuando sus intentonas previas habían encallado en la institucionalidad que, con sus fisuras, es una tradición norteamericana.
Desde el inicio de su campaña electoral amenazó a la prensa y durante los años de su mandato incrementó sus ataques contra los periodistas y medios, una estrategia de desacreditación de esa profesión y de utilización espuria de las redes sociales que hizo carne entre sus seguidores.
Siendo candidato prometió inconstitucionalidades como la de prohibir el ingreso de musulmanes a los Estados Unidos o incitar al homicidio contra su contrincante en la campaña electoral: en un discurso realizado en Carolina del Norte instó a sus seguidores a hacer uso de la Segunda Enmienda (que autoriza al porte de arma) para impedir que Hillary Clinton llegara a la presidencia: «Aunque con la segunda enmienda, puede que haya (una solución) no lo sé».
El nacionalismo blanco está en ascenso en Estados Unidos, sostiene el economista Daron Acemoglu, profesor de economía en el MIT. Según la Liga Antidifamación, en 2018 y 2019 hubo 6768 incidentes de extremismo y antisemitismo (mayoritariamente desde la derecha). Esa cifra es significativamente mayor a la de años anteriores, lo que lleva a muchos a la conclusión de que el alza del extremismo local es culpa del presidente Trump.
La investigación de los economistas Karsten Müller y Carlo Schwarz (Del hashtag al crimen de odio: Twitter y el sentimiento contra las minorías,) de octubre 2019, establece que entre los tuits antimusulmanes de Trump y la comisión de crímenes de odio antimusulmanes hay un vínculo causal directo, con un aumento del 38% en esos crímenes. Los ataques verbales de Trump y sus seguidores en redes sociales contra las minorías abarcan a las mujeres, latinos—en especial mexicanos—homosexuales, extranjeros, veteranos de guerra y hasta minusválidos.
Trump perdió la elección popular de 2016 por una diferencia de 2 millones de votos, pero el sistema electoral, acordado por una elite hace 232 años, permitió mediante la ley del Recuento Electoral diseñar una democracia recortada, donde 538 electores eligen presidente y vicepresidente según el voto popular en sus respectivos estados. Así fue que Trump se sentó en el mismo sillón del republicano Abraham Lincoln.
ANTECEDENTES DEL 6/01. Este golpe del 6 de enero fue por etapas. Trump intentó escamotear la voluntad popular mediante la Corte Suprema, donde contaba con obtener apoyo en seis de sus nueve miembros, tres de ellos nombrados durante su presidencia. La demanda presentada por el estado de Texas, apoyada por varios fiscales generales estatales republicanos y 106 miembros republicanos del Congreso, apuntó a invalidar los resultados electorales en los estados de Georgia, Michigan, Pennsylvania y Wisconsin, antes de que sesionara el Colegio Electoral, el 14 de diciembre. La Corte Suprema rechazó unánimemente la moción de Texas por falta de méritos constitucionales.
Después, Michael Lynn, ex Asesor de Seguridad Nacional de Trump, sugirió la realización de nuevas elecciones con respaldo militar en los estados cuestionados por Trump, lo que fue recusado por las Fuerzas Armadas en un tuit del Secretario del Ejército McCarthy y el Jefe de Estado Mayor del Ejército McConville, diciendo que «no hay ningún papel para el ejército estadounidense en determinar el resultado de una elección estadounidense».
El 3 de enero los 10 exsecretarios de defensa vivos —incluidos Dick Cheney y Don Rumsfeld— advirtieron en un artículo de opinión del Washington Post contra «los esfuerzos para involucrar a las fuerzas armadas de los Estados Unidos en la resolución de disputas electorales».
Hay testimonios que de que los golpistas querían tomar como rehenes al vicepresidente Mike Pence y a la jefa de los demócratas Nancy Pelosi, por considerarlos los responsables máximos de lo que horas antes Trump en un mitin seguía calificado de fraude. Ochenta jueces han dejado en claro que no existe una sola denuncia que tenga pruebas sobre fraude electoral.
Trump fue votado por 75 millones de estadounidenses en noviembre 2020 y casi 34 millones de ellos aprueban la asonada contra el Capitolio realizada por centenares de sus seguidores más consecuentes (nostálgicos del esclavismo, racistas,). Este dato surge de una encuesta efectuada el jueves 7 de enero por el Instituto YouGov realizada sobre 1.397 votantes registrados.
El FBI: BUSCANDO INFORMACIÓN. Violencia en el Capitolio de Estados Unidos ¿Conoce a alguien de los que aparecen en estas fotografías? Autoridades apelan a la colaboración pública para identificar a los agresores.
RIESGO LATENTE. Mientras que la mayoría de los votantes de todo el país (62%) percibe el ataque del miércoles 6 de enero como una amenaza para la democracia, el 45% de los votantes republicanos aprueba el asalto a la sede del Congreso por una turba que portaba armas y garrotes en muchos casos, así como esposas de plástico en otros casos, en clara intención de inmovilizar a congresistas e impedir la confirmación constitucional del triunfo de Joe Biden.
En los votantes republicanos solo una cuarta parte de los encuestados piensa que la intrusión en la sede del Poder Legislativo —donde cinco personas murieron incluido un policía y hubo 82 detenciones— debería verse como un peligro para el estado de derecho. Por el contrario, dos tercios de ellos (68%) dicen lo contrario, pese a que el presidente electo Biden calificó a los protagonistas del asalto como «casi sediciosos». Y la mayoría de los republicanos (56%) está convencida, como ha dicho en múltiples ocasiones el presidente saliente, de que el 3 de noviembre se produjo un fraude electoral.
Ahí reside el mayor riesgo para la democracia occidental: en el trumpismo que, independientemente de su fundador, ofrece un inmejorable escenario para nuevos Donald Trump, quizás más inteligentes, menos elefantes en un bazar y, por ende, más peligrosos. Los senadores Ted Cruz (50), Texas, y Josh Hawley (41), Missouri, aparecen como eventuales sucesores en la conducción del movimiento: «A todos mis maravillosos seguidores: sé que están decepcionados, pero también quiero que sepan que nuestro increíble viaje no ha hecho más que comenzar», alentó Trump, horas después del intento de autogolpe.
TRABAJADORES. La mayoría de los seguidores de Trump y que conformarán el eventual trumpismo que suceda a esta etapa, son trabajadores de cuello azul, del sector manufacturero, pertenecientes «a la clase media baja y que hace años se sienten excluidos de los beneficios económicos que otros disfrutan», documentan Diana Castañeda y Pablo Álamo en su libro El fenómeno Trump, de 2016. Inmigrantes y el crecimiento chino son visualizados como enemigos a los que Trump es el único capaz de vencer.
American Factory. El documental de Netflix que narra la peripecia de una planta de General Motors cerrada en 2008 con la pérdida de miles de puestos laborales y reabierta en 2014 por una multinacional china que reabsorbe a unos dos mil ex operarios a los que se suman 200 chinos. En 110 minutos se aborda la peor cara de la globalización postmoderna, el choque cultural entre ambos países, la necesidad de que existan sindicatos —que no son admitidos por el capitalismo neocomunista chino— el deterioro salarial (sueldos que eran de 30 dólares, en seis años pasaron a ser de menos de 13 dólares) y hasta el proteccionismo económico, que es la base de la guerra comercial entre China y Estados Unidos, puede ser objeto de justificación.
El documental es elocuente respecto a quiénes y qué sienten los trabajadores estadounidenses que han perdido su estatus fruto de un sistema económico generador de desigualdad.
Entre 1980 y 2016— año en que gana Trump— «el 1% de mayores ingresos captó el 28% del aumento total de los ingresos reales en Estados Unidos, Canadá y Europa Occidental, mientras que el 50% de menores ingresos capto tan solo un 9%», documentaba Financial Times en diciembre 2017.
Pero si se considera solo el caso de América del Norte, el 1% de mayores ingresos captó tanto como el 88%, según el Informe sobre Desigualdad Global 2018 del World Inequality Lab (Laboratorio sobre la Desigualdad Global), o sea que desde 1980 la desigualdad de ingresos aumento rápidamente en América del Norte.
Lo anterior explica la base social de Trump que se mide en millones de votantes, un capital político sobre el que querrá abalanzarse más de un republicano con aspiraciones presidenciales, o nuevos outsiders, en el caso de que prosperen los juicios a enfrentar por el Presidente saliente, o su citación ante diferentes tribunales que resulten en una inhabilitación de por vida. Trump, estuvo involucrado en 3.500 juicios (incluidos 1.450 como acusado) antes de su elección. «En Nueva York, informa la revista francesa Marianne, la investigación del fiscal de distrito de Manhattan, que había comenzado sobre los pagos del equipo de campaña de Trump a la actriz porno Stormy Daniels (para silenciarla), se ha ampliado y ahora involucra a la Organización Trump, el negocio inmobiliario de propiedad familiar. Se investiga si Trump mintió sobre el tamaño de sus activos — como se ha jactado—para obtener exenciones fiscales».
Biden ganó las elecciones por siete millones de votos populares y 306 votos de electores en favor contra 232 electores. Su partido es mayoría en la Cámara de Representantes y en el Senado, pero en esta coyuntura no tendría otra prioridad que tender la mano para que el Grand Old Party (GOP) rectifique rumbos. Para que la sociedad estadounidense no ahonde la grieta en el tejido social laboriosa y diariamente ensanchada por un demagogo. Tender la mano que proteja a las minorías del odio racial y supremacista. Tender la mano para que vuelva la institucionalidad. Y no es solo por Estados Unidos.