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10.01.20

¿Puede haber ética y desarrollo en Latinoamérica?

Hace unos 15 años, auspiciada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el gobierno de Noruega, se concretó en Montevideo una reunión de personalidades latinoamericanas interesadas en dinamizar la iniciativa interamericana de Capital Social, Ética y Desarrollo (IICSED).
Por Hugo Machín Fajardo

Fue el noveno encuentro propiciado por Noruega, que a esa altura en un año y medio había reunido a 20 mil líderes de todos los sectores de la región conectados en redes universitarias para encarar la enseñanza y desarrollo de estos temas en el continente.

Un entusiasta Enrique Iglesias informaba a los asistentes que el sitio de
Internet abierto especialmente para estos temas en solo seis meses registraba medio millón de visitas.

En opinión del hoy anciano economista “América Latina nos está diciendo que quiere que haya una discusión ética profunda, seria, intensa, que no quiere postergar más”.

Agregaba Iglesias que, según Latinobarómetro, “Latinoamérica ha optado definitivamente por la democracia, que no aceptaría otra cosa, pero que quiere una democracia de calidad, con pleno apego a la ética”.

Ética y economía. La convicción de los participantes era que la calidad ética de una sociedad influye fuertemente en su desempeño económico y destacaban los ejemplos del país auspiciante, más los de Suecia, Dinamarca, Finlandia e Islandia, con altos estándares éticos incorporados a la cultura de esas sociedades, traducidos en notables adelantos económicos y tecnológicos de los países nórdicos.

Los participantes de esta iniciativa, entre los cuales figuraban el Premio Nobel de Economía (1998) Amartya Sen; el coordinador general de la IICSED, el argentino Bernardo Kliksberg; el primer ministro noruego de entonces, Kjell Magne Bondevick; el ex secretario de la CEPAL, el colombiano, José Antonio  Ocampo,  y la ex vice-presidenta costarricense Rebeca Grynspan, tenían presente la “década perdida” en Latinoamérica, como se considera a la transcurrida a partir de 1980, y analizaban cómo podría evitar la región un siglo XXI con características similares, en momentos en que las crisis del 2001 argentino y 2002 uruguayo, generaban otra vez consecuencias negativas para estos países.

Ideas fuerza. La construcción de una visión integrada del desarrollo; la relación entre ética y desarrollo; la vulnerabilidad, dignidad y justicia -como problema el primero- y alternativas los otros dos, en un mundo globalizado; el impacto de la pobreza sobre las familias latinoamericanas; el vínculo entre la economía y la democracia, o la revisión crítica acerca de las desigualdades en el continente más inequitativo del mundo; la ética para el buen oficio político y la consiguiente lucha contra la corrupción, así como la responsabilidad social -estatal, empresarial o del voluntariado-, fueron los temas analizados y con propuestas de solución en cada caso. Todos estos aspectos a cargo de especialistas que, en mayor o menor grado, mantiene hoy su vigencia. Algunos no tanto, como el jesuita chileno Fernando Montes, de gran predicamento décadas atrás, hoy enjuiciado por supuesto encubrimiento a clérigos abusadores infantiles.

¿En qué ha quedado todo aquello? Cabe preguntarse si el tsunami Odebrecht-  no hubo uno de los tocados por la multinacional brasileña que dijera que no – más los populismos progresistas con su secuela de alta corrupción y demagogia, no arrasaron con aquellas expectativas y propuestas tan seriamente pensadas y explicitadas en diversos seminarios y talleres.

Los indicadores actuales de Latinoamérica no son precisamente los más halagüeños para retomar la cruzada por la ética pública y privada en la región: el populismo anclado en Estado unidos y Europa, más la consolidación del poderío chino en la región; la caída de la importancia de las materias primas latinoamericanas; la instalación en algunos países de dictaduras que ahora se presentan como de izquierda, pero para quienes conocimos los regímenes militares del Cono Sur o de Centroamérica de mediados del siglo pasado, sabemos que dictadura es dictadura, se vista con el uniforme de Pinochet o de Raúl Castro.

Se suma la desesperanza sembrada por los numerosos cargos de corrupción que enfrenta a Luiz Lula da Silva, en su momento considerado como un político diferente, y las secuelas de procesos judiciales -algunos amparados por la impunidad que ofrece una justicia dócil-  que viven los llamados presidentes progresistas de la región, tampoco es una fuente de optimismo que digamos.

Lo que emerge es la protesta y el reclamo ante tanta inequidad. Chile, gobernado casi 30 años por la izquierda y centroizquierda, también ofrece hoy un panorama difícil porque los porfiados hechos se imponen.

Ni la teoría de la dependencia, ni la que argumenta que exclusivamente la tradición ibérica y católica de organización socio-política que -se sostiene- es antidemocrática, tienen fundamento empírico como para encontrar allí las soluciones que, reitero, urgen desde hace muchas décadas al continente.